viernes, 30 de noviembre de 2012

¡LA HISTORIA SE REPITE...!



 

Hijo mío, por favor,
de tu blando lecho salta.
 Déjame dormir, mamá,
que no hace ninguna falta.
 
 Hijo mío, por favor,
levántate y desayuna.
 Déjame dormir, mamá,
que no hace falta ninguna.
 
 Hijo mío, por favor,
que traigo el café con leche.
 Mamá, deja que en las sábanas
un rato más aproveche.
 
 Hijo mío, por favor,
que España entera se afana.
 ¡Que no! ¡Que no me levanto
porque no me da la gana!
 
 Hijo mío, por favor,
que el sol está ya en lo alto.
Déjame dormir, mamá,
no pasa nada si falto.
 
 Hijo mío, por favor,
que es la hora del almuerzo.
Déjame, que levantarme
me supone mucho esfuerzo.
 
 Hijo mío, por favor,
van a llamarte haragán.
 Déjame, mamá, que nunca
me ha importado el qué dirán.
 
Hijo mío, por favor,
¿y si tu jefe se enfada?
 Que no, mamá, déjame,
que no me va pasar nada.
 
 Hijo mío, por favor,
que ya has dormido en exceso.
 Déjame, mamá, que soy
diputado del Congreso
y si falto a las sesiones
ni se advierte ni se nota.
Solamente necesito
acudir cuando se vota,
que los diputados somos
ovejitas de un rebaño
para votar lo que digan
y dormir en el escaño.
En serio, mamita mía,
yo no sé por qué te inquietas
si por ser culi parlante
cobro mi sueldo y mis dietas.
Lo único que preciso,
de verdad, mamá, no insistas,
es conseguir otra vez
que me pongan en las listas.
Hacer la pelota al líder,
ser sumiso, ser amable
Y aplaudirle, por supuesto,
cuando en la tribuna hable.
Y es que ser parlamentario
fatiga mucho y amuerma.
Por eso estoy tan molido.
¡Déjame, mamá, que duerma!
 
 Bueno, te dejo, hijo mío.
Perdóname, lo lamento.
¡Yo no sabía el estrés
que produce el Parlamento!


Autor: Fray Junípero Serra (1.713-1.834) Fraile franciscano

jueves, 29 de noviembre de 2012

NOS VISITA LA GRAN POETA, CELESTE TORRES

                                   El autor en la Ermita con la poeta Celeste Torres     



            El próximo sábado, 1 de diciembre, a las 17 horas, en el Teatro Municipal,  hará una lectura  poética y presentación de su libro, “Del amor y  sus  misterios”, la gran poeta antequerana, tan ligada a Cártama, CELESTE TORRES, mi amiga del alma, según ella misma apostilla en la dedicatoria que me hace en su libro, “Las cuatro lunas al viento, imprenta Sur, 2001: “Para ti Paco Baquero, compañero de camino; compañero, te quiero; tu amiga,  Celeste

            Según me dicen, será presentada por el  teniente de alcalde, José Escalona Idañez.

            Yo que, al alimón,  he compartido con Celeste Torres tantas veladas poéticas --El Ateneo, El Pimpi y el Centro Cívico Generación del 27 de Málaga reiteradas veces,  en muchos pueblos de nuestra Provincia (incluida varias veces Estación de Cártama), e incluso, algunos de la de Cordóba; veladas   que se contarían por decenas y decenas de veces, formando ambos parte  del Grupo Erató que iba dando a conocer por dichos pueblos sus poemarios--  no podía sustraerme hoy a hacer esta humilde apología previa a  la visita de tan ilustre dama, dueña de un  estro poético  alto y bello, a nuestro pueblo, para actuar en una sala que quiérase, o no,  evoca secuencias y  correlato poético de  un bardo y juglar de  primera magnitud en ámbitos que sobrepasa,  nuestras lindes y las de España, para adentrarse en lo universal.

            Un honor para Cártama la visita de Celeste Torres. De ella quiero semblar  desde mi personal y humilde criterio  su dual perfil: artístico y humano. En lo artístico, hay que aseverar que Celeste es una gran poeta. No tiene que demostrarlo, consta en la altura de sus poemarios, en los prólogos que a los mismos han aportado sin reservas  ilustres personajes y, el trato encomiástico que la crítica le ha dedicado.

            Desde que en 1.998 conocí a Celeste Torres  --nombre que sugiere infinitud, cielos y mares,  condición leal, corazón de arco iris, y, apellido que nos hace pensar en las altas torres de su tierra que apuntan a los inefables estadios del espíritu; es decir su nombre y apellido ya definen por sí mismos la poesía-- tuve claro que había trabado entrañada conocencia con un alma de primera magnitud; y, de una primera lectura de su poesía, intuí que con una poeta de exquisitos registros líricos.

            Pero mi admiración a su fragua poética, mi apego al rumor de su inspiración comarcana, mi querencia al calor de su corazón,  se define y acentúa el día 2 de enero del año 2.000, con ocasión de la subida que a la ermita de la Virgen de Los Remedios de Cártama realizamos ambos y otro amigo, a cuya visita corresponde la fotografía que encabeza este comentario. Y es que ambos se fueron enamorando del también uno de los amores más caros de toda mi vida, es decir, se produjo el milagro de la confluencia afectiva hacia La Virgen de Los Remedios.

            Ella, esponja de motivos poéticos, se iba empapando de los ancestros del entorno (iberos, Tartessos, fenicios, griegos, etc.) que ponía en movimiento el céfiro alado de su fantasía. Un inusitado espectáculo de esta criatura inspirada, y, de esa inspiración, fue fruto genial un bello y denso  poema que dedicado a mi (¡cómo se lo agradezco!) escribió con motivo de aquel gozoso peregrinar.   Quizás, el poema más hermoso que sobre Cártama se ha escrito.

            La poesía de Celeste tiene ramalazos de tierra labrantía:

            “Se agolpan los recuerdos
            Como gorriones
            Sobre el trigo dorado
            De los campos...”

                   ***

            “Huye la tarde deprisa
            Enrollando en el horizonte
            El último pergamino de sol...”

            Enorme facilidad para plasmar  la belleza presentida.

            “Un silencio de duendes espesa,
            Con misterio,
            Una pasión oculta
            En la sacra tumba de mis
            Venas...”

            Y remembranzas de su tierra antequerana.

            “El día, como yo, declina
            Sobre el alto campanario de la iglesia.
            Tus campanas, como águilas azules,
            ocultan  tus misterios...”

            Por algo, la poesía de Celeste Torres ha merecido plurales premios, entre ellos, en 2.001, que yo presencié su entrega, el primer premio del “Certamen de Relatos  2.001” del Exmo. Ayuntamiento de Lucena, Córdoba.


           


           
            

miércoles, 28 de noviembre de 2012

EL FANTASMA Y LA MOLINERA


                      


 En “Los Cerrillos del Molino”, en tierras del Cortijo de la Alhóndiga, existía una casa con molino adosado (de ahí el topónimo), con tiro de bestia  para la molienda de cebos  y harinas en cuyas afueras, allá sobre  primeros del siglo XX,  solía salir lo que entonces llamaban, un “espanto”. 

Obviamente, no eran tal, sino que el "gachó” que retozaba con la hija de  la molinera,  se disfrazaba  de fantasma con una  sábana  blanca sobre la chorla y un farolillo de tinado en la mano, haciendo ostentosas   cabriolas con aquellas y, rotando  el farol en medio de la oscuridad de la noche, para  “espantar” hacia otros  caminos la  molesta presencia de transeúntes. 

Lo malo de aquel "pantasma",  o fantasma, era que, cuando sonaba el zurriagazo de su honda, el rebolo ya había salido de ella con puntería de avezado  cabrero  hacia la anatomía del que osaba intranquilizarle   con su inoportuna proximidad por el cercano camino  el ayuntamiento  que se tría con la briosa   cernedora (al parecer ésta era extremadamente  gritona en determinadas circunstancias), que, por otro lado, según  la tradición oral, estaba de muy buen ver y mejor catar. 

Ciertamente la  endiablada puntería con la honda  del pollo empicado en el peluseo con la almazarera, suscitaba aún más canguelo   que la fantasmagórica sábana y las luminosas espirales del farolillo de marras. Lo cierto era que pasar de noche hacia la vega de la Alhóndiga, o de Riarán, por el camino de  “Los Cerrillos del Molino", resultaba  tan peligroso como  atravesar  el Triángulo de las Bermudas; quiere ello decir que, lo más prudente, era  trincar por  otras trochas, que habíalas y, en su defecto,  campo a través tal estuvo establecido algún tiempo  por los designios de la honda del cabrero. 

 Todo acabó, según contaban los antiguos del lugar,  cuando uno de los rebolos  del susodicho galán impactó en el tricornio de un  número de la guardia civil caminera, el cual, ni corto ni perezoso y con el genio  de punta (póngase cualquiera en su lugar: recibir de buenas a primeras en pleno tricornio un tiro de honda con pedrusco),   aún sin tener ya blanco por la movilidad del macho vara, al tun tun,  vació sobre la oscuridad en derechura del fantasma las cinco balas del cargador de su mosquetón, moviendo el cerrojo del arma  más a priesa  que “se persigna un cura loco”; los  estentóreos fogonazos y el silbido de las balas en el negro silencio de la noche, era como para disuadir a cualquiera de amorosas  aventuras por muy tórrida que fuera la demanda de la bragueta y de las  bragas. Pero la mala suerte de que uno de los peñones lanzados por la honda del libidinoso cabrero, topara con el tricornio de un miembro de la benemérita, acabó con el sabaneo,  el faroleo y la follenda del cabrero y la molinera.

El molino, se llamaba también de “Vallejo”, que así se apellidaba su dueño, quien, al morir, dejó el cerraleón y empiedro en herencia a su viuda   e hija, que continuaron las faenas de maquila; gozaba la moza de fresca y oronda anatomía, lo que, lógicamente, despertaba los apetitos carnales del más  flemático de los mortales;  su primera y romántica  (como todas las primeras) aventura  de tal índole, no pudo terminar de forma más estruendosa ni radical. Maldecía a las circunstancias que  dieron lugar a tan drástico  corte de su placentera  aventura servida a domicilio   con nocturnidad entre los susurrantes olivos. 

Este legado de la tradición popular cartameña,  contado a mi manera, lo que no atenta contra la verosimilitud y que tiene por argumento los amores de la molinera, puede inscribirse, como una incardinación  más de nuestra historia en la nacional, en  la tradición temática de la literatura  española. Como una muestra, por miles, ¿quién no ha leído "El Sombrero de tres picos" de Pedro Antonio de Alarcón que incluye en su argumento los amores chuscos entre el Corregidor y la Molinera?.


Y el folclore no le va a la zaga a la literatura:



"...Yo vengo de moler morena
 de los molinos de arriba,

dormí con la molinera 
no me cobró la molienda..."

martes, 27 de noviembre de 2012

“CASTAÑA”, EL NIÑO Y GONZÁLEZ MARÍN

No era raro que en las labores los campesinos se montaran en vacas y bueyes  

                                                                
                                                                              A mis nietos, Pablo y Lucía

                                                                          ***
            En   realidad, este relato es una historia de la infancia  que adelanto de mi libro en ciernes  (a punto de concluir), “Ecos de la Alhóndiga”. Como un cuento inocente, seguramente irrelevante para los parámetros con que hoy se mide la entidad humana y la sensibilidad de las cosas, pero que forma parte de mi relación de amistad con el poeta de poetas, Pepe González En rMarín, cuyos versos los rimaba con la métrica y el ritmo del diario vivir, y por eso, lo uso como patrón oro  para valorar la grandeza de alma del amigo efusivo. Porque tratar, como suele hacerse,  de descubrir y ofrecer el jardín espiritual de un ser humano solo con adjetivos más o menos rimbombantes, descripciones forzadas desprovistas  de mínimas concreciones, nos podría llevar, tal dijo Horacio  “...a pintar un delfín en la selva y un jabalí en el mar...” .  Los detalles mínimos son los definitorios de un carácter y una condición humana; y yo, que traté y fui  amigo del artista paisano, puedo, y debo, aportar esos menudos detalles que dibujan su cabal perfil y sensibilidad humana siempre rebosante de poesía.

            La historia alada e ingenua como un sueño, empieza en el cortijo en donde nací y pasé mi primera niñez,  La Alhóndiga, sita a no más de un kilómetro de Cártama, en plena vega guadalhorceña,  a menos de 100 metros (sobre un promontorio atalaya)  del cauce del río, umbroso soto por medio. No había en el enorme cortijo (100 fanegas de regadío y otras 100 de secanos, incluido el entrañable olivar del Cerrillo del Molino),  más niños que yo. Mi nacencia fue un tanto accidentada: Volvía mi madre de la casa de sus padres (mi abuelo Canito y mi abuela María) en el “Cortijo el Convento”, término del Alhaurinejo, montada en su mansa burra y en avanzado estado de gestación  de su primer hijo, quien esto escribe. A punto  de salir del olivar del Cerrillo del Molino que iba atravesando, se sintió indispuesta. Había “hecho aguas” y sentía los primeros retortijones. Se encontraba ya a unos 150 metros de la  Alhóndiga.  A sus voces, y las de una hermana que le acompañaba,  acudieron  cuatro carboneros que con la leña de la reciente tala de los olivos, echaban hornos de carbón. Uno, saltó a la culata de la burra y cogió a mi madre por detrás, otros dos iban a su lado asiéndola de los brazos y, un tercero, tiraba del cabestro de la bestia, todo ello a priesa por imperativo obvio. Mi tía, corrió a decirle al chiquichanga del cortijo que, en la yegua,  fuera  a galope tendido  al pueblo a por el médico. Dos horas después, mi madre tenía su primer hijo en los brazos.

            Mi vida cotidiana discurría  entre boyeros, gañanes, muleros, braceros y peones de cuya jerga campesina aprendí mis primeras palabras y sus significados...y, en contacto con cuantos animales y ganado que por piaras tenía la finca labrantía, lo cual  me adelantaron la experiencia vital e incardinaron mi incipiente cultura y argot en temas campesinos casi exclusivamente.

             En casa anexa a la del “señorito” y por otro lado a pajares y tinado, con entrada y salida por el patio de tinados y cuadras,  vivíamos la familia. En la puerta de entrada (no había otra), existía un porche en alto en relación al patio de labranza, rodeada de un sólido poyete al que en verano daba sombra una enorme parra de uvas negras.

            En el cortijo, digo, no había más niños que yo y una hermana chiquitirrina, Ana. Mis únicos  amigos eran los peones  antes dichos que atendían las distintas labores y faenas de la finca. Me querían, y yo a ellos. Cada mañana me traían del pueblo golosinas o algún juguetillo. Y también eran mis amigos los animales y los pájaros que pipiaban en el soto; los mismos (cogujadas, alondras, pipitas, tontitos, gorriones, trigueros, etc) que  en las besanas poblaban los surcos buscando los insectos o semillas enterradas que el arado iba volteando y poniendo  a flor de tierra.  Constituía para mi un bello espectáculo ver a los reineros blancos ir subidos en el lomo de las vacas o bueyes de las yuntas espulgando sus moscardas o garrapatas.  Mi madre siempre estaba regañando a los que me traían chucherías: “le embotais el estómago y luego tengo que pulgarlo...”  ¡Cómo llegué odiar el aceite de ricino y el agua de carabaña...! Mi padre era  un simple asalariado con un sueldo de 2.50 pesetas.

            Mi abuelo materno, “Canito”, le dio a mi madre como dote,  al casarse, una hermosa novilla llamada, “Confitera”. Yo esperaba que pariera el becerrito que “será tuyo” me decían “para que juegues con él”. Casualmente, vi  nacer a la cría. Nadie se encargó de evitar que yo desde el porche  presenciara el parto de  “Confitera”; fue asistida por mi padre y el boyero, “Paco el Tito”, y me llamó  la atención que tiraran de las   manecillas y la cabeza de la cría cuando empezaron a asomar,  con un suave saco de lona para aligerar el trámite. Cuando salió, la madre de pie, la cría cayó al suelo, y yo grité sobrecogido: “¡malos, me habéis matado mi becerrito...!”; era yo demasiado niño aún para comprender esos misterios de la vida. Pero mi júbilo estalló como una bengala cuando tras limpiarla la madre con su boca, la cría se levantó torpemente y, a trancas y barrancas, buscó las ubres maternas  y empezó a mamar de ellas a los pocos minutos de haber nacido ¿qué voz misteriosa le indicó en donde estaban los pezones  de los que debía mamar?

            La cría era una preciosa becerra de pelo endrino y brillante como la piel de las nutrias del río, a la que le pusieron “Castaña”. Era grácil y juguetona. Desde el primer día fuimos amigos inseparables. En aquellas circunstancias en las que hasta un niño percibía tensiones de guerra, Castaña fue el mejor regalo que pudieron hacerme. Yo compartía mis golosinas con ella;  resultó golosa a más no poder. Cuando iba al soto o a la era, o en busca del cabrero que guardaba el rebaño en el manchón y  siempre me ordeñaba de la cabra parida un jarrillo de leche, yo hacía un muñón con un trapo que llevaba  e iba mojando en la lecha y dándoselo a Castaña que, de tal guisa, compartía la tibia leche conmigo. Al regreso hacia el cortijo, todos se sorprendían de   se prestara a llevarme a horcajadas sobre su lomo, sin que la ya novillota, hiciera un extraño ni un movimiento  brusco para derribar la carga; todo lo contrario, yo armado de plácida paciencia le dejaba que de  vez en cuando se pusiera a ramonear las yerbas que encontraba cerca del camino. No teníamos prisa y yo, mientras ella mordisqueaba las hierbas,  iba saturando mis retinas de paisajes. Me llamaba la atención aquella casita en medio del monte, que luego supe era la Ermita de la Virgen de Los Remedios.

            Y, vino la guerra civil. La familia nos fuimos a vivir al pueblo. Pasaron muchas cosas trágicas que no son de este relato, y ya no volví a ver a Castaña, hasta que pasado un año mi padre, rehecho en parte del sufrimiento durante   seis meses que pasó huido y escondido entre las breñas de la sierra,  desde que se escapó del coche en el que le daban “el paseo”, él volvió a reiniciar sus tareas, ahora en un lote de tierras que cogió en renta de las del Cortijo de la Alhóndiga. En la nueva pesebrera, entre el resto de vacuno, estaba nuevamente Castaña, que durante la ausencia de mi padre cuidaron mis tíos en sus tierras, y ellos, la domaron para el ubio.

            El día que bajé a la nueva pesebrera por primera vez, pasado un  año, quienes presenciaron la escena  no daban crédito a lo que veían. Al reconocerme, “Castaña”  temblaba de forma extraña. Emitía tenues gemidos. Tiraba del cornil y hubo de soltársela  para evitar que lo partiera. Me daba, igual que antes, suaves hocicadillos, como invitándome a correr, como queriendo volver a jugar conmigo; y así fue. Me volví a subir a su sedoso lomo y, entonces, serenada ya la dejé hacer; tras algunas vueltas alrededor del sombrajo, volvió a su pesebre.

            Pero habían pasado muchas cosas; yo ya no era el niño solitaria de un cortijo aislado en la ribera. Tenía obligaciones  escolares  que me había tomado muy a pecho; otros niños eran mis amigos y compañeros de juegos, y aunque mis sentimientos hacia “Castaña”  nunca se modificaron, si cambió lógicamente la frecuencia y las características de nuestros contactos. Ya era una vaca de labor.

            Cuando aquel volví a casa, estaba en ella para cenar con nosotros, PEPE GONZÁLEZ MARÍN,  al que mi padre le contó la escena de aquella tarde entre “Castaña” y yo. Fue entonces cuando empecé a conocer y a querer al poeta cartameño. No esperaba que un hombre, por el simple relato de mi padre sobre algo que, si no corriente, tampoco era inaudito, él lo singularizase y se emocionara. Al llegar yo a la mesa cortó el discurso a mi padre e hizo que  le contara  la historiar con los registros naturales de mi propia y emotiva vivencia. Me dio un  emocionado abrazo y, una y otra vez, él contó el hecho por doquier cada vez que tuvo ocasión. Era un poeta. Ese día de 1.938 (tenía yo 7 años)  nació una íntima y entrañable amistad entre el niño y el genio de la poesía y el teatro que duró  hasta su muerte en mayo de 1.956. 

            Un veraniego día de años después, los operarios de la labor paterna y yo, teníamos un nudo en la garganta  viendo a Castaña con una soga a la cuerda  tirada por el comprador a quien mi padre la había vendido. Ella hacía retranca  y volvía la vista hacia todos nosotros y el sombrajo por cuyas piqueras salía el vaho  de sus compañeras y hasta de dos hijas que quedaban en el “hogar” en donde a ella le gustaría seguir hasta morir.

            Me separé a llorar solo; en ello estaba, oculto tras las sierpes de un granado próximo, cuando vi que cercano ya, desde el pueblo  venía  PEPE GONZÁLEZ MARÍN,  al que hice señas señalándole la marcha de “Castaña”. Él comprendió de inmediato, e hizo aparatosas señas al   tratante de ganados para que le esperara.

            Mi padre, sorprendido por la irrupción del amigo, dijo al comprador: “Siga usted con la vaca, el trato está hecho y yo tengo palabra...”  Ante mis protestas salidas de tono,  se había visto obligado a darme un pellizco en el cuello. En realidad es que mi padre, comiéndose slos sentimientos, por la problemática economía agrícola se vio impelido a vender a “Castaña”;  era la más vieja de la pesebrera e iba dando de corto en el trabajo.

            El comprador no sabía que hacer. Había reconocido a GONZÁLEZ MARÍN que  no tardó en llegar al sitio del conflicto. Sin ningún preámbulo, le dijo  al comprador del animal: “¿Cuánto le ha costado la vaca...?”  “Don José, contestó el tratante,  he pagado por ella dos mil pesetas...” PEPE GONZÁLEZ, echando mano a su cartera le dijo: “ Pues le voy a dar a ganar más que si la lleva  al matadero para carne..., tenga, mil pesetas y esta noche venga a mi casa por otras mil y la ganancia que estime justa”  “Y tu Frasquito (le dijo a mi padre” ¿se queda “Castaña” aquí o busco a otro labrador amigo para que la tenga hasta su muerte

            Saltaron conmigo otros operarios jóvenes sobre el lomo de “Castaña” y,  con nosotros a cuestas, volvió   a su pesebre... Murió en su “casa” y está enterrada  en el venaje lindero a la realenga que lleva al vado de Las Tres Leguas, que tantas veces  recorrió “Castaña” tirando, uncida a ella, de  la carreta de la labor.

           

           

           

           

           








lunes, 26 de noviembre de 2012

FABULILLA DE LA VIEJA ENCINA


                                     

            La bicentenaria y  frondosa encina,   nació apenas brizna a la vera  de un camino realengo   serpeante por la ladera de la montaña hasta trasponer por su cima hacia otro término municipal.

            Su umbrosa copa fue siempre alivio de cansados caminantes y lugar de sesteo  para piaras de ganados. Sus dulces y crujientes frutos (bellotas)  mitigaron  siempre el hambre de toda una vegetariana fauna  autóctona y, otrora,  del hombre.  

            Con esa disposición propia  de árbol probo,  vivió  siempre la enorme encina,  lo que le hizo acreedora  a que el camino a cuya vera vivía, fuera, y es aún, llamado  por los agradecidos transeúntes de todo oficio,  “El camino de la encina

            Durante esos dos siglos, la ladera fue acosada infinidad de veces  por invernales y furiosas ventiscas  y huracanados temporales, que  desfoliaron y arrancaron de cuajo al noble árbol importantes ramas; formidables nevadas le helaron  sus flores, promesas de cosechas de  bellotas; desfasadas lluvias, seguida de sol picante, quemaron su tierna  trama que serían flores  y que, después, romperían en  nutrientes frutos.

            Pero..., un día, la envidiosa, parasitaria  y aviesa yedra que no ahinca sus raíces en tierra para sorber  su alimento, sino que hiende  en lo troncos y ramas de los árboles  sus pequeñísimas  agarraderas de trepa y   succiona con ellas la sabia que desde tierra sube y baja  por  los vasos leñosos y liberianos de los árboles nobles, hicieron presa en la encina de la ladera. El resultado fue que la epifita  parásita lució  su lujuriante porte y  hojas  lustradas de un verdor insultante a costa de la salud de la paciente encina, a la que  tupió  totalmente con su estéril follaje,  hasta conseguir  su total ruina vegetal. Así dejó de ser la honrada y generosa bellotera    alivio de  transeúntes, e incluso, la aleve hiedra le anuló, que eso buscan  todos los (as)  trepas con quien son mejores que ellos,  su personalidad socio-vegetal.

             Las consecuencias  fueron   fatales: La trepa, como todo ladrón, tiene sus confidentes: Cobijó en su espesa fronda   miriadas   de larvas, insectos, termitas, pulgones, orugas, etc. que, paralelamente, se incrustaron  en el  interior del tronco y ramas gruesas del  viejo árbol, de cuyas entrañas hicieron, inmisericorde, su pastura. Unos y otros lograron  debilitar desde su base al ya inerme árbol.

            Y, a aquel árbol, que había sabido afrontar brava e indemne  toda clase de avatares climatológicos y, rehacerse de las heridas sufridas con la llegada de  la primavera, le bastó ya que un leve céfiro topara sobre el enorme y tupido velamen de yedra que lo envolvía, para dar  con todo su porte  en  tierra por la acción innoble y furtiva de unos viscosos bichejos que le royeron  el corazón.

            Pero, como le sucede a todo parásito vegetal (la cizaña y el avenate de los trigales, los jopos de las habas y otras leguminosas, los bledos de los maizales, etc), al ser segado por el labrador o, como abatimiento de sus soportes, tal la hiedra con la encina, indefectiblemente ellos también son abatidos; y lo que es peor, mientras de las ramas del árbol, después de muerto su madera sigue dando servicios alimentando lares, como cabezales de arados, limones y ubios de carretas, y los cereales segados dan trigo del que se hacen hogazas en las tahonas o, tal las habas, son convertidas en carne en el cebo de animales, los parásitos trepas  mueren vilmente, quizás sin penas,  pero siempre sin gloria cuando no con oprobio.

            Moraleja.- En el correlato humano de esta parábola, el hombre cabal, al que ni una guerra civil, ni ruinas provocadas por robos perpetrados por ladrones de pacotillas que al efecto sorprenden  la confianza depositada en ellos, lograron abatir el espíritu y la propia estima de hombre bien nacido y, ellos, siguieron siendo para siempre, eso: meros ladrones de pacotilla.

sábado, 24 de noviembre de 2012

PREGONES DE ANTAÑO



No hace excesivo tiempo que, cada día, recorrían las calles del pueblo los llamados pregoneros; unos vendían quincallas, otros verduras, otros pescado, otros (en verano) chumbos, otro su oficio de  "lañaor", el afilador (su pregón era singularmente musical, inconfundible: Utilizaba, y utiliza,  un pito metálico a escala que emitía un son melancólico y llamativo, muy grato al oído que, aún, suele pasear las calles de este pueblo); el que vendía  carbón, el que altramuces, el de los helados en su carrillo, etc. 

No había otra  manera de comunicar al pueblo consumidor las ofertas interesantes, y, hasta los edictos o bandos del alcalde, los voceaba el pregonero municipal de calle en calle y de esquina en esquina de la villa. 

Se daban a conocer sucesos sociales cuales bodas, fallecimientos, aperturas de nuevos comercios, mediante pregones, con un corto discurso adaptado al analfabetismo de la mayoría de las gentes; las dimensiones de los pueblos, menos masificados que hoy, permitían fácilmente este sistema de marketing. Algunos pregones   eran  una auténtica obra de arte rimada.

He aquí algunos ejemplos de pregones, de entre los  miles que se podrían invocar:

"¡Altramuces,
saladitos y dulces.
        ...

El lañaor: En aquellos tiempos de penuria, ponía una laña (grapa) a utensilios del hogar rajados, con lo que les devolvía el total hermetismo para poder ser usados nuevamente. Componía de tal guisa,  lebrillos, ollas, platos y fuentes, orzas, etc.etc. Este era su pregón:

¡Alaño ollas, 
lebrillos, niñas
aquí está el lebrillero!
Se alaña de tó, 
cuanto más roto mejor.
           ...

El de las golosinas:

"Hay barquillos de canela.
El que prueba repite
y, al que no, le da la gripe!
            ...

También estaba, como queda dicho, el pregonero municipal, quien en cada parada a lo largo de las calles, tocaba a todo decibelio su trompetilla, para una vez fijada la atención, echarles su pregón:

"De parte del señor alcalde
se hace saber
que esta noche no hay pleno
y no hay nada que hacer.
¡Está lloviendo!

Fue célebre el pregonero "Gasparillo" "cebuche" (que a la vez era el único "policía") era una institución en aquella lejana época de nuestra niñez. La fotografía arriba inserta, es la cornetilla que usaba para los pregones, cuya imagen debo a su nieto Gaspar. De "Gasparillo" existen  anécdotas singulares, cuyo relato dejo para otro día.



jueves, 22 de noviembre de 2012

CRISTO CAMPESINO




             El Evangelio debiera ser para el campesino una de sus referencias de más alto significado y refugio emocional más halagüeño. Jesús no proclamó  solemnemente su sublime mensaje en la puerta del templo, sino que lo fue vertiendo en el corazón de  las gentes,  que querían escucharlo, por  las aldeas y comunidades campesinas que orillaban los caminos terrizos de Galilea, Samaria, Judea, etc. Sendas abiertas entre mieses amarillas plenas de espigas reventonas de promesas de pan ácimo y, decía: “La mies es mucha y los operarios son pocos...”. Por entre los pámpanos  de los viñedos proclamaba: “Yo soy la vid y vosotros os sarmientos...” Sentado junto al brocal del pozo platicaba a la samaritana sobre el secreto del agua viva que brotaba de su corazón, única agua capaz de calmar la sed  en este mundo sediento de justicia. Y de paso por una ciudad se encontró bajo la parra a Marta y María, las hermanas de Lázaro.

            Aprovechó la imagen de la yunta que enterraba la semilla y regaló la célebre parábola con fondo de sembradores:   “Salió un  sembrador a sembrar...” “un hombre sembró su campo de trigo y por la noche el enemigo esparció sobre él cizaña...·” ,“ el pastor le inspiró: “...si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una (parábola del Hijo Pródigo). El poder infinito de la palabra de Dios con símil arbolario: “...el reino de los cielos es semejante a una granito de mostaza...” “¿por ventura se cosechan uvas de los espinos o higos de los abrojos...” Y, la bella imagen del pastor que guarda su rebaño: “yo soy el Buen Pastor, y el Buen Pastor da vida a  sus ovejas...”  Y una invitación a la vida sencilla sin afanes frustrantes y,  a tener fe en la Providencia:  “mirad las aves del cielo, que ni siembran ni siegan no recogen en graneros  (insinuaba, cuánto mejor vosotros que sencillamente laboráis y dais vida a los campos que ofrecen en recompensa pan y vino eucarístico a los hombres). “Considerar los lirios del campo...pero ni  Salomón, con toda su gloria, se vistió como uno de ellos...”,   “y si la hierba del campo, que hoy crece y mañana se echa al horno, Dios que así la vistió ¿por ventura no hará mucho más por vosotros?”

            Y quienes hemos vivido pegados a la tierra labrantía, podemos dar fe, a poco que conozcamos el Evangelio y  tengamos un ápice de sensibilidad abierta a los fenómenos que nos ofrece el mosaico variopinto de las campiñas y las riberas, que por las realengas, trochas y angosturas pasa a diario errante la sombra de Jesús con una vara de fresno eterno peregrino del Amor y la concordia entre los hombres.

            Estremece cómo  los campos arados, los milenarios olivos, los paralelos surcos abiertos en la tierra con  tempero, las cepas  y las parras, los lirios, las higueras, las lomas y las piedras, y todo ese mundo eterno (aunque ahora arruinado y deprimido por políticos ineptos y sin conciencia lo han arruinado con el beneplácito bobalicón del pueblo, que ya lo empieza a pagar), planicies de belleza sin par, libertad y orden natural, fue el argumento fundamental del Hombre-Dios  para hacer llegar a los hombres el mensaje de paz, de verdad y de  justicia más sublime que jamás ha hollado los oídos de la  humanidad.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

UN TESORO DEL PATRIMONIO CULTURAL DE CARTAMA

NO ME HA SIDO POSIBLE FÍSICAMENTE REDACTAR UN RESUMEN DEL TROZO DE LA HISTORIA DE  ESPAÑA EN EL QUE SE INCARDINA ESTE SILLÓN USADO POR EL REY ALFONSO XIII CUANDO VINO A INAUGURAR EL PANTANO DEL CHORRO

ALAMAR DEL TRAJE DE LUCES DE JOSELITO

Alamar del traje de luces que Joselito "El Gallo" llevaba el día que el toro, "Bailaor", lo mató en Talavera de la Reína. Se expone en el   despacho-museo del eximio artista cartameño, José González Marín, regalo-recuerdo de la madre del torero, "La Señá Gabriela", madre de toreros y suegra de Sanchez Mejías. (Se comentará ampliamente en otra entrega)

AMISTAD DE GONZÁLEZ MARÍN CON UNO DE LOS MÁS CÉLEBRES ESTADISTAS DE ESPAÑA

Don Antonio Maura Montaner (Palma de Mallorca, 1.853-1.925)

***

Estadista y escritor español, liberal conservador,  que fue cinco veces  del Consejo de Ministros de España. En 1.881, con 26 años fue elegido diputado a Cortes.

Como gobernante, erradicó el caciquismo, autentica plaga (cual hoy) de corrupción en España de su época. Sus gobiernos promulgaron fecundas leyes. Protestó ante Alfonso XIII por la implantación de la Dictadura de Primo de Rivera. La fotografía está dedicada de su puño y letra al cartameño, José José González Marín.


PARA HONRA Y FAMA MUNDIAL DE CARTAMA

ARRIBA

Valioso dibujo a plumilla  de un bello pase de Manuél Rodriguez "Manolete", dedicado a su íntimo amigo el genial rapsoda cartameño, José González Marín (Se comentará en otra entrega)

ABAJO

Condecoraciones  impuestas a nuestro insigne  paisano, José González Marín.. Entre ellas la Gran Cruz de Isabel La Católica y la Orden de Alfonso X El Sabio y otras nacionales  e internacionales (Se comentará en otra entrega)

martes, 20 de noviembre de 2012

"CON LA VERDAD NI OFENDO NI TEMO" (Bolívar)




            Nuestro actual régimen, llamado democrático, ha derivado en el estado de la mentira sin lugar a dudas posibles, y quien más ejercen este deleznable vicio de manara continuada, es la llamada casta política, sin que las excepciones que, naturalmente las hay, logren singularizarse de entre  la asfixiante  masa de embusteros. En relación a ello, se nos ocurren algunas reflexiones a vuela pájaro:

            En la televisión, y hasta en el propio hogar, los niños respiran mentiras. Y, enseñarle a un niño a mentir, o no evitar que  se habitúe a ella,  es darle papilla envenenada. El niño tiene derecho a la verdad como tiene derecho a la salud. Enseñarle a un niño a decir la verdad siempre, es limpiar su alma del bajo polvo de la plebe, de la piara, de la esclavitud  que impone la demagogia.


            La etapa de hombre es la recolección de la etapa de niño.

            El hábito de la verdad necesita, pues, no solo educación, sino cuna. El pueblo que desconoce la altura de la verdad, y no la exige a sus gobernantes, es un pueblo imbecil y esclavo. Y, el hombre singular  que quiere ser veraz pero no ser atreve a ello por respetos humanos y el que dirá de la plebe de embusteros, es de una laya aún más baja  y despreciable que estos. Nunca será persona el que miente siempre, o no es capaz de decirle embustero al que miente, de palabras o por escrito y en cualquier tiempo y lugar.

            Es muy triste presenciar día a día  nuestra patria inundada de mentiras de todo jaez de norte a sur y,  de este a oeste; y, lo que es peor, a muchedumbres y muchedumbres tragando trolas capitalizadas de ladrones descarados impasiblemente.
Hoy España es un una juerga de embusteros. Así nos va.

Este comentarista ha tiempo que hizo suya la célebre frase de Simón Bolívar:  

"Con la verdad ni ofendo, ni temo"



lunes, 19 de noviembre de 2012

A MIS AMABLES LECTORES


           Me emocionan, valoro en mucho y agradezco con todo mi corazón,  las no pocas  llamadas telefónicas, y  correos de felicitación, que vengo recibiendo  por mi humilde empeño en dar a conocer la historia de nuestro pueblo, y semblar a sus personajes más señeros; esos, por los que Cártama está en los anales   con letras de molde. Desde aquí, gracias de  corazón a todos ellos.

            Por razones obvias, sobredimensionada emoción me han producido cuatro últimas llamadas de allende el mar: Buenos Aires (Argentina), Cártama (Bolivia),  Montevideo (Uruguay) y Caracas (Venezuela)

            Como es fácil colegir, todas están referidas  a nuestro genial artista,  José González Marín,  quien, pese al tiempo transcurrido desde su muerte, aún es recordado con admiración trasmitida a las generaciones actuales por los  mayores que conocieron a nuestro Juglar y su cantiga mariana referida a la Virgen Peregrina por las ciudades antes citadas. La llamada más emotivas es la de Cártama, que fuera villorrio al que dieron  nombre  en Bolivia antepasados nuestros del siglo XVI, enrolados en la huestes colonizadoras, y que, hoy ya ciudades populosas, lo siguen conservando, como también un río afluente del Tuca. Mi amigo, Gerardo Hernández  Les, hoy residente en  Cártama, tuvo noticias de ésta durante  un viaje por Iberoamérica y, en virtud del  recuerdo sobre González Marín que, como digo,  aún perdura por aquellas lejanas repúblicas.

            Desde el puerto de Río Grande en Brasil, al que  el  que  el capitán del vapor, “Cabo Santo Tomé”, hizo escala, desviándose de ruta por simulada  emergencia mecánica, para facilitar el desembarco de  la Virgen de Los Remedios de Cártama en brazos del rapsoda local, al que dicho   capitán  no quiso detener, desobedeciendo órdenes que le llagaron de España, para que nuestra Patrona siguiera hacia el Mar de La Plata cruzando por tierra el sur del Brasil y Uruguay. Pues, en esta  ciudad, aún perdura, como me dicen, el recuerdo de la odisea mariana ya conocida (Libro. “Cártama histórica. El Juglar y la Virgen Peregrina”)

            De Buenos Aires es de donde he recibido más reconocimiento, como igualmente de Caracas; en ésta, de empresarios taurinos-teatrales, de lo que hice mención aquí y volveré a ampliar en su momento.

           

domingo, 18 de noviembre de 2012

MACHADO Y GONZÁLEZ MARIN A BARBADILLO



Según la Real Academia de la Lengua Española, es deber de los pueblos bien nacidos,  "mantener vivo el recuerdo de quienes, en España o América ´han cultivado con gloria nuestra lengua" De ello es un ejemplo paradigmático nuestro paisano, José González Marín ¿le cabe más honor a Cártama, a despecho de un grupo de ignorantes que quieren sumir a su  pueblo en la incultura más ramplona)

                                        ***

José Luis Jiménez  · 11 Febrero 2012

Hola Manolo (actual heredero de las afamadas  Bodegas Barbadillo):

Aunque no viene al caso, voy a endulzar el ambiente y me vas a permitir que le mande a todos los gazaperos, en especial al Sr. José Manuel Martín Barbadillo, un descubrimiento que hice de un poeta, bastante desconocido, que a lo mejor es pariente suyo. Perdona si la cita es larga pero creo que merece la pena.
Encontré un ejemplar de la primera edición del libro poético, Rincón del Sol, que envió Manuel Barbadillo al “Faraón de los decires”, José González Marín, –así era conocido el de Cártama (Málaga) en el mundo literario por culpa del poeta madrileño Cesar González Ruano- con prólogo de Manuel Machado y epílogo de González Marín, editado en la editorial Plutarco, donde publicaban también Alberti y Menéndez Pidal en 1936. Lo que más me llamó la atención fue, en la primera hoja del libro, la dedicatoria de Barbadillo, de puño y letra, a Manuel Machado. Dice así: “A Manuel Machado, sin más adjetivo, porque en nuestra lengua no hay adjetivos para él”. Firmado Manuel Barbadillo, 1936 Marzo 28. Creo que sobran los comentarios y es una forma magnífica de retratar al primogénito de los Machado. Una dedicatoria llena de carga emotiva.
¡Mira que cosa más bonita el prólogo, bastante desconocido, del poeta sevillano, en versos, al libro citado, “Rincón del Sol”.  Llamo la atención en la afirmación que hace sobre la soleá. Dice así:
“Tus versos, Barbadillo,
son juncos de ribera,
cañas: de Manzanilla
-en el fondo una almendra-
o, simplemente, cañas
verdes, sonoras, trémulas…
Caramillos del río
y flauta de la tierra.
Tus versos, Barbadillo,
nacen en ti cual de esta
maravilla andaluza
naranjas, limas, cepas,
frutas del sol, claveles
de sangre –rosa o negra-,
jazmines de misterio
y nardos de demencia.
Tu musa, Barbadillo,
tiene a sus pies la vega
del Betis… En el pecho,
el calor de la tierra.
En los labios, la risa
del río que se vuelca
en la mar. Y, en los ojos,
-esmeraldinas gemas-
una mirada verde
hacia la Mar, que empieza…
Requebrar a una chavala,
ajustarse el marsellés…
saber mirar bajo el ala
de un sombrero cordobés…
Eso es
fruto del suelo andaluz…
como tus versos de luz,
Barbadillo,
primos de la soleá…
¡Ese cantar tan sencillo
que nadie sabe cantar!

                              ***


          José González Marín hizo el epílogo al libro, “Rincón del Sol”, del poeta y bodeguero  de Sanluqueño, Barbadillo, con estilo literario del siguiente tenor, que demuestra, amén de su cultura como amaba a su tierra andaluza el “poeta de poetas”:

         “La lectura de estas páginas deja en el ánimo la ilusión de haberse adentrado       --- ¿unas horas, meses, años, media vida?--- en el paisaje y en alma de Andalucía, la tierra fascinadora, la de las emociones y sugestiones inagotables...

         Todos los poetas, todos los artistas de todas las épocas y generaciones, cantándola..., y ella inspirándoles, eternamente, cantos, poemas, imágenes y sensaciones nuevas, manantial  de una linfa inacabable para todos los sedientos  de belleza.

         Así este libro, que canta lo cien veces, lo mil veces cantado ---la parra, la copla, la reja, la guitarra, cuanto es  signo y expresión de este pueblo sutil, elegante, fuerte y lleno de gracia ---, no es disco que repita melodías  de viejo sonsonete, sino expresión
---e impresiones--- de acento personal, con colorido de paleta propia.

         A mí, que si algo soy y represento en mi arte, acaso lo deba a ser como la voz de Andalucía, voz que vive y vibra para cantarla, por fuerza ha de clavárseme con profunda herida gozosa en la sensibilidad, toda palabra que sea bella expresión y canción nueva de esta tierra bendita.

         Que al fin, palabras son son  el cuerpo inmaterial, la materia inconsútil del arte para el que alieto...

         Y por eso, entre los lectores a quienes este libro ha de deleitar y conmover en admirativa complacencia, había de ser yo el primero en el elogio de sus muchas bellezas y uno de los más complacidos”.

                                                                                JOSÉ GONZÁLEZ MARÍN

INJUSTICIA HISTÓRICA - Miguel Ángel del Pozo,- 16.03.08


La ingratitud de los pueblos con los hijos  ilustres que le dieron fama y personalidad, e incluso referencia noble durante su vida y en la memoria histórica, sigue siendo hoy, si acaso más acusada, una triste realidad que pone de manifiesto la pequeñez intelectual de estos tiempos. A continuación, el testimonio de un escritor estudioso de esta lamentable distonía histórica. 

                                                                       ****
                                                 **
      No hace mucho, en este mismo diario, escribía sobre un malagueño ilustre injustamente olvidado, se trataba de José Carlos de Luna que ni siquiera tiene calle dedicada a su memoria. Pues bien, encuentro que un 8 de noviembre de 1960, en la columna de Sol a Sol, aparece -resumo- el siguiente texto:


«Sabemos que Málaga es cuna de poetas. ¿Por qué no se evoca algo del vate José Carlos de Luna y se erige una estatua en dicha plaza -se refiere a la de Las Flores- alegórica al Piyayo?. Sería hacerle justicia por la fama que le ha dado a Málaga este personaje que aunque gitano también, me refiero al Piyayo...». Sigue la nota en los siguientes términos: «También se puede hacer lo propio con el gran recitador González Marín...». Ya ha llovido y ni a El Piyayo, personaje universal y creador de un cante que hoy llevan en su repertorio todos los artistas flamencos, ni a José Carlos de Luna con su poema, ni a González Marín el Faraón de los Decires, se les ha hecho justicia
***
" A nuestro insigne paisano, Pepe González Marín, no sólo no se le ha hecho justicia, sino que en su propio pueblo, que tanto le debe, se  ha hecho tremenda injusticia con su memoria. Aunque, en honor a la verdad, su imagen y valía personal y artística han quedado total y rigurosamente restauradas gracias a  afortunadas semblanzas  del conocido escritor y periodista, Francisco Baquero Luque"