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viernes, 30 de noviembre de 2012
¡LA HISTORIA SE REPITE...!
jueves, 29 de noviembre de 2012
NOS VISITA LA GRAN POETA, CELESTE TORRES
El autor en la Ermita con la poeta Celeste Torres
El próximo
sábado, 1 de diciembre, a las 17 horas, en el Teatro Municipal, hará una lectura poética y presentación de su libro, “Del amor y
sus misterios”, la gran poeta
antequerana, tan ligada a Cártama, CELESTE TORRES, mi amiga del alma, según
ella misma apostilla en la dedicatoria que me hace en su libro, “Las cuatro lunas al viento”, imprenta Sur, 2001: “Para ti Paco Baquero, compañero de camino;
compañero, te quiero; tu amiga, Celeste”
Según me
dicen, será presentada por el teniente
de alcalde, José Escalona Idañez.
Yo que, al
alimón, he compartido con Celeste Torres
tantas veladas poéticas --El Ateneo, El Pimpi y el Centro Cívico Generación del
27 de Málaga reiteradas veces, en muchos
pueblos de nuestra Provincia (incluida varias veces Estación de Cártama), e
incluso, algunos de la de Cordóba; veladas
que se contarían por decenas y decenas de veces, formando ambos parte del Grupo Erató que iba dando a conocer por
dichos pueblos sus poemarios-- no podía
sustraerme hoy a hacer esta humilde apología previa a la visita de tan ilustre dama, dueña de
un estro poético alto y bello, a nuestro pueblo, para actuar en
una sala que quiérase, o no, evoca
secuencias y correlato poético de un bardo y juglar de primera magnitud en ámbitos que
sobrepasa, nuestras lindes y las de
España, para adentrarse en lo universal.
Un honor
para Cártama la visita de Celeste Torres. De ella quiero semblar desde mi personal y humilde criterio su dual perfil: artístico y humano. En lo
artístico, hay que aseverar que Celeste es una gran poeta. No tiene que
demostrarlo, consta en la altura de sus poemarios, en los prólogos que a los
mismos han aportado sin reservas ilustres personajes y, el trato encomiástico
que la crítica le ha dedicado.
Desde que
en 1.998 conocí a Celeste Torres
--nombre que sugiere infinitud, cielos y mares, condición leal, corazón de arco iris, y,
apellido que nos hace pensar en las altas torres de su tierra que apuntan a los
inefables estadios del espíritu; es decir su nombre y apellido ya definen por sí
mismos la poesía-- tuve claro que había trabado entrañada conocencia con un
alma de primera magnitud; y, de una primera lectura de su poesía, intuí que con
una poeta de exquisitos registros líricos.
Pero mi
admiración a su fragua poética, mi apego al rumor de su inspiración comarcana,
mi querencia al calor de su corazón, se
define y acentúa el día 2 de enero del año 2.000, con ocasión de la subida que
a la ermita de la Virgen
de Los Remedios de Cártama realizamos ambos y otro amigo, a cuya visita
corresponde la fotografía que encabeza este comentario. Y es que ambos se
fueron enamorando del también uno de los amores más caros de toda mi vida, es
decir, se produjo el milagro de la confluencia afectiva hacia La Virgen de Los Remedios.
Ella,
esponja de motivos poéticos, se iba empapando de los ancestros del entorno
(iberos, Tartessos, fenicios, griegos, etc.) que ponía en movimiento el céfiro
alado de su fantasía. Un inusitado espectáculo de esta criatura inspirada, y,
de esa inspiración, fue fruto genial un bello y denso poema que dedicado a mi (¡cómo se lo
agradezco!) escribió con motivo de aquel gozoso peregrinar. Quizás,
el poema más hermoso que sobre Cártama se ha escrito.
La poesía
de Celeste tiene ramalazos de tierra labrantía:
“Se agolpan los recuerdos
Como gorriones
Sobre el trigo dorado
De los campos...”
***
“Huye la tarde deprisa
Enrollando en el horizonte
El último pergamino de sol...”
Enorme facilidad para
plasmar la belleza presentida.
“Un silencio de duendes espesa,
Con misterio,
Una pasión oculta
En la sacra tumba de mis
Venas...”
Y
remembranzas de su tierra antequerana.
“El día, como yo, declina
Sobre el alto campanario de la
iglesia.
Tus campanas, como águilas azules,
ocultan tus misterios...”
Por algo, la poesía de Celeste
Torres ha merecido plurales premios, entre ellos, en 2.001, que yo presencié su
entrega, el primer premio del “Certamen de Relatos 2.001” del Exmo. Ayuntamiento de Lucena,
Córdoba.
miércoles, 28 de noviembre de 2012
EL FANTASMA Y LA MOLINERA
En “Los Cerrillos del
Molino”, en tierras del Cortijo de la Alhóndiga, existía una casa con molino
adosado (de ahí el topónimo), con tiro de bestia para la molienda de cebos y harinas en cuyas afueras, allá sobre primeros del siglo XX, solía salir lo que entonces llamaban, un “espanto”.
Obviamente, no eran tal, sino
que el "gachó” que retozaba con la hija de la
molinera, se disfrazaba de fantasma con una sábana blanca sobre la chorla y un farolillo de tinado en la mano, haciendo ostentosas cabriolas con aquellas y, rotando el farol en medio
de la oscuridad de la noche, para “espantar” hacia otros caminos la molesta presencia de transeúntes.
Lo malo de aquel "pantasma", o fantasma, era que, cuando sonaba el zurriagazo de su
honda, el rebolo ya había salido de ella con puntería de avezado cabrero hacia
la anatomía del que osaba intranquilizarle con su inoportuna proximidad por el cercano camino el ayuntamiento que se tría con la briosa cernedora (al parecer ésta era extremadamente gritona en determinadas circunstancias), que, por otro lado, según la tradición oral, estaba de muy buen
ver y mejor catar.
Ciertamente la endiablada puntería con la honda del pollo empicado
en el peluseo con la almazarera, suscitaba aún más canguelo que la fantasmagórica sábana y las luminosas
espirales del farolillo de marras. Lo cierto era que pasar de noche hacia la vega de la Alhóndiga , o de Riarán, por el camino de “Los Cerrillos del
Molino", resultaba tan peligroso como atravesar el Triángulo de las Bermudas; quiere ello decir que, lo más prudente,
era trincar por otras trochas, que habíalas y, en su defecto, campo a través tal estuvo establecido algún tiempo por los designios de la honda del cabrero.
Todo acabó, según contaban los antiguos del
lugar, cuando uno de los rebolos del susodicho galán impactó en el tricornio de
un número de la guardia civil caminera, el cual, ni corto ni perezoso y
con el genio de punta (póngase cualquiera en su lugar: recibir de buenas a primeras en pleno tricornio un tiro de honda con pedrusco), aún sin tener
ya blanco por la movilidad del macho vara, al tun tun, vació sobre la
oscuridad en derechura del fantasma las cinco balas del cargador de su mosquetón, moviendo el cerrojo del
arma más a priesa que “se persigna un
cura loco”; los estentóreos fogonazos y
el silbido de las balas en el negro silencio de la noche, era como para
disuadir a cualquiera de amorosas aventuras
por muy tórrida que fuera la demanda de la bragueta y de las bragas. Pero la mala suerte de que uno de los peñones lanzados por la honda del libidinoso cabrero, topara con el tricornio de un miembro de la benemérita, acabó con el sabaneo, el faroleo y la follenda del cabrero y la molinera.
El molino, se llamaba también de “Vallejo”, que así se apellidaba
su dueño, quien, al morir, dejó el cerraleón y empiedro en herencia a su viuda e hija, que continuaron las faenas de
maquila; gozaba la moza de fresca y oronda anatomía, lo que, lógicamente, despertaba
los apetitos carnales del más flemático
de los mortales; su primera y
romántica (como todas las primeras)
aventura de tal índole, no pudo terminar
de forma más estruendosa ni radical. Maldecía a las circunstancias que dieron lugar a tan drástico corte de su placentera aventura servida a domicilio con nocturnidad entre los susurrantes olivos.
Este legado de la tradición popular cartameña, contado a mi manera, lo que no atenta contra la verosimilitud y que tiene por argumento los amores de la molinera, puede inscribirse, como una incardinación más de nuestra historia en la nacional, en la tradición temática de la literatura española. Como una muestra, por miles, ¿quién no ha leído "El Sombrero de tres picos" de Pedro Antonio de Alarcón que incluye en su argumento los amores chuscos entre el Corregidor y la Molinera?.
Y el folclore no le va a la zaga a la literatura:
"...Yo vengo de moler morena
de los molinos de arriba,
dormí con la molinera
no me cobró la molienda..."
martes, 27 de noviembre de 2012
“CASTAÑA”, EL NIÑO Y GONZÁLEZ MARÍN
No era raro que en las labores los campesinos se montaran en vacas y bueyes
A mis nietos, Pablo y Lucía
***
En realidad, este relato es una historia de la infancia que adelanto de mi libro en ciernes (a punto de concluir), “Ecos de la Alhóndiga ”.
Como un cuento inocente, seguramente irrelevante para los parámetros con que
hoy se mide la entidad humana y la sensibilidad de las cosas, pero que forma
parte de mi relación de amistad con el poeta de poetas, Pepe González En rMarín,
cuyos versos los rimaba con la métrica y el ritmo del diario vivir, y por eso,
lo uso como patrón oro para valorar la
grandeza de alma del amigo efusivo. Porque tratar, como suele hacerse, de descubrir y ofrecer el jardín espiritual
de un ser humano solo con adjetivos más o menos rimbombantes, descripciones
forzadas desprovistas de mínimas
concreciones, nos podría llevar, tal dijo Horacio “...a
pintar un delfín en la selva y un jabalí en el mar...” . Los detalles mínimos son los definitorios de
un carácter y una condición humana; y yo, que traté y fui amigo del artista paisano, puedo, y debo,
aportar esos menudos detalles que dibujan su cabal perfil y sensibilidad humana
siempre rebosante de poesía.
La historia alada e ingenua como un sueño, empieza en el
cortijo en donde nací y pasé mi primera niñez, La Alhóndiga ,
sita a no más de un kilómetro de Cártama, en plena vega guadalhorceña, a menos de 100 metros (sobre un promontorio
atalaya) del cauce del río, umbroso soto
por medio. No había en el enorme cortijo (100 fanegas de regadío y otras 100 de
secanos, incluido el entrañable olivar del Cerrillo del Molino), más niños que yo. Mi nacencia fue un tanto
accidentada: Volvía mi madre de la casa de sus padres (mi abuelo Canito y mi
abuela María) en el “Cortijo el
Convento”, término del Alhaurinejo, montada en su mansa burra y en avanzado
estado de gestación de su primer hijo,
quien esto escribe. A punto de salir del
olivar del Cerrillo del Molino que iba atravesando, se sintió indispuesta.
Había “hecho aguas” y sentía los primeros retortijones. Se encontraba ya a unos
150 metros
de la Alhóndiga. A sus voces, y las de una
hermana que le acompañaba, acudieron
cuatro carboneros que con la leña de la reciente tala de los olivos,
echaban hornos de carbón. Uno, saltó a la culata de la burra y cogió a mi madre
por detrás, otros dos iban a su lado asiéndola de los brazos y, un tercero,
tiraba del cabestro de la bestia, todo ello a priesa por imperativo obvio. Mi
tía, corrió a decirle al chiquichanga del cortijo que, en la yegua, fuera a
galope tendido al pueblo a por el
médico. Dos horas después, mi madre tenía su primer hijo en los brazos.
Mi vida cotidiana discurría entre boyeros, gañanes, muleros, braceros y
peones de cuya jerga campesina aprendí mis primeras palabras y sus significados...y,
en contacto con cuantos animales y ganado que por piaras tenía la finca
labrantía, lo cual me adelantaron la
experiencia vital e incardinaron mi incipiente cultura y argot en temas
campesinos casi exclusivamente.
En casa anexa a la
del “señorito” y por otro lado a pajares y tinado, con entrada y salida por el
patio de tinados y cuadras, vivíamos la
familia. En la puerta de entrada (no había otra), existía un porche en alto en
relación al patio de labranza, rodeada de un sólido poyete al que en verano
daba sombra una enorme parra de uvas negras.
En el cortijo, digo, no había más niños que yo y una
hermana chiquitirrina, Ana. Mis únicos
amigos eran los peones antes
dichos que atendían las distintas labores y faenas de la finca. Me querían, y
yo a ellos. Cada mañana me traían del pueblo golosinas o algún juguetillo. Y
también eran mis amigos los animales y los pájaros que pipiaban en el soto; los
mismos (cogujadas, alondras, pipitas, tontitos, gorriones, trigueros, etc)
que en las besanas poblaban los surcos
buscando los insectos o semillas enterradas que el arado iba volteando y
poniendo a flor de tierra. Constituía para mi un bello espectáculo ver a
los reineros blancos ir subidos en el lomo de las vacas o bueyes de las yuntas
espulgando sus moscardas o garrapatas.
Mi madre siempre estaba regañando a los que me traían chucherías: “le embotais el estómago y luego tengo que pulgarlo...” ¡Cómo llegué odiar el aceite de ricino y
el agua de carabaña...! Mi padre era un
simple asalariado con un sueldo de 2.50 pesetas.
Mi abuelo materno, “Canito”,
le dio a mi madre como dote, al casarse,
una hermosa novilla llamada, “Confitera”.
Yo esperaba que pariera el becerrito que “será tuyo” me decían “para que
juegues con él”. Casualmente, vi nacer a
la cría. Nadie se encargó de evitar que yo desde el porche presenciara el parto de “Confitera”;
fue asistida por mi padre y el boyero, “Paco el Tito”, y me llamó la atención que tiraran de las manecillas y la cabeza de la cría cuando
empezaron a asomar, con un suave saco de
lona para aligerar el trámite. Cuando salió, la madre de pie, la cría cayó al
suelo, y yo grité sobrecogido: “¡malos,
me habéis matado mi becerrito...!”; era
yo demasiado niño aún para comprender esos misterios de la vida. Pero mi júbilo
estalló como una bengala cuando tras limpiarla la madre con su boca, la cría se
levantó torpemente y, a trancas y barrancas, buscó las ubres maternas y empezó a mamar de ellas a los pocos minutos
de haber nacido ¿qué voz misteriosa le indicó en donde estaban los pezones de los que debía mamar?
La cría era una preciosa becerra de pelo endrino y
brillante como la piel de las nutrias del río, a la que le pusieron “Castaña”. Era grácil y juguetona. Desde
el primer día fuimos amigos inseparables. En aquellas circunstancias en las que
hasta un niño percibía tensiones de guerra, Castaña
fue el mejor regalo que pudieron hacerme. Yo compartía mis golosinas con ella; resultó golosa a más no poder. Cuando iba al
soto o a la era, o en busca del cabrero que guardaba el rebaño en el manchón
y siempre me ordeñaba de la cabra parida
un jarrillo de leche, yo hacía un muñón con un trapo que llevaba e iba mojando en la lecha y dándoselo a Castaña que, de tal guisa, compartía la tibia
leche conmigo. Al regreso hacia el cortijo, todos se sorprendían de se prestara a llevarme a horcajadas sobre su
lomo, sin que la ya novillota, hiciera un extraño ni un movimiento brusco para derribar la carga; todo lo
contrario, yo armado de plácida paciencia le dejaba que de vez en cuando se pusiera a ramonear las yerbas
que encontraba cerca del camino. No teníamos prisa y yo, mientras ella
mordisqueaba las hierbas, iba saturando
mis retinas de paisajes. Me llamaba la atención aquella casita en medio del
monte, que luego supe era la
Ermita de la
Virgen de Los Remedios.
Y, vino la guerra civil. La familia nos fuimos a vivir al
pueblo. Pasaron muchas cosas trágicas que no son de este relato, y ya no volví
a ver a Castaña, hasta que pasado un
año mi padre, rehecho en parte del sufrimiento durante seis
meses que pasó huido y escondido entre las breñas de la sierra, desde que se escapó del coche en el que le
daban “el paseo”, él volvió a
reiniciar sus tareas, ahora en un lote de tierras que cogió en renta de las del
Cortijo de la Alhóndiga. En
la nueva pesebrera, entre el resto de vacuno, estaba nuevamente Castaña, que durante la ausencia de mi
padre cuidaron mis tíos en sus tierras, y ellos, la domaron para el ubio.
El día que bajé a la nueva pesebrera por primera vez,
pasado un año, quienes presenciaron la
escena no daban crédito a lo que veían. Al
reconocerme, “Castaña” temblaba de forma extraña. Emitía tenues
gemidos. Tiraba del cornil y hubo de soltársela
para evitar que lo partiera. Me daba, igual que antes, suaves
hocicadillos, como invitándome a correr, como queriendo volver a jugar conmigo;
y así fue. Me volví a subir a su sedoso lomo y, entonces, serenada ya la dejé
hacer; tras algunas vueltas alrededor del sombrajo, volvió a su pesebre.
Pero habían pasado muchas cosas; yo ya no era el niño
solitaria de un cortijo aislado en la ribera. Tenía obligaciones escolares
que me había tomado muy a pecho; otros niños eran mis amigos y
compañeros de juegos, y aunque mis sentimientos hacia “Castaña” nunca se
modificaron, si cambió lógicamente la frecuencia y las características de
nuestros contactos. Ya era una vaca de labor.
Cuando aquel volví a casa, estaba en ella para cenar con
nosotros, PEPE GONZÁLEZ MARÍN, al que mi
padre le contó la escena de aquella tarde entre “Castaña” y yo. Fue entonces cuando empecé a conocer y a querer al
poeta cartameño. No esperaba que un hombre, por el simple relato de mi padre
sobre algo que, si no corriente, tampoco era inaudito, él lo singularizase y se
emocionara. Al llegar yo a la mesa cortó el discurso a mi padre e hizo que le contara la historiar con los registros naturales de mi
propia y emotiva vivencia. Me dio un emocionado abrazo y, una y otra vez, él contó
el hecho por doquier cada vez que tuvo ocasión. Era un poeta. Ese día de 1.938
(tenía yo 7 años) nació una íntima y
entrañable amistad entre el niño y el genio de la poesía y el teatro que
duró hasta su muerte en mayo de
1.956.
Un veraniego día de años después, los operarios de la
labor paterna y yo, teníamos un nudo en la garganta viendo a Castaña con una soga a la
cuerda tirada por el comprador a quien
mi padre la había vendido. Ella hacía retranca
y volvía la vista hacia todos nosotros y el sombrajo por cuyas piqueras
salía el vaho de sus compañeras y hasta
de dos hijas que quedaban en el “hogar” en donde a ella le gustaría seguir
hasta morir.
Me separé a llorar solo; en ello estaba, oculto tras las
sierpes de un granado próximo, cuando vi que cercano ya, desde el pueblo venía
PEPE GONZÁLEZ MARÍN, al que hice
señas señalándole la marcha de “Castaña”.
Él comprendió de inmediato, e hizo aparatosas señas al tratante de ganados para que le esperara.
Mi padre, sorprendido por la irrupción del amigo, dijo al
comprador: “Siga usted con la vaca, el
trato está hecho y yo tengo palabra...” Ante mis protestas salidas de tono, se había visto obligado a darme un pellizco en
el cuello. En realidad es que mi padre, comiéndose slos sentimientos, por la
problemática economía agrícola se vio impelido a vender a “Castaña”; era la más vieja de la pesebrera e iba dando de
corto en el trabajo.
El comprador no sabía que hacer. Había reconocido a
GONZÁLEZ MARÍN que no tardó en llegar al
sitio del conflicto. Sin ningún preámbulo, le dijo al comprador del animal: “¿Cuánto le ha costado la vaca...?” “Don
José, contestó el tratante, he pagado por ella dos mil pesetas...” PEPE
GONZÁLEZ, echando mano a su cartera le dijo: “ Pues le voy a dar a ganar más que si la lleva al matadero para carne..., tenga, mil pesetas
y esta noche venga a mi casa por otras mil y la ganancia que estime justa” “Y tu
Frasquito (le dijo a mi padre” ¿se
queda “Castaña” aquí o busco a otro labrador amigo para que la tenga hasta su
muerte”
Saltaron conmigo otros operarios jóvenes sobre el lomo de
“Castaña” y, con nosotros a cuestas, volvió a su pesebre... Murió en su “casa” y está
enterrada en el venaje lindero a la
realenga que lleva al vado de Las Tres Leguas, que tantas veces recorrió “Castaña” tirando, uncida
a ella, de la carreta de la labor.
lunes, 26 de noviembre de 2012
FABULILLA DE LA VIEJA ENCINA
La
bicentenaria y frondosa encina, nació
apenas brizna a la vera de un camino
realengo serpeante por la ladera de la
montaña hasta trasponer por su cima hacia otro término municipal.
Su umbrosa
copa fue siempre alivio de cansados caminantes y lugar de sesteo para piaras de ganados. Sus dulces y
crujientes frutos (bellotas) mitigaron siempre el hambre de toda una vegetariana fauna autóctona y, otrora, del hombre.
Con esa disposición
propia de árbol probo, vivió
siempre la enorme encina, lo que
le hizo acreedora a que el camino a cuya
vera vivía, fuera, y es aún, llamado por
los agradecidos transeúntes de todo oficio,
“El camino de la encina”
Durante
esos dos siglos, la ladera fue acosada infinidad de veces por invernales y furiosas ventiscas y huracanados temporales, que desfoliaron y arrancaron de cuajo al noble
árbol importantes ramas; formidables nevadas le helaron sus flores, promesas de cosechas de bellotas; desfasadas lluvias, seguida de sol
picante, quemaron su tierna trama que
serían flores y que, después, romperían
en nutrientes frutos.
Pero..., un
día, la envidiosa, parasitaria y aviesa
yedra que no ahinca sus raíces en tierra para sorber su alimento, sino que hiende en lo troncos y ramas de los árboles sus pequeñísimas agarraderas de trepa y succiona con ellas la sabia que desde tierra
sube y baja por los vasos leñosos y liberianos de los árboles
nobles, hicieron presa en la encina de la ladera. El resultado fue que la epifita
parásita lució su lujuriante porte y hojas lustradas
de un verdor insultante a costa de la salud de la paciente encina, a la que tupió totalmente
con su estéril follaje, hasta conseguir su total ruina vegetal. Así dejó de ser la
honrada y generosa bellotera alivio
de transeúntes, e incluso, la aleve
hiedra le anuló, que eso buscan todos
los (as) trepas con quien son
mejores que ellos, su personalidad
socio-vegetal.
Las consecuencias fueron fatales: La trepa, como todo ladrón, tiene sus confidentes: Cobijó en su espesa
fronda miriadas de larvas, insectos, termitas, pulgones,
orugas, etc. que, paralelamente, se incrustaron
en el interior del tronco y ramas
gruesas del viejo árbol, de cuyas entrañas
hicieron, inmisericorde, su pastura. Unos y otros lograron debilitar desde su base al ya inerme árbol.
Y, a aquel
árbol, que había sabido afrontar brava e indemne toda clase de avatares climatológicos y,
rehacerse de las heridas sufridas con la llegada de la primavera, le bastó ya que un leve céfiro topara
sobre el enorme y tupido velamen de yedra que lo envolvía, para dar con todo su porte en tierra por la acción innoble y furtiva de unos
viscosos bichejos que le royeron el
corazón.
Pero, como
le sucede a todo parásito vegetal (la cizaña y el avenate de los trigales, los
jopos de las habas y otras leguminosas, los bledos de los maizales, etc), al
ser segado por el labrador o, como abatimiento de sus soportes, tal la hiedra
con la encina, indefectiblemente ellos también son abatidos; y lo que es peor,
mientras de las ramas del árbol, después de muerto su madera sigue dando
servicios alimentando lares, como cabezales de arados, limones y ubios de
carretas, y los cereales segados dan trigo del que se hacen hogazas en las tahonas
o, tal las habas, son convertidas en carne en el cebo de animales, los
parásitos trepas mueren vilmente,
quizás sin penas, pero siempre sin
gloria cuando no con oprobio.
Moraleja.-
En el correlato humano de esta parábola, el hombre cabal, al que ni una guerra
civil, ni ruinas provocadas por robos perpetrados por ladrones de pacotillas que
al efecto sorprenden la confianza
depositada en ellos, lograron abatir el espíritu y la propia estima de hombre bien
nacido y, ellos, siguieron siendo para siempre, eso: meros ladrones de
pacotilla.
sábado, 24 de noviembre de 2012
PREGONES DE ANTAÑO
No hace excesivo tiempo que, cada día, recorrían las calles del pueblo los llamados pregoneros; unos vendían quincallas, otros verduras, otros pescado, otros (en verano) chumbos, otro su oficio de "lañaor", el afilador (su pregón era singularmente musical, inconfundible: Utilizaba, y utiliza, un pito metálico a escala que emitía un son melancólico y llamativo, muy grato al oído que, aún, suele pasear las calles de este pueblo); el que vendía carbón, el que altramuces, el de los helados en su carrillo, etc.
No había otra manera de comunicar al pueblo consumidor las ofertas interesantes, y, hasta los edictos o bandos del alcalde, los voceaba el pregonero municipal de calle en calle y de esquina en esquina de la villa.
Se daban a conocer sucesos sociales cuales bodas, fallecimientos, aperturas de nuevos comercios, mediante pregones, con un corto discurso adaptado al analfabetismo de la mayoría de las gentes; las dimensiones de los pueblos, menos masificados que hoy, permitían fácilmente este sistema de marketing. Algunos pregones eran una auténtica obra de arte rimada.
He aquí algunos ejemplos de pregones, de entre los miles que se podrían invocar:
"¡Altramuces,
saladitos y dulces.
...
El lañaor: En aquellos tiempos de penuria, ponía una laña (grapa) a utensilios del hogar rajados, con lo que les devolvía el total hermetismo para poder ser usados nuevamente. Componía de tal guisa, lebrillos, ollas, platos y fuentes, orzas, etc.etc. Este era su pregón:
¡Alaño ollas,
lebrillos, niñas
aquí está el lebrillero!
Se alaña de tó,
cuanto más roto mejor.
...
El de las golosinas:
"Hay barquillos de canela.
El que prueba repite
y, al que no, le da la gripe!
...
También estaba, como queda dicho, el pregonero municipal, quien en cada parada a lo largo de las calles, tocaba a todo decibelio su trompetilla, para una vez fijada la atención, echarles su pregón:
"De parte del señor alcalde
se hace saber
que esta noche no hay pleno
y no hay nada que hacer.
¡Está lloviendo!
Fue célebre el pregonero "Gasparillo" "cebuche" (que a la vez era el único "policía") era una institución en aquella lejana época de nuestra niñez. La fotografía arriba inserta, es la cornetilla que usaba para los pregones, cuya imagen debo a su nieto Gaspar. De "Gasparillo" existen anécdotas singulares, cuyo relato dejo para otro día.
jueves, 22 de noviembre de 2012
CRISTO CAMPESINO
El Evangelio debiera ser para el campesino una
de sus referencias de más alto significado y refugio emocional más halagüeño.
Jesús no proclamó solemnemente su
sublime mensaje en la puerta del templo, sino que lo fue vertiendo en el
corazón de las gentes, que querían escucharlo, por las aldeas y comunidades campesinas que
orillaban los caminos terrizos de Galilea, Samaria, Judea, etc. Sendas abiertas
entre mieses amarillas plenas de espigas reventonas de promesas de pan ácimo y,
decía: “La mies es mucha y los operarios
son pocos...”. Por entre los pámpanos
de los viñedos proclamaba: “Yo soy
la vid y vosotros os sarmientos...” Sentado junto al brocal del pozo
platicaba a la samaritana sobre el secreto del agua viva que brotaba de su
corazón, única agua capaz de calmar la sed
en este mundo sediento de justicia. Y de paso por una ciudad se encontró
bajo la parra a Marta y María, las hermanas de Lázaro.
Aprovechó
la imagen de la yunta que enterraba la semilla y regaló la célebre parábola con
fondo de sembradores: “Salió un sembrador
a sembrar...” “un hombre sembró su campo de trigo y por la noche el enemigo
esparció sobre él cizaña...·” ,“ el pastor le inspiró: “...si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una (parábola
del Hijo Pródigo). El poder infinito de la palabra de Dios con símil arbolario:
“...el reino de los cielos es semejante a
una granito de mostaza...” “¿por ventura se cosechan uvas de los espinos o
higos de los abrojos...” Y, la bella imagen del pastor que guarda su
rebaño: “yo soy el Buen Pastor, y el Buen
Pastor da vida a sus ovejas...” Y una invitación a la vida sencilla sin
afanes frustrantes y, a tener fe en la Providencia : “mirad
las aves del cielo, que ni siembran ni siegan no recogen en graneros (insinuaba, cuánto mejor vosotros que
sencillamente laboráis y dais vida a los campos que ofrecen en recompensa pan y
vino eucarístico a los hombres). “Considerar
los lirios del campo...pero ni Salomón,
con toda su gloria, se vistió como uno de ellos...”, “y si la hierba del campo, que hoy crece y
mañana se echa al horno, Dios que así la vistió ¿por ventura no hará mucho más
por vosotros?”
Y quienes
hemos vivido pegados a la tierra labrantía, podemos dar fe, a poco que
conozcamos el Evangelio y tengamos un
ápice de sensibilidad abierta a los fenómenos que nos ofrece el mosaico
variopinto de las campiñas y las riberas, que por las realengas, trochas y
angosturas pasa a diario errante la sombra de Jesús con una vara de fresno
eterno peregrino del Amor y la concordia entre los hombres.
Estremece
cómo los campos arados, los milenarios
olivos, los paralelos surcos abiertos en la tierra con tempero, las cepas y las parras, los lirios, las higueras, las
lomas y las piedras, y todo ese mundo eterno (aunque ahora arruinado y deprimido
por políticos ineptos y sin conciencia lo han arruinado con el beneplácito
bobalicón del pueblo, que ya lo empieza a pagar), planicies de belleza sin par,
libertad y orden natural, fue el argumento fundamental del Hombre-Dios para hacer llegar a los hombres el mensaje de
paz, de verdad y de justicia más sublime
que jamás ha hollado los oídos de la humanidad.
miércoles, 21 de noviembre de 2012
UN TESORO DEL PATRIMONIO CULTURAL DE CARTAMA
NO ME HA SIDO POSIBLE FÍSICAMENTE REDACTAR UN RESUMEN DEL TROZO DE LA HISTORIA DE ESPAÑA EN EL QUE SE INCARDINA ESTE SILLÓN USADO POR EL REY ALFONSO XIII CUANDO VINO A INAUGURAR EL PANTANO DEL CHORRO
ALAMAR DEL TRAJE DE LUCES DE JOSELITO
Alamar del traje de luces que Joselito "El Gallo" llevaba el día que el toro, "Bailaor", lo mató en Talavera de la Reína. Se expone en el despacho-museo del eximio artista cartameño, José González Marín, regalo-recuerdo de la madre del torero, "La Señá Gabriela", madre de toreros y suegra de Sanchez Mejías. (Se comentará ampliamente en otra entrega)
AMISTAD DE GONZÁLEZ MARÍN CON UNO DE LOS MÁS CÉLEBRES ESTADISTAS DE ESPAÑA
Don Antonio Maura Montaner (Palma de Mallorca, 1.853-1.925)
***
Estadista y escritor español, liberal conservador, que fue cinco veces del Consejo de Ministros de España. En 1.881, con 26 años fue elegido diputado a Cortes.
Como gobernante, erradicó el caciquismo, autentica plaga (cual hoy) de corrupción en España de su época. Sus gobiernos promulgaron fecundas leyes. Protestó ante Alfonso XIII por la implantación de la Dictadura de Primo de Rivera. La fotografía está dedicada de su puño y letra al cartameño, José José González Marín.
PARA HONRA Y FAMA MUNDIAL DE CARTAMA
ARRIBA
Valioso dibujo a plumilla de un bello pase de Manuél Rodriguez "Manolete", dedicado a su íntimo amigo el genial rapsoda cartameño, José González Marín (Se comentará en otra entrega)
ABAJO
Condecoraciones impuestas a nuestro insigne paisano, José González Marín.. Entre ellas la Gran Cruz de Isabel La Católica y la Orden de Alfonso X El Sabio y otras nacionales e internacionales (Se comentará en otra entrega)
martes, 20 de noviembre de 2012
"CON LA VERDAD NI OFENDO NI TEMO" (Bolívar)
Nuestro
actual régimen, llamado democrático, ha derivado en el estado de la mentira sin
lugar a dudas posibles, y quien más ejercen este deleznable vicio de manara
continuada, es la llamada casta política, sin que las excepciones que,
naturalmente las hay, logren singularizarse de entre la asfixiante
masa de embusteros. En relación a ello, se nos ocurren algunas
reflexiones a vuela pájaro:
En la
televisión, y hasta en el propio hogar, los niños respiran mentiras. Y,
enseñarle a un niño a mentir, o no evitar que se habitúe a ella, es darle papilla envenenada. El niño tiene
derecho a la verdad como tiene derecho a la salud. Enseñarle a un niño a decir
la verdad siempre, es limpiar su alma del bajo polvo de la plebe, de la piara,
de la esclavitud que impone la
demagogia.
La etapa de
hombre es la recolección de la etapa de niño.
El hábito
de la verdad necesita, pues, no solo educación, sino cuna. El pueblo que
desconoce la altura de la verdad, y no la exige a sus gobernantes, es un
pueblo imbecil y esclavo. Y, el hombre singular
que quiere ser veraz pero no ser atreve a ello por respetos humanos y el
que dirá de la plebe de embusteros, es de una laya aún más baja y despreciable que estos. Nunca será persona el que
miente siempre, o no es capaz de decirle embustero al que miente, de palabras o
por escrito y en cualquier tiempo y lugar.
Es muy
triste presenciar día a día nuestra patria inundada de mentiras de todo jaez
de norte a sur y, de este a oeste; y, lo
que es peor, a muchedumbres y muchedumbres tragando trolas capitalizadas de ladrones descarados impasiblemente.
Hoy España es un una juerga de embusteros. Así nos va.
Este comentarista ha tiempo que hizo suya la célebre frase de Simón Bolívar:
"Con la verdad ni ofendo, ni temo"
lunes, 19 de noviembre de 2012
A MIS AMABLES LECTORES
Me emocionan, valoro
en mucho y agradezco con todo mi corazón, las no pocas llamadas telefónicas, y correos de felicitación, que vengo recibiendo por mi humilde empeño en dar a conocer la
historia de nuestro pueblo, y semblar a sus personajes más señeros; esos, por los
que Cártama está en los anales con letras de molde. Desde aquí, gracias de corazón a todos ellos.
Por razones
obvias, sobredimensionada emoción me han producido cuatro últimas llamadas de
allende el mar: Buenos Aires (Argentina), Cártama (Bolivia), Montevideo
(Uruguay) y Caracas (Venezuela)
Como es fácil
colegir, todas están referidas a nuestro
genial artista, José González Marín, quien, pese al tiempo transcurrido desde su muerte, aún es recordado con
admiración trasmitida a las generaciones actuales por los mayores que conocieron a nuestro Juglar y su cantiga mariana referida a la Virgen Peregrina por las
ciudades antes citadas. La llamada más emotivas es la de Cártama, que fuera
villorrio al que dieron nombre en Bolivia antepasados nuestros del siglo XVI,
enrolados en la huestes colonizadoras, y que, hoy ya ciudades populosas, lo
siguen conservando, como también un río afluente del Tuca. Mi amigo, Gerardo Hernández
Les, hoy residente en Cártama, tuvo noticias de ésta durante un viaje por Iberoamérica y, en virtud
del recuerdo sobre González Marín que, como digo, aún
perdura por aquellas lejanas repúblicas.
Desde el puerto
de Río Grande en Brasil, al que el que el capitán del vapor, “Cabo Santo Tomé”, hizo
escala, desviándose de ruta por simulada emergencia mecánica, para facilitar el
desembarco de la Virgen de Los Remedios de Cártama en brazos del rapsoda local, al que dicho capitán
no quiso detener, desobedeciendo órdenes
que le llagaron de España, para que nuestra Patrona siguiera hacia el Mar de La Plata cruzando por tierra el
sur del Brasil y Uruguay. Pues, en esta ciudad, aún perdura, como me dicen, el recuerdo
de la odisea mariana ya conocida (Libro. “Cártama
histórica. El Juglar y la Virgen Peregrina ”)
De Buenos
Aires es de donde he recibido más reconocimiento, como igualmente de Caracas; en ésta,
de empresarios taurinos-teatrales, de lo que hice mención aquí y volveré a
ampliar en su momento.
domingo, 18 de noviembre de 2012
MACHADO Y GONZÁLEZ MARIN A BARBADILLO
Según la Real Academia de la Lengua Española, es deber de los pueblos bien nacidos, "mantener vivo el recuerdo de quienes, en España o América ´han cultivado con gloria nuestra lengua" De ello es un ejemplo paradigmático nuestro paisano, José González Marín ¿le cabe más honor a Cártama, a despecho de un grupo de ignorantes que quieren sumir a su pueblo en la incultura más ramplona)
Hola Manolo (actual heredero de las afamadas Bodegas Barbadillo):
Aunque no viene al caso, voy a endulzar el ambiente y me vas a permitir que le mande a todos los gazaperos, en especial al Sr. José Manuel Martín Barbadillo, un descubrimiento que hice de un poeta, bastante desconocido, que a lo mejor es pariente suyo. Perdona si la cita es larga pero creo que merece la pena.
Encontré un ejemplar de la primera edición
del libro poético, Rincón del Sol, que envió Manuel Barbadillo al “Faraón de los
decires”, José González Marín, –así era conocido el de Cártama (Málaga) en el
mundo literario por culpa del poeta madrileño Cesar González Ruano- con prólogo
de Manuel Machado y epílogo de González Marín, editado en la
editorial Plutarco, donde publicaban también Alberti y Menéndez Pidal en 1936.
Lo que más me llamó la atención fue, en la primera hoja del libro, la
dedicatoria de Barbadillo, de puño y letra, a Manuel Machado. Dice así: “A
Manuel Machado, sin más adjetivo, porque en nuestra lengua no hay adjetivos
para él”. Firmado Manuel Barbadillo, 1936 Marzo 28. Creo que sobran los
comentarios y es una forma magnífica de retratar al primogénito de los Machado.
Una dedicatoria llena de carga emotiva.
¡Mira que cosa más bonita el prólogo,
bastante desconocido, del poeta sevillano, en versos, al libro citado, “Rincón
del Sol”. Llamo la atención en la
afirmación que hace sobre la soleá. Dice así:
“Tus versos, Barbadillo,
son juncos de ribera,
cañas: de Manzanilla
-en el fondo una almendra-
o, simplemente, cañas
verdes, sonoras, trémulas…
Caramillos del río
y flauta de la tierra.
Tus versos, Barbadillo,
nacen en ti cual de esta
maravilla andaluza
naranjas, limas, cepas,
frutas del sol, claveles
de sangre –rosa o negra-,
jazmines de misterio
y nardos de demencia.
Tu musa, Barbadillo,
tiene a sus pies la vega
del Betis… En el pecho,
el calor de la tierra.
En los labios, la risa
del río que se vuelca
en la mar. Y, en los ojos,
-esmeraldinas gemas-
una mirada verde
haciala Mar , que
empieza…
Requebrar a una chavala,
ajustarse el marsellés…
saber mirar bajo el ala
de un sombrero cordobés…
Eso es
fruto del suelo andaluz…
como tus versos de luz,
Barbadillo,
primos de la soleá…
¡Ese cantar tan sencillo
que nadie sabe cantar!
son juncos de ribera,
cañas: de Manzanilla
-en el fondo una almendra-
o, simplemente, cañas
verdes, sonoras, trémulas…
Caramillos del río
y flauta de la tierra.
Tus versos, Barbadillo,
nacen en ti cual de esta
maravilla andaluza
naranjas, limas, cepas,
frutas del sol, claveles
de sangre –rosa o negra-,
jazmines de misterio
y nardos de demencia.
Tu musa, Barbadillo,
tiene a sus pies la vega
del Betis… En el pecho,
el calor de la tierra.
En los labios, la risa
del río que se vuelca
en la mar. Y, en los ojos,
-esmeraldinas gemas-
una mirada verde
hacia
Requebrar a una chavala,
ajustarse el marsellés…
saber mirar bajo el ala
de un sombrero cordobés…
Eso es
fruto del suelo andaluz…
como tus versos de luz,
Barbadillo,
primos de la soleá…
¡Ese cantar tan sencillo
que nadie sabe cantar!
***
José González Marín hizo el epílogo al libro,
“Rincón del Sol”, del poeta y bodeguero
de Sanluqueño, Barbadillo, con estilo literario del siguiente tenor, que
demuestra, amén de su cultura como amaba a su tierra andaluza el “poeta de
poetas”:
“La lectura de estas páginas deja en el
ánimo la ilusión de haberse adentrado
--- ¿unas horas, meses, años, media vida?--- en el paisaje y en alma de
Andalucía, la tierra fascinadora, la de las emociones y sugestiones
inagotables...
Todos los poetas, todos los artistas de
todas las épocas y generaciones, cantándola..., y ella inspirándoles,
eternamente, cantos, poemas, imágenes y sensaciones nuevas, manantial de una linfa inacabable para todos los
sedientos de belleza.
Así este libro, que canta lo cien
veces, lo mil veces cantado ---la parra, la copla, la reja, la guitarra, cuanto
es signo y expresión de este pueblo
sutil, elegante, fuerte y lleno de gracia ---, no es disco que repita
melodías de viejo sonsonete, sino
expresión
---e
impresiones--- de acento personal, con colorido de paleta propia.
A mí, que si algo soy y represento en
mi arte, acaso lo deba a ser como la voz de Andalucía, voz que vive y
vibra para cantarla, por fuerza ha de clavárseme con profunda herida gozosa en
la sensibilidad, toda palabra que sea bella expresión y canción nueva de esta
tierra bendita.
Que al fin, palabras son son el
cuerpo inmaterial, la materia inconsútil del arte para el que alieto...
Y por eso, entre los lectores a quienes
este libro ha de deleitar y conmover en admirativa complacencia, había de ser
yo el primero en el elogio de sus muchas bellezas y uno de los más complacidos”.
JOSÉ GONZÁLEZ
MARÍN
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