En
1.917, el Nóbel español de literatura,
Benavente, escribió una comedia cuyo significativo título reza: “El
mal que nos hacen”. En el fondo la
obra emite un mensaje moral referido a
un tema eterno en todas las capas sociales y estados de las personas: La deslealtad interesada.
La
humana deslealtad, capitalizada..., ¡cuánto dolor ha ocasionado a las creaturas de
Dios a lo largo de los siglos! Y, a eso voy sin otra intención ni propósito
que el ejercicio periodístico de fondo.
Al
pueblo llano le llega con excesiva frecuencia la imagen de ciertas personas, (sobre
todo si se significan por algo noble),
alevosamente prefigurada por animosidades e intereses espurios e inconfesables de virtuales y espontáneos enemigos de esas
personas. Suelen ser, en efecto, adversarios con inquina inmotivada, sin causa
ni razón, casi siempre generada por envidia al mejor, o porque no opinan de la sectaria forma
que ellos. Lo vemos --y sufrimos directa o empáticamente—a diario: El
espectáculo del maltrato moral al prójimo por gentes que quieren y no pueden
porque sus miserables carencias propias no dan para actos nobles, es
entristecedor e indignante.
Lo
que antecede, es vicio del alma que ya
recogieron en sus obras señeros escritores y sabios desde la antigua Grecia
hasta nuestros días. Precisamente, en una de sus fábulas, el moralista de
aquella época remota, Esopo, nos ilustra elocuentemente tal vicio, de esta
guisa “¿Veis esos cachorros de la misma camada, hijos de la misma madre y del
mismo padre, que juntos corren, juegan, se besuquean y abrazan...? Pues echad
en medio de ellos un hueso, o introducir en su grupo una perrita caliente y
veréis que pasa”
Aunque,
cual digo antes, este vicio tuvo, y tiene, siempre arraigo
testimonial en las sociedades de
todos los tiempos (ya Caín mató a su hermano Abel por envidia), en la España de hoy constituye
una sibilina arma de todos los indigentes morales; arma que suele ser letal (lo se bien): Con ella, se han
llevado a la ruina hacienda, fama, honor e imagen de muchas personas
honradas; incluso, hasta el deceso profesional, y no digamos social.
Y,
con ser repulsivo el aleve e irreparable daño
que hacen a personas, mayor
calado tiene el que irrogan al pueblo en donde se da el criminal entuerto
ya que, una vez nadeadas las personas de entidad moral sólida,
acaparan las directrices y representación de la ciudad esas maldicientes ricias y gandingas éticas e intelectuales.
De
lo antes enunciado, Cártama no es una
excepción. Más bien es, si entramos de
lleno en la realidad de verdad de su casuística, un
paradigma; y con esto no solivianto ningún secreto ni hiero ninguna fama; el pajeado es de sobra sabido y referido; y quizás, las
causas de tan mantenida situación desde los albores del siglo XX, o desde antes se deban a la consuetudinaria incultura
impartida por las áreas pertinentes. La cultura, según Benavente, es “la buena
educación del entendimiento”, y, para educar el entendimiento no existe más que
un camino: la lectura. Lectura es igual a cultura. Las áreas de cultura
municipales, casi siempre en manos legas, confunden capitalizadamente la
cultura del pueblo con el adoctrinamiento y publicidad ideológica más o menos
encubierta del mismo.
En Cártama, sin embargo han existido genios del
saber y el arte como un Enrique López Alarcón, poeta enorme (el
autor de “La Tizona” y “Canto
a la muerte de Joselito” que escribió una noche de vino y hembras en
una venta sevillana en compañía de su paisano, Pepe González Marín, declamando
versos que hacían llorar, el charlista García Sanchiz, el torero del arte
supremo, Gitanillo de Triana y, otros personajes de semejante estirpe
artística), “Loa poética a las cuatro hijas (sus primas) del cartameño que fuera
alcalde de Málaga, José Alarcón Luján
--Concha, Remedios (madrina de Picasso), Soledad y Josefa”, a las que
cantara el pueblo, y él recogió en rotundos versos: “Señor alcalde mayor/ no persiga a los ladrones,/ que tiene usted cuatro
hijas/ que roban los corazones...!”; están enterradas en la Iglesia Parroquial de Cártama
y la Plaza tiene un azulejo con sus nombres: “Paco Juan Ramo”, erudito donde los
hubiera para más mérito autodidacta, que siendo agnóstico me regaló mi primera
Biblia y, me hizo dejar la lectura de Zane Grey, Palacio Valdés, Pereda …, por la de Zola, Verleine, Heine, Lorca,
Unamuno, etc; un Juan Gutiérrez Faura, autor del primer libro que se escribió
sobre la Historia
de Cártama “Recuerdos cartameños”, en
cuya sustanciación tuve el honor de participar; se ha escrito, por grandes tratadistas, entre
ellos varios cartameños, el magnífico
libro, “Cártama en su historia”, que
editó el Ayuntamiento de Cártama siendo alcalde, José Escalona Idañez; el
malogrado Miguel del Pino Roldán nos tradujo del latín la, “Lex Favia Malacitana”, que alumbró
Rodríguez Berlanga; mi caro amigo, Antonio Vargas “Aljáima”, ha escrito libros de sólida
poesía y paseado medio mundo empapando sus retinas de motivos culturales; Francisco del Pino Roldán ha escrito uno de
los mejores libros sobre nuestro pueblo, Cártama
en la literatura y, otros muchos sobre Velez Málaga en donde le han
dedicado una calle que se le niega en Cártama por ser un cartameño no de determinada onda política; Pedro Dueñas ha escrito dos o tres libros;la
profesora cartameña, Remedios Larrubia Vargas, ha escrito al menos dos libros
de sumo interés cuales, “Los cultivos subtropicales en la Costa Mediterránea”, “Agricultura y espacio metropolitano”,
“Producción y Comercialización de los cítricos en la perovincia de Málaga”,Agricultura
de Málaga y el bajo Guadalhorce” (en colaboración); para algunos eruditos
de arribo no han existido en Cártama un Diego Marín Sepúlveda, abogado y
ejecutivo de talla nacional; un Enrique Marín, perito y experto agrónomo amén
de lector empedernido, etc. etc.
Los
culteranos que aquí nos culturizan desde las instancias exclusivas y
excluyentes alegan que la ortografía la inventó un capitalista para humillar a
los trabajadores. Así, de un golpe político de bajura, se manda a capar monas a Nebrija, Marcelino Menéndez Pelayo,
Menéndez Pidal, Miranda Podadera, Díaz
Plaja, etc. etc. Se dijo un día de Cártama: “Cosas veredes amigo Sancho...”
Y las estamos
viendo ad perpetuan re memórian.