Un alboroto de lastimeros aullidos
contrapunteó el casto silencio de la
noche estrellada. Se despertó un
clamoroso y estremecido de miedo sonar de caracolas a lo largo
de la cinta del río. El boyero, que dormitaba haciendo hora para pasturar
de madrugada al ganado en la pesebrera, se alarmó, libró el balate de la era
contigua y despertó a los mozos y peones mayores que dormíamos sobre la paja de
la parva. “¡Lenvataos, levantaos que algo pasa...!: ladrones, o el perro con rabia; escuchad las caracolas de
los cortijeros avisando peligro…”
Sonó un tiro de escopeta cabe las baldas del cercano Cortijo de la Alhóndiga. Callaron
los perros y enmudecieron las caracolas centinelas. Los gallos iniciaron su
plática de encrespados cantos desde los
tapiales de las cortijadas de la ribera.
Volvimos a tumbarnos en los muelles pajotes de la parva que se trillaba en la era. Estaba a
punto de aparecer el lucero miguero y cada cual debería meter mano a sus
respectivas faenas camperas
Aquella
mañana, los madrugadores labriegos se
toparon con el enorme perro muerto bajo la
higuera del borde del camino. Sus rasgos eran ya de paz infinita; no
mostraban el enorme martirio que en vida
sufren los perros hidrófobos. Sólo la
muerte era la solución para suprimir el
horrendo sufrimiento de esta enfermedad.
Cruel paradoja, madre de todas las filosofías,
la de la vida y la muerte. ¿Por qué
nacemos si hemos de sufrir y morir?... “…y no
saber a dónde vamos ni de dónde venimos, y sufrir por la vida y por la sombra y por lo
que ni apenas sabemos ni sospechamos…”,
que en versos inolvidables nos legó en su impresionante soneto, “Lo
fatal”, mi poeta de siempre, Rubén Darío.
APUNTA EL DÍA
Por
detrás de aquellos montes que ya siluetean sus iluminados contornos por el este
del horizonte, asoma el incendiado cortejo grana
que precede a la aurora. Tras ella, el sol despunta y se abre el día.
Despierta la creación y saca de quicio a sus
creaturas. Dios abandona su rengue y reanuda su labor continuadora de la
creación eterna.
LOS
DESHEREDADOS
Aquel padre terrateniente de la
ribera, al morir dejó a sus hijos
tierras labrantías, recuas y piaras de ganado y, una bolsa repleta
de dinero contante y sonante. Pero no enriqueció sus mentes con saberes
culturales, ni nutrió sus espíritus con principios fundamentales, ni los
capacitó para ganarse la vida caso de algún evento...
Aquel
padre, paradójicamente, dejó a sus hijos
absolutamente desheredados, en la miseria intelectual que es la más mísera. Quienes
sólo afanan y acaparan riquezas materiales despreciando los valores del
espíritu, son los verdaderos responsables de las miserias universales; las
notas discordantes de la creación.