Ya están
llegando los abejarucos, como otras
muchas aves agoreras del verano; los
abejarucos que habitan y anidan en los misteriosos agujeros que ellos mismos
taladran en la tierra de los altos
balates del borde del río, linderos a tierras de Los Cardiales a
donde, otrora, se prolongaba el Gran Cartamón.
En el "pasero" de higos, allanado en tierra con suelo de juntos para que no se
aterraran, Miguelón, El Chío y yo volvíamos pacientemente la cara de cada higo (verdejos y panetes) para que se secaran por la otra y, los ya secos, iban a un un canasto arrobero forrado
de tela por dentro para evitar su deterioro, y también, a una espuerta de esparto los defectuosos y torcidos para pasturear las bestias liados con paja.
Al dulzor de los higos acudían las abejas del
cercano colmenar de Paco Juan Ramos, que revoloteaban, pacíficas, sobre
nuestras cabezas y, tras ellas, persiguiéndolas para tragárselas por innata inclinación,
pirueteaban en vuelos vertiginosos y rasantes los preciosos abejarucos de agudos picos
y llamativos e intensos colores verdes,
azules y amarillos de su plumaje.
Eran tiempos preciosos y a la vez
durísimos por el hambre que, tras la guerra, azotó a España en los años
41, 42 y 43, especialmente llamados en el argot popular, Años de la “Churripampa”. Las cartillas de
racionamiento que se aplicaron durante la II República, una vez terminada la
guerra también se adoptó dos o tres años por el gobierno dictadura de Franco.
Antes de entrar a la cuadra de
las bestias de carga, la bondadosa Carmen del Céntimo tenía su despacho de Carbón por el que había que pasar para entrar al establo y, cuando abría ella para despachar carbón o cisco, los niños se colaban para llevarse y comer los higos defectuosos que se habían desechado para pienso de las bestias. Jamás
se le dijo nada a un niño que tal hiciera, sino que se le daba, tanto Carmen
como los de mi casa, si los veíamos, algunas pesetas para que compraran pan, arenques y morcilla en la tiendecita que Ana Carillo tenía frente a la carbonería-cuadra.
Aquello, y lo que había visto en la
guerra, me marcaron contra los políticos, a quienes consideraba culpables de
tanta desgracia, fueran del color que
fueran.
Las bestias se quedaron sin higos
y se les tuvo que echar cebada, pero quien hiriera los sentimientos de un niño con
hambre, había de enfrentarse a “Frasquito Talento”, mi padre.
Padre, con tus manos sembradoras
obtenías la divina realidad del trigo
para amasar el pan de cada aurora.
Tu alma templaba el ritmo de la siembra
en la tierra, tal sagrada hembra
que te ahijara espléndidas cosechas.
Tu mano castraba el panal de las abejas
y conducías el agua de la amplia acequia
que riega el vientre de las fértiles huertas.
Para el campo tenías corazón de nido,
y en el campo ponías la esperanza
de un honrado porvenir para tus hijos.
En el viejo monorrimo pueblerino,
mis primeros versos ensalzabas al vecino:
se los leías..., me mirabas..., y, sonreías.
¡¡Qué inefable y entrañable tú mirada...!!
¡¡Qué inefable y entrañable tú mirada...!!
Y tu sonrisa limpia era mi seguro,
y era mi empeño convertir tus besos
en rosales de amor de mi futuro.
Tu esperanza era el buen Dios que regresa
cada año en los hilos dorados de la lluvia
para hacer de cada surco una promesa.
Tu destino, seguir la yunta en la besana,
despertar con la alondra a la alborada,
y atrojar el grano separado de la paja.
Ahora ya anciano y circunspecto,
ahondo en el fondo de tu alma,
y, de gozo, se me inundan los adentros.
Porque de tí supe con certeza
que cada palabra es una trinchera,
y el concepto honesto un latigazo...
Y..., ¡¡¡ la verdad, la mejor bandera!!!
¡¡¡Quietas, lágrimas...!!!