El español es ya un pueblo alienado y, salvo
milagro que haga por sí mismo, irremisiblemente. Es un pueblo que en su gran mayoría está
dispuesto a comprar humo demagógico, a idolatrar a los tramposos como grandes
dirigentes; a interpretar las payasadas de políticos que las escenifican como si fuera política de altura y
no verdaderas birrias protagonizadas por tales políticos, incluido por estas coordenadas
el señor Bendodo mandamás de la
Diputación (me veo negro para evitar bailar las vocales por lo que caería en irrespetuosa congruencia); a elevar las tonterías a la categoría de
grandes axiomas y, a tragarse cualquier demagogia como mensaje de esperanza.
Un pueblo de hijos de las Logse y de
los maestros ideologizantes sectarios (¡cuánta culpa les cabe a profesores y periodistas mercenarios en este lamentable
entuerto!) que se ha hecho responsable por ignorancia y apatía mental del viejo
comunismo que se nos viene encima, en cuya historia sólo hay pobreza, odios de
clase, miseria moral, obstrucción del progreso, guerras y pueblos arruinados y vestidos de luto con chorreo de lágrimas, asesinatos y matanzas (por poner un solo
ejemplo, las fosas de Catín, los cementerios Gulab, etc) hasta un total de 110
millones de muertos en su debe. Y a eso
le llama la extrema izquierda española con la que pacta el PSOE, el “cambio” y
el “progreso” y, el pueblo, es en gran y
determinante parte anuente con ello.
Cada día que pasa es más obvio que
los ciudadanos somos tan culpables, o más, que los políticos de la situación
que ya tenemos y la que se nos viene encima con fulanos como Pablo Iglesias, al
final también Albert Rivera y el malagueño
de IU (ya izquierda uncida) y esa pléyade mareas afines, verdadera lacra
que socaban el ser y el corazón de
España.
En las próximas elecciones se
ventila que sea realidad lo que nos ofrece la extrema izquierda (ruina como en
Grecia, Venezuela, etc y, antaño, la II República española durante la que socialistas
y comunistas provocaron tres guerras civiles y cientos de miles de muertos
inocentes), o el triunfo claro de los partidos constitucionalistas. Y, de nosotros los votantes, depende que sea una
cosa u otra. España se juega su futuro ahora.