Con inevitables remembranzas de
aquellas ferias de niñez y juventud, e
incluso de no hace mas de 40 años, han pasado hogaño las fiestas feriales de Cártama; las dos que habían. De aquellas
ferias de abril y septiembre, que
aglutinaban en gozo popular a todas las
clases sociales en fruición de cosechas o devota a la
Reina celestial, Nuestra Srª de los Remedios, Patrona de la Villa , cuya festividad se inició por siempre jamás (y así continua),
la trágica data del 23 de abril del año 1.579, cuando una letal epidemia de
peste diezmaba la población y, la Virgen , fue sacada en procesión de rogativa por las calles
de Cártama y siguiendo el itinerario que aún cada año pasea, según las crónicas, la Virgen la cortó. La otra era en septiembre por San Miguel a la salida del verano cuando los labradores dan salida en el mercado de ganado a los animales que compraban en abril para engorde con las rastrojeras estivales. Fiestas del pueblo con sabores a pan en silos tras la trilla, paz y concordia entre las gentes; auténticas metáforas de las églogas y geórgicas virgiliana y del Beatus ille horaciano.
Su advenimiento, empero, como Patrona, fue el 26 de abril de 1.485,
recién tomada la plaza a los moros por las huestes de los Reyes Católicos. Al
principio, se le dio culto bajo la advocación de Virgen de los Reyes (era la
imagen a la que los propios monarcas rezaban en la capillita de su tienda de campaña). Sin embargo, el pueblo,
en virtud de la ubicación de su Santuario y de una leyenda ancestral, rompió en llamarla, Virgen del Monte, hasta
que, tras la realización del milagro de la peste antes invocado, por indicación
de los monjes trinitarios que se distinguieron en la atención a los enfermos de pestilencia, se le puso de Los Remedios, que era, y es
precisamente, la Patrona
de la Orden Trinitaria.
En aquellos lejanos siglos, los
troveros y juglares le dedicaban rendidas endechas de devoción, algunas de
ellas transmitidas de generación en generación
tomadas de los poetas iniciáticos del Mester de Clarecía.
Del Marqués de Santillana,
transcribo a continuación algunas estrofas de una de sus cantigas a la Virgen , que tantas veces
a lo largo de los siglos nuestros
devotos antepasados dedicarían a su Patrona.
“Santa Virgen escogida.
de Dios
Madre muy amada,
en los
cielos ensalzada.
del mundo
salud e vida.
Del mundo
salud e vida,
de muerte
destruimiento,
de gracia
llena cumplida
de
cuitados salvamento...
Grand
fianza he yo en ti, Sennora:
La mi
esperanza en ti es toda hora,
de tribulación sin tardanza
venme
librar agora.
Estrella del mar, puerto de folgura,
de dolor complido et de tristura
venme
librar et conortar,
Señora del altura.
Como ya se ha dicho, siempre siguió
el mismo itinerario desde el año 1.579. Con los primeros claros del día
empezaba la animación. No existía
carretera, camino vecinal o simple trocha o veredilla sin invadir por la avalancha de romeros. De toda la comarca, de todos los pueblos de
la provincia, de toda la costa malagueña y de la propia capital, acudían
familias completas impulsadas por la fe mariana, a dar gracias a Ella por
alguna merced recibida o a implorar otra.
Nadie venía impulsado más que por su
fe trasmitida de padres a hijos sin necesidad de la sugestiva publicidad. Todo
espontaneidad, arranque voluntario, en esta avalancha de romeros que en la
madrugada del 23 de abril empezaba a inundar la Olaze y la Iglesia parroquial de
Cártama: Trenes, especiales, coches, autobuses, caballerías y un interminable
rosario de gentes a pie .
Muy de mañana se celebrara misa. A
las once, un predicador de verbo
elocuente ofrecía el pregón a Nuestra Señora en un templo abarrotado hasta el
más leve espacio de devotos. Millares de
velas arden en los quemaderos atestiguando
la fe del pueblo. En la calle, los bares estaban abarrotados incluidos
sus frescos y emparrados patios. Pintorescos grupos poblaban los alrededores
bajo las acogedoras sombras de los árboles de la parte Sur.
Y la mayestática procesión entre una
intensa luminaria de cirios y velas, bengalas de fuego morado que eran
encendidas al paso de la Virgen
desde las casas, y Miguel Morenito, echando cohetes y encendiendo ruedas
tronadoras delante la celestial Patrona, en medio de dos filas interminables de gentes silenciosas de todas
las clases sociales; titinean las tulipas de cristal y se estremecen las
campanillas del trono.
Esa es a grandes rasgos la procesión ¿quién puede
describir la intimidad devota de cada
alma, el motivo por el que reza, por el que ofrece exvotos, el motivo por el
que descalzo algunas personas camina su lado... Y, ya a altas horas de la
noche, al conjuro de la marcha real, La Virgen de los Remedios, la Virgen que un día será
peregrina por tierras lejanas de allende el océano, hacía su entrada en el
templo parroquial. Ya sólo queda la nostalgia, y la espera a otro año, y a
otro, y a otro desde siglos pretéritos...
Como era costumbre generalizada, a
la festividad religiosa se les unían celebraciones agroganaderas relacionadas
con los ciclos agrícolas y lúdicos populares. La feria de ganados de abril en
Cártama data, según pragmática del Rey Felipe II, del año 1.590; esta feria
fue, y es, una de las primeras de toda
la región andaluza, y simpre fue de las importantes por la cantidad de ganado
que afluían a ella y el número de transacciones (tratos) que se llevaba a cabo
en su transcurso.
El contorno ferial era indistintamente parcelas lúdicas o Real de
la feria, y, mercado de ganados; éste
entonces situado en el barrio que aún se sigue llamando, “El
Mercado”. Era el mercado, el reino de la campechanía al tiempo que de la
charlatanería pero, cada trato, era un
protocolo notarial, firmado a perpetuidad con un apretón de mano sellado con la
mano del “correor” impuesta sobre las del comprador y la del vendedor, que
sentenciaba: “El trato está hecho, suyo
es el mulo y de usted el dinero ...” Y aquella ceremonia, para ser de por
vida, no necesitaba firma, ni sello, ni
visado y..., ¡anatema social quien se saltada la palabra dada1.
Y aquello era “bendecío” con un buen calibre de pirriaque seco de Ojen en el
sombrajo-cantina de cañaveras del Guadalhorce, mientras un aficionado al cante
del lugar, entonaba con buen paladar el célebre fandango de Cártama, que ya no
se oye cantar:
“Por las trenzas de tu pelo
un
canario se subía;
y
se paraba en tu frente
y en tu boquita bebía
creyendo
que era una fuente”
O aquel otro fandango que compartían
Alhaurinejo y Cártama:
“Viva don Antonio Vargas,
alcalde republicano,
lo digo con ilusión,
no he visto alcalde más bueno,
ni con más buen corazón”
Arribaban al “mercado” una barahúnda de personajes del mas
diverso pelaje y catadura: tratantes, “correores” (payos y gitanos
entremezclados: “pólvora seca”),
marchantes, arreadores de piaras,
gitanos “esquilaores” y...vendedores, vendedores ambulantes a porrillo: de
jáquimas, albardones y aparejos, de varas varias de adelfas, de tarajes, de
sierpes de olivo, bastones de toda medida, algunos de adelfas peladas y
pintadas de vistosos colores para niños y mocitos cursis; todos voceaban, todos
pregonaban sus mercancías, y, de entre todos, sobresalía el pregón del chaval
que en un pirulo vendía el agua que llenaba en el cercano pocillo de
“Gasparillo” (el trompetilla y pregonero del alcalde): “Agua fresca y sabrosa, a gorda la pechá...”
Y la carrera de un mulo cogido de la
jáquima por un gitano mientras otro restallaba tras él el látigo para espabilarlo
a los ojos de presunto “compraor”, y, un mugir de toros, y un berreo de vacas,
un balar de cabras y ovejas, y el rebuzno encendido de un garañón empalmado al
olor de la florida burra al que la gitanilla dieciochena mira de reojos
mientras la madre, que ha pasado ya por todas,
le sugiere: “hija, tráeme la olla
que voy a echar los garbanzos...” “Voy má...” Gente todas dignas de la pluma
de un José Carlos de Luna:
“Te
ví a mercar en la feria
un pañolito de taye,
pa que
cuando te lo tersies
jagan
palmas en la caye
Sabe a Canela
el suspirito /
de una mosuela”.
***
...Le lució ser
peujalero;
rejuntó
cien peluconas
y
mercó unas treinta yeguas
que él
las yerbea y agosta,
las
marcea y las alambra,
las
manosea y las doma.
Cuando a pan huelen las mieses
y en
las eras se amontonan,
Frasco ajusta el pataleo
y
trilla con sus seis cobras
--bordoneando cencerros
las falsetas dormilonas
de
un lento cante cansino
ansioso de brisa y sombra--...
Ya
se remató la trilla.
ya
no pican las alondras
el
rubio grano en reguero
de
gavillas reventonas...
En relejes de barcina
aletean silenciosas
las
zumayas agoreras,
pardas de polvo y de sombra...
Los grillos campanilleros
a
humilde rebato tocan...”
***
¡Ay campos de mi niñez,
quien os
pudiera sentir
bajo mis pies como alfombra!..
**
Y Fernando Villalón:
“El
pájaro Kuki
de todo se entera
y ocultarle algo
no vale la pena.
Anoche
Maruja
con un pollo pera
flirteaba
un poco
después
de la cena.
Los dos se miraban
(sus ojos se besan)
--¿En qué piensas, chica?
--En lo que tú piensas...
Y el pájaro Kuki
que
estaba a su vera
contesta: --¡ Cochina!...”
Y...
¡García Lorca1, y Alberti, y Pemán (¡oh su “Feria
de abril en Jerez”!)...
***
Eran de llamar la atención los
esquiladores, de los que se cuenta y no se acaba; bajo un árbol bordaban sobre
el lomo de cualquier rocín a golpe de tijeras signos fálicos, flores, trenzas. Otro estaba especializado en pelar y adornar
el cuerpecillo menudo de los perritos “lulú” y “pequineces” que le llevaban empingorotadas
damas.
Garantizando el orden, una pareja de la Benemérita a caballo,
era la representación de todas las virtudes cardinales.
Y una pléyade de compradores de
mayor y menor cuantía; éstos acompañados de sus mujeres, tesoreras estrictas de
sus ahorros, es decir, las que tenían la
última palabra en qué y como se gastaba una perra gorda.
Todo, y más en un ambiente rural.
Los niños, acorde con la época y los medios lúdicos de aquella cultura
enraizada en tradiciones seculares, gozaban de cosas tan sencillas como unas
meras norias de canjilones animadas por los platillos y el bombo de Joaquín el
de las Norias: “Chinchipún, chinchipún,
chinchipún”...y tras una decena de volteretas:--“¿quereis más?” Y la chiquillería que gritaba “¡Siiiiiii!”, y, Joaquín, con su bombo: “chinchipún, chinchipún...” Y, el tren eléctrico en la era de
Ramolichi que al pasar por el tunel, el “demonio” daba con una escoba a los
chavales (en este túnel, Juan Díaz “Pitana” al intentar quitar la escoba al
diablo, cayó y las ruedas del tren sobre los rieles le cortó varios dedos de
una mano); y el consabido organillo de manubrio que ponía dulce y melancólica
música y canciones populares en el ambiente ferial; y el baile en el patio de la Hermandad de Labradores
amenizado por una orquesta que deparaba piezas musicables bailables mientras
llevábamos en nuestros brazos a la chavala de los sueños.
Y la buena música de la banda de
Alozáina, la mejor entonces y más antigua de la provincia, que durante los tres
días feriales, incluido el de la
Patrona , iundabaq los cielos de Cártama. En las casa de
familias más pudiente el Ayuntamiento asignaba uno, o dos, músicos al que debía
dar comida y cama, o sea, alojamiento. De esto hecho se fraguaron auténticas y
perdurables amistades.
En definitiva, una avalancha de
colores hacían de aquellas ferias una exposición pictórica: banderolas,
cadenetas de papeles variopintos colgados a lo largo de la calle de en medio;
carreras de cintas a caballos enjaezados intentaba a galope prender la cinta
bordada por la hembra preferida para que ésta se la amarrara al brazo o, más
cerquita aún de su cara, se la anudara al cuello; y cucañas, y repique de
campanas a la hora de la novena a la
Virgen de los Remedios en cuyo honor se celebraba toda esta
parafernalia festiva, y los cochecitos topes, y las casetas de tiros, y el
puesto de golosinas, y, tantos y tantos motivos feriales que aglutinaban en un
solo latir emotivo a un pueblo. Tantas cosas que el viento se llevó.