Ante las falacias y distorsiones unilaterales y excluyentes con que en virtud de la nefasta y nefanda Memoria Histórica se quiere reescribir la historia reciente, yo inicio un nuevo libro a mis 85 años con la esperanza de que Dios me de tiempo para terminarlo. Se intitula, "MI PEQUEÑA Y CIERTA MEMORIA HISTÓRICA" Este título es susceptible de modificación a tenor de lo que sobre él opinen mis amigos y tertulianos que mevienen animando a escribirlo. A continuación inserto un trozo de uno de sus capítulos. Los que han de decir, dirán, probablemente en tertulia comida que (D.M) solemos tener en el restaurante de Sierra Gorda.
***
En
efecto, yo, el mayor de mis hermanos, alcancé a vivir --lo recuerdo en todo detalle
y objetividad de contexto dada la intensidad de las dramáticas vivencias que se
gravaron indeleblemente en el venaje de
mi ser-- el aciago devenir de aquella fratricida guerra de 1.936 que, tan
duramente, afectó a mis padres y a los dos hijos ya nacidos. Cinco años tenía
yo (“niño
de la guerra”), y aún menos mí única
hermanilla……. ***
Escribo este episodio el día 22 de octubre, sábado,
de 2.016, a propósito de los recuerdos que me suscita que hoy o mañana (cito de
memoria), cumple 80 años el tercer hijo de mis padres, Antonio, de los seis que
tuvieron. Aquel día autumnal, en el que mi madre daba a luz a este nuevo
hijo en el Hospital Civil de Málaga,
temblaba la camilla paritoria con cada una de las secas explosiones de las
bombas que los nacionales dejaban caer
contra Málaga desde sus aviones,
no lejos de dicho sanatorio.
Al bondadoso doctor le extrañó
el sereno llanto de mi madre que tenía mezcla de alegría pero, dejaba traslucir
gran pesar. Cuando él con la dulzura que le caracterizaba le preguntó si le
preocupaba o temía algo, recibió esta respuesta: “Don
José temo mucho por el destino de este hijo y de otros dos que están con mi
padre y hermanos en un cortijo de Alhaurinejo (El Convento), porque me
encuentro con tres hijos, no tengo nada y no se si mi marido vive o está muerto en el otro lado del frente
a donde dicen que se ha pasado; cuando
el 20 de agosto le daban el “paseo” once milicianos en dos coches para al final matarlo, se escapó de uno de los
coches y corriendo, perseguido a tiros durante una legua, se internó hacia la sierra Almotaje y ya no he vuelto a saber más de él: y, cómo
vivo y crío yo a mis hijos…”
Era
el sentimiento trágico y angustiado de la vida de miles de seres de uno y otro bando, que a aquella buena madre y esposa no le era ajeno.
El
santo y eximio doctor, D. José Gálvez Ginachero, que como dije la parteaba, le
puso entre las manos un rosario que mi madre había pedido (¡en aquellos
momentos de persecución religiosa) y, graciosamente,
él también le regaló, ¡oh Dios!, una estampa de la Virgen de los Remedios de
Cártama de la que era devoto.
Mientras
tanto, en el cortijo, El Convento, sus dos hijos habíamos a refugiado con
nuestro abuelos y tío debajo de la cercana a la casa alcantarilla de paso de aguas de la vía del
tren suburbano y, desde allí, oíamos el rugir de los motores de los “aparatos” en
sus cabriolas y veíamos como entre ellos aparecían vellones de humo de los cañonazos que les
tiraban desde tierra. Algunos vinieron a dar la vuelta sobre nuestras cabezas tras
vaciar su carga. Preocupación y zozobra por doquier.
Luego
explicaré como se escapó mi madre y después, mi hermana y yo de la vigilancia
del “comité que nos tenían por rehenes mientras “Frasquito” (mi padre) no se entregara.
Ya
a en el comedio de la década de los cuarenta, acompañé a mi madre a recibir
durante una pequeña temporada las aguas de Carratraca; allí nos encontramos que
en el mismo humilde hotelito se hospedaba también, solo, el bueno de don José Gálvez. Mi madre lo
abrazó y le enseñó la estampa que siempre llevaba en un cubre relicario en su
pecho. Emotiva escena. Desde aquel día a la hora de almuerzo y cena el
venerable sabio nos honraba compartiendo
mesa con nosotros. Sistemáticamente, tras el almuerzo me cogía del brazo y me
hacía acompañarle a departir con el cabrero que tenía puesto el redil de sus
cabras bajo un enorme y tupido castaño en donde el ganado sesteaba a
aquella caliginosa hora.
Dado lo convulso del contexto sociopolítico que necesariamente describo, este libro puede que no guste a ninguno
de los sectarios fundamentalistas, fanáticos aún de alguno de los bandos que, a lo bestia, se enfrenaron en cainita y estúpida guerra,
de la que alcancé a ser testigo directo y sufriente.