González marín convaleciendo de una enfermedad grave que aprovechó para leer los Pregones de Salvador Rueda, Entonces concibió llevar la poesía al pueble llano escenificada. Arriba en la hamaca entre dos algarrobos que le tenían puesta y, abajo, con su hija Isabelita en la Casa campera de Trascastillo.
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En la
página que en Facebook tiene la Asociación de Amigos del Museo (o lo que sea)
de Cártama, se ha insertado una noticia, también en esta ocasión con profundo oportunismo mediático populista,
según la cual un forastero, se dice que
arqueólogo capitalino amigo del de Cártama que, al parecer hacía senderismo
a pisa matas por las bajeras del Tajo de
la Umbría encuadrado por la parte sur en la histórica finca, Trascastillo, ha
venteado fóllegas íberas concretadas en una especie de farallón de argamasa que
ya, ha tiempo, algunos que conocíamos su existencia denunciamos al Ayuntamiento
de turno sin que le dedicara al evento
la más mínima atención.
Dado lo
intrincado, abrupto y de difícil acceso
del paraje en donde en los tiempos de
que se nos habla habitaba el oso, el
lobo, culebras, y hasta según se atreven
a afirmar algunos, leones y otras
peligrosas creaturas de cuatro patas (también halas de dos por su lengua
viperina), es de colegir a caballo de la lógica los restos correspondían al picadero
reservado y aislado de algún sicalíptico cacique (siempre los hubo y hay) ibero
turdetano de los entonces asentados en
estos pagos.
A lo antes
referido, y con la buena y única intención de enmarcar el acertijo de
marras en su cabal y cierto contexto, me
permito (con permiso, espero, de los muy sapientes, exclusivos y excluyentes “prácticos” locales del tema) añadir con toda
realidad de verdad (ya digo) datos –por supuesto comprobados—relativos a la
irrefutable riqueza que esta finca atesora en sus más de doscientos mil metros
de extensión, sobre la historia e intrahistoria de Cártama, que atañe a lo
nacional y, quizás en algunas singulares connotaciones, interactiva con la
mundial.
No digo ni mucho menos, que el
dato que motiva este oportuno comentario por mi parte, carezca de total
verosimilitud, porque un poco más abajo, hacia el norte de la finca, sí
aparecieron siendo yo su propietario y debido a unos trabajos que en ella
realizábamos obreros y servidor, algunos testigos sedentes íberos, según
expertos que siempre, y buenos, los hubo en Cártama (no ahora solamente) y, por
supuesto romanos, amén de aljibes moros fantásticamente conservados y, en la casa
vivienda y de labor, existió y debajo de su suelo sigue, un lagar de pisa de
uvas, posiblemente el de origen romano
del que ciertos documentos producidos hace décadas por la Junta de Andalucía, y que creo conservar, sitúa en la Cártama de entonces (Cartima) el primer
lagar romano para mostos y vinos de España.
Como esto da para más, en una
segunda parte, que prometo, diré y matizaré como en esta finca, siendo en ella
convaleciente de gravísima enfermedad el hijo de los dueños, José González
Marín, nació la idea y el germen de un arte nuevo y noble: la escenificación
genial de la poesía española. Ni más, ni menos. Hasta la próxima entrega D.M.