No niego razón, tal vemos con inaudita profusión en medios, redes, cadenas televisivas, etc, a quienes han bautizado la realidad que vivimos en estos tiempos como los de la “POSVERDAD” o sea, que según esta congruente definición, hemos matado la indispensable virtud de la verdad. La palabra es lo que nos diferencia de los animales, y si la palabra se prostituye (cual está ya) con el uso sistemático de la mentira, el mundo está perdido. Y a la vista está que hemos instalado en las relaciones humanas el uso de la mentira por sistema; de forma escandalosa entre la clase política. Ya Aristóteles llego a sentenciar: “La mentira (demagogia, decía) con su turbulencia derriba los gobiernos democráticos” Y lo estamos viendo hoy palpablemente.
Como no se ha podido matar a Dios,
se ha intentado (y en gran parte conseguido) por las minorías radicales opacar (adventiciamente) parte de su proclamada esencia: La Verdad. Lo
dijo así: “Yo soy el CAMINO, la VERDAD y la VIDA. Cielos y tierra pasarán y mi
palabra no pasará”.Ya van más de 20 siglos que lo dijo.
Para terminar esta
concisa y congruente reflexión hagámoslo con palabras de un adalid de las letras españolas, Ramón
del Valle Inclan: “Dios es la eterna quietud, y la belleza suprema está en Dios. Satán
(los demagogos) es el estéril que borra eternamente sus huellas sobre el camino
del tiempo” Y, es célebre la
frase del ateo filósofo y político de la Revolución francesa, Voltaire: “Si
Dios no existiese, habría que inventarlo”