El
día 12 de octubre España demostrará al mundo seguir viva y con razones para
celebrar por plurales y gloriosas efemérides este día “12-Octubre”. Tampoco este año, como
siempre, quedará una ciudad, ni un pueblo, sin celebrar el día de la Hispanidad y
de la Guardia Civil, en el solar hispano. Esta veneración tácita o explícita
anida en el corazón de cada español
desde aquel 12 de octubre de 1.492 en el que, tras largo tiempo de singladura
por las aguas del océano tenebroso, el marinero de La Pinta, Rodrigo de Triana gritó
desde el palo mayor de su nave: ¡¡¡Tieeeerra!!!, grito que enseguida voceaban
los marineros de las otras dos carabelas, en una de las cuales iba el almirante,
Cristóbal Colón.
Pero el freno mayor para los que desean
que España no siga viva y con
taimada saña quieren fraccionarla, lo constituye nuestra Guardia Civil (que hoy
celebran su día, y les felicito con el
mismo ardor con que ellos defienden nuestras vidas y haciendas); felicitación, que en justicia, hago extensiva a la Policía Nacional por análogos
motivos y, porque hace 10 días celebró también su día.
Quiero exponer otros motivos, aparte
del Descubrimiento de América, para
celebrar esta fecha:
Y, en aras de la brevedad, a lo
dicho voy a añadir esta copa de sabor mariano que atañe de lleno a nuestro
entrañable pueblo de Cártama:
Cogieron el famoso y espeluznante, “Tren
de las Nubes”, en el que cruzaron los Alpes con la Virgen de los Remedios en
los brazos y una pegatina adherida con una escritura identificativa por si algo
ocurría a ellos la devolviera al pueblo
español del que era patrona. La mayor y constante preocupación de González
Marín desde que embarcaron en Cádiz, era que a él le pasara algo y la Virgen
chiquita de Cártama se perdiera. Y, he aquí el hecho asombroso, que ya más
ampliadamente inserto en mi libro, “El Juglar y la Virgen Peregrina”: Durante
todo el trayecto por la altiplanicie
andina, un cóndor de enormes dimensiones acompañó volando al departamento en el
iba la Virgen cartameña sin desvían en ningún momento la vista de Ella hasta el
final del trayecto. Según me contaron muchas veces Pepe González Marín y
Antoñico, el cóndor de los Andes sembró en su ánimo una paz infinita y, durante
tan aparatosos viaje, en ningún momento
sintieron miedo desde que el enorme pájaro empezó a acompañarles, casi desde
que salieron de Salta. Contándome este suceso, mi amigo Antoñico, y lo mismo
Pepe González Marín, no podía ocultar las
lágrimas.