Pedro Dueñas ha publicado un nuevo libro, “Historia de la Estación de
Cártama (Un milagro en el valle)”. Su lectura ha henchido mi mente de gratos recuerdos de aquellos
tiempos en los que aún no estábamos como estamos hoy (eso dicen y al parecer con razón), en la era de la posverdad; de cuando las
personas nos regíamos por valores recios y enraizados. De de cuando
la amistad leal era una gratificante y bella realidad, no
zigzagueante al influjo de intereses, a veces mezquinos.
Empero, el eco de este libro de Dueñas me ha
trasladado, emocionalmente en el tiempo, al lugar de la Estación, hábitat
de grandes e inolvidables amigos míos y conocidos que le imprimían amistad
confiante que hoy suscitan nostalgias y querencias; fuertes querencias inextinguibles:
La Estación fue, y es para mí, “la punta
del pueblo” con bellos terrenos por medio a lo largo de tres
kilómetros en derechura Sur y, un bucólico y amado río cargado de historia y numen poético.
En la Estación, en efecto, saboreé siempre sus recovecos de poblado
humano singular. Quizás algún día
(D.M) las cuente negro sobre blanco.
Cual dejé apuntado, en la Estación tuve entrañables
y sabrosas vivencias y, presencié otras ajenas. No podría plasmarlas todas sin
que me saliera un entrañable libro de intrahistoria que, D.M, no descarto;
Incluso alguien me ha prometido editarlo si lo hago. Gran poder evocador, pues,
tiene este libro de Dueñas.
“Como un milagro del
valle” subtitula Pedro Dueñas su libro. Afortunada metáfora lírica la suya:
Quien viniere a Cártama por la antigua
carretera de Campanillas, al llegar a la
casilla de Carrión, ¡oh milagro del Creador!, cae necesariamente en la cuenta, del por qué llamaron los fenicios a nuestro pueblo, Cartha
(ciudad escondida). Sobre un coqueto cerro con defensivos castros ibero-bastetanos en su cima,
avanzadilla de un sistema montañoso que lo circunda por el Sur, Este y Oeste, se ofrece de sopetón a la
mirada del viajero un inmenso y edénico
valle labrantío regado por un río (el hoy llamado Guadalhorce), entonces
navegable, que constituye en su conjunto orográfico una postal dibujada con los inefables
pinceles de Dios. Por si fuera poco, de este a oeste a no más de cien metros
del del
río, nemorosos sotos por medio, existían, y existen en cada margen ya
convertidas en carreteras modernas, dos
sendas iberas que ponía en contacto a Malaka con todos los enclaves del
interior.
Cuando tenga totalmente leído este tomo de Pedro Dueñas, dada
su temática tan entrañable para este humilde escribidor, volveré sobre el. Sí,
así lo hare, D.M.-