Un
labriego plantó en su huerta un albaricoque que, ya adulto, resultó saraza, es
decir, no daba frutos; todo el flujo de
sabia lo utilizaba para echar fronda,
fachada, apariencias. Desesperado el labriego por la ruina de la agricultura, decidió emigrar a América pero,
previamente cortó el albaricoque a
rapaterrón; empleó, antes de irse, las ramas secundarias para alimentar un
tiempo el fuego de su humero pero, no así el grueso tronco que, al
marchar, quedó tirado en un lindazo de
su huerta.
Sucedió
que estando el campesino en las Américas, en una trifulca política fue quemada
la imagen del patrón de su pueblo. Los parroquianos, pasados los momentos
álgidos de la revolución,
decidieron encargar una nueva imagen del
patrono para renovar la tradición religiosa. La condición que les puso el
imaginero era que ellos deberían aportar la madera. Daban vueltas a sus
respectivos magines buscando un tronco adecuado. Uno de ellos, sugirió que se
utilizara el tronco del albaricoque que, el indiano paisano, había dejado en su huerta. Y
eso hicieron: El escultor tornó el tronco en una magnífica imagen.
Cuando
el huertano volvió a su pueblo, ya
bastante adinerado, acudió a los
renovados actos litúrgicos en honor del
patrón. No más entrar al templo, lógicamente se fue a rezarle al titular,
ignorando que la talla antigua había
sido quemada y reconstruida de la forma dicha.
En
cuanto el retornado le echó la vista encima al santo, se dio cuenta que, por lo
que fuera, la madera de la imagen era la del tronco del albaricoque saraza que él
dejó en el huerto al emigrar. Entonces
su oración fue de esta guisa:
“En mi huerto te crié, de tus frutos no comí, los milagros que hagas tú, que me
los cuelguen aquí”, (cogiéndose en tal instante los huevos).
Sin
darme cuenta, cuando estaba en rumiar el sucedido que antecede, sin quererlo y
sin saber porqué, al parar mientes me
encuentro que de lo que estaba metaforizando era de las clases dirigentes y teóricamente “selectas”? del lugar, culpables convictos y
orgullosamente inconfesos de ser culpables por desprecio al saber real y por vanagloria
egotista, de que Cártama ignore sus raíces,
desprecie a sus personajes insignes (los
que, sí, dan prez y fama noble a un pueblo), de que la gente sientan desdén por
su valores consuetudinarios, y, los
sustituyan en el alma popular por mequetrefes engolados, dependientes del culto
a la personalidad, que los equipara por encima del tiempo a auténticos bufones medievales; pedantería
compulsiva en fin que han hecho de un pueblo
intimista y grato en todos los órdenes cívicos, un canasto de alacranes picándose unos a otros.