Los pregoneros de frutas y verduras, los “lañaores”
(de lebrillos, orzas, tinajas, etc de barro), los pescaderos, los afiladores y
toda una amplia gama de artesanos, recorrían a diario las calles del pueblo con
su bestia cargada pregonando sus mercancías, o servicios, a las amas de casa.
Uno de estos vendedores ambulantes, con su mulo de reata, a veces petaca en mano echando un cigarro, cargado el serón de naranjas de distintas variedades, emitía su pregón con voz melódica y con un dejo que algunos que alcanzamos a vivirlo lo tenemos grabado en las
entretelas y nos insta a la melancolía. Su pregón era de este tenor literal:
“Vendo naranjas chinas,
Chinas y mandarinas,
Calejillas de las
buenas
¡Que son de canela mis naranjillas!,
Niñas, que llevo limones
Y son los mejores…”