La mal entendida máxima de que Dios se explica
en la voz del pueblo (VOX POPULI VOZ DEI), viene autorizando a la plebe y pedantes de chichinabos para tiranizar la razón, el
buen juicio y la verdad individual y hasta prostituir la historia, como se viene haciendo en esta era de la posverdad.
Con esa invocación de pillines
demagogos, éstos han erigido una potestad incluso tribunaria, capaz de oprimir la buena fe y la nobleza de las
minorías. Además de tal error de zascandiles, nacen muchos más; porque asentada
la conclusión de que la multitud sea regla de la verdad (con
esa falacia advino la II República y el
Frente Popular, aunque ninguno de los
cuales ganaron la elecciones que cambiaron
nuestra historia al echar los consabidos partidos la multitud a la calle enloquecida en algaradas por previas arengas maquiavélicas)
, todos los desaciertos del vulgo se
veneran como casi mandato divino.
Los que tanto énfasis ponen --por interés propio casi siempre-- en el valor definitivo de la voz popular saben, y he aquí la sangrante
mala fe, criminal a veces, que el mayor
número de gente en manifiesto es la acumulación, si no se atiene a la razón, de
sinrazones en momentos homicida o, al menos, temerarias como estamos viendo y sufriendo en dos regiones españolas, Cataluña y Navarra. Y es que, los que aspiran a usurpadores no pueden
conseguirlo sino por medio de insolencias y maldades. Un ejemplo lo tenemos en
nuestro gobierno.