No es asombroso que distribuidos por
doquier existan en este mundo redomados embusteros, que pueden ser incluso
presidentes de gobiernos y su estela de carguillos secundarios; lo que sí
asombra es que en un país como España
haya tantos simples que les crea una y
otra vez, e incluso parece que les complace ser engañados. No se comprende
como ocurre esto porque el gobernante falaz repite su engaño a cara endurecida
cada vez que le conviene que los demás crean sus patrañas, aunque también es cierto que los
gobernantes mentirosos suelen ser a la vez grandes demagogos con no poco arte
deleznable para halagar la simpleza de muchas gentes; no, los embusteros no son
tontos, aunque necesariamente son sinvergüenzas que , de ahí su peligrosidad
social, llegan a hacer escuela entre su nube de paniaguados por regla general
lameculos y chismosos.
Lo antes dicho, que es totalmente admitido por el común dada la
cuotidiana cadena de engaños clamorosos como, un ejemplo por cientos, la
reciente trola gubernamental del ministro Avalo a todo el país, resultan también ostensible en los pueblos. En
alguno de forma especialmente onerosa
para el interés y dignidad de personas civiles
.
.
Es oertinente recordar aquí que hace
cerca de dos años se anunció, en
convocatoria pública a bombos y platillos en el Teatro, José González Marín, el casi seguro retorno de la estatua de la
diosa Ceres a su destino de origen, Cártama. Alguno de los presentes arguyó exaltado: “estoy ceandito verla aquí…-“,
oración (no gramatical), que contenía la
certeza por parte de este tal. Pues bien, no sólo todo aquello era hojarasca retórica,
sino que ya no dicen ni pío de la cartameña pieza arqueológica. Y así, la tira.