La gente de España, como nos llama
el tal Pablo Iglesias, no tenemos bastante con la plaga de políticos desleídos
y en gran mayoría indigentes intelectuales que hoy por hoy pululan por nuestra bendita piel de toro que, encima,
nos brea otra también insidiosa epidemia de gripe, digamos doméstica. Y, por si
ello no bastara a preocuparnos, nuestros medios
de comunicación nos llevan al acojonamiento constantemente con noticias apabullantes
sobre el mortal coronavirus, sin que en momento alguno nos digan si la ciencia
está, o no, manos a la obra, corre que te pillo, para conseguir una vacuna que
es la única solución para frenar al dichoso microbio o bacteria, noticia que
llevaría un rayo de esperanza a la acojonada
e inerme sociedad civil de este hoy maltratado país con eventos sobreañadidos a la nefasta actuación de los políticos.
Yo, aunque no me crean, por
circunstancias fortuitas gocé de la benéfica amistad del premio Nobel de
literatura, don Jacinto Benavente, que
invitado por su amigo, José González Marín, pasaba frecuentemente
algunos días en Cártama, lo cual siempre lo recogía la prensa nacional para motivado
orgullo de esta villa.
Cuando venía acá, siempre subía al
santuario de nuestra Patrona la Virgen de los Remedios, que a él le gustaba
visitar; a dichas subidas siempre me pedía que le acompañara y, uno de esos paseos fue en agosto del año
1,947, al día siguiente de saberse que
el toro Islero de la vacada de Miura
había matado a Manolete en la plaza de Linares. La muerte del “Monstruo” del
toreo, como le llamó Kaito, director de la revista El Ruedo, conmovió a España y al mundo hispano de
allende el océano.
Dicha noticia y los toros en general
fue el tema de conversación del grupo de personas que acompañábamos a don Jacinto, que callaba. Cuando habló fue
para decir, bien lo recuerdo, lo siguiente: “Yo, después de la República no
he vuelto ir a los toros; iba durante
ella, no por afición, sino porque cuando
el presidente era abucheado yo me solazaba en mi fuero interno gritando
también: Presidente eres un impresentable,
ignorante, un malvado irresponsable que estás destruyendo a España.
¡¡Vete ya!!, y, la última vez que fui pensaba en Casares Quiroga” Don
Jacinto recurrió a ese truco porque durante la II República había una
feroz censura de la libertad de
expresión y opinión.