Cuando con tristeza infinita veo el
tejemaneje de esta blabanera y pantagruélica
plaga política que se ceba en
nuestra España --España una desde hace cinco siglos, hoy patria herida--, a mi
cansada, pero aún vívida memoria, acude la siguiente vivencia que puede ser, si
bien se coteja, oportuna metáfora política de estos tiempos
***
Nubes lejanas cargadas de relentes,
Alientos de las húmedas besanas,
Olor sabroso del terrón mojado,
Olor a gloria de la tierra en calma...
Olor a gloria de la tierra en calma...
El
cielo encapotado con negros nubarrones
que ya habían dejado caer algunas brusquillas sobre los resecos barbechos, daba
fe de la entrada del otoño. Mi padre -- su frente ancha: mi nido de consejos--, y yo, tras haberlos sacado uno a uno del cantero y
lavados a mano metidos en el agua de la “pasada” ganadera en la acequia
del Barullo, cabe la pesebrera estival
del ganado, sajábamos nabos con nuestras navajas “payá” cuyas rebanadas,
entrelargas de hojas a rabizas, iban
cayendo en una espuerta de esparto en la
que el boyero las distribuiría en las pasturas vespertinas y de alba, en sus
propios pesebres al ganado vacuno que,
en esos momentos rumiaba rítmicamente haciendo sonar sus esquilas y cencerros. El
lento sonar de las cercanas campanas parroquiales se antojaba también más lánguido y amarillo. Una vaga melancolía
suplantaba la emotiva exultación veraniega de
esquilmos y trillas de mieses en las eras.
De
pronto, sonaron dos tiros de escopeta
por las hazas cercanas a los tapiales del cortijo de Alhóndiga, que me
hicieron reprocharle a mi padre:
--Esos
han sido los dos “cazaores” que hemos visto bajar del pueblo a los regadíos, y han
cazado la liebre que salta cada vez que voy yo a abrir, para regar, la
torna de “las mimbres”. Por no haberme dejado tú ir a “tirarla” me la han birlado...
--Hijo,
fueraparte de que todavía quedan muchas
faenas que hacer, me da miedo..., la
escopeta es más alta que tú. Cuando vengas del colegio con vacaciones de Navidad, si traes buenas notas,
te prometo que yo mismo iré contigo con la otra escopeta y la podenca, a cazar
todos los días que quieras... Y, cuántas veces fuimos juntos a recechos y a la
mano a cazar liebres, conejos, zorzales en los habares, agachadiza y polluelas
que se levantaban de los cristalinos arroyos en invierno...
Hoy busco la hora que no encuentro
en el recuerdo de mi niñez lejana,
perdida
más allá del infinito
en
el rojo remanso del recuerdo
con
multitud de sueños entreverados...
--Bueno
hijo, ya tiene el boyero preparadas las pasturas de tarde y alboreá; vámonos pa
la casa que pronto volverá a llover si
descargan aquellas nubes que cubren el
cielo por Bonela.
Era
ya la hora de casi entre dos luces,
...con un silencio de luces
que los grillos ametrallan,
y en la
orilla de la acequia
hierven
ronquidos de ranas
Los
cazadores, que desde el sombrajo de la pesebrera habíamos visto regresar con la
liebre empatillada a la cintura de uno de ellos, estaban sentado al resguardo
del relente en el balate del haza de
Frasquito, el de “la codorniz”, y, por encima de sus cabezas, habían echado la
liebre y escopetas; junto a ellas,
sesteaban los perros podencos.
Desde
Cártama, por el camino que embocaría a
la realenga, bajada un arriero con dos sacos
de cebo, molido en el serraleón del
pueblo, encostalados sobre el hato de un mulo de carga; aún no se había montado
en la bestia que traía de reata mientras,
petaca en mano, echaba tabaco para liar
un cigarrillo.
La
sonora jerga de los cazadores, sobredimensionada por el sereno silencio de la
atardecida autumnal, era de este tenor:
--¡Que
no, compadre... que hay que decirle a Josefita la de la “bodega” que guise la
liebre al ajillo; así está ma tierna
--Pero,
compadre, somo muchos los que nos vamos a reunir y en pipitoria da para
trasegar mas vino, al ajillo no cabemo a ná...
De
pronto, mirándome con una burlona sonrisa
me dijo el padre bueno: “Muerde lo que está pasando por encima de la
cabeza de los escopeteros...” Dos fieros
mastines de la cercana casilla de Pepito “El bicho”, habían hecho huir a los
podencos y sólo les quedaba por
englutir de la liebre las orejas y las
peludas patas. Mentiría si no dijera que me alegré del hecho: aquellos cabrones
que me habían birlado la liebre, estaban pagando bien su, para mí, felonía
cinegética.
El
arriero con su mulo llegó a la altura de los cazadores antes que mi padre y yo,
lo que no fue óbice para que oyéramos claramente su consejo a los
blablaneros liebreros: “Compadres, quear con Dios y, que aiga arreglo, hombres, que aiga arreglo, lo mesmo da ya en pipitoria que al ajillo ...”
Díganme
quienes tengan luces para discernir la realidad de verdad, si nuestra blablanera
casta política no se han comido España, unos en pepitoria y otros al ajillo
como vulgares pantagrueles y gargantúas, ante la estúpida indiferencia de la
ciudadanía.
Mi
padre y yo llegamos a la casa:
¡Aroma de guiso recién cocido...!
humean
las viandas...¡mesa puesta...!
La
madre, corazón de nido...