El Cancionero de Antequera contiene reediciones poéticas de varios autores, recopilados entre los años
1.626 y 1.628 por el erudito antequerano, Ignacio Godoy. La
colección completa consta de más de 700 composiciones, de las que Dámaso Alonso
publicó una selección en 1950; algunas otras permanecen sin editar.
Este Cancionero contiene, entre otras, una colección de bellos y cultos sonetos dedicados en distintas épocas al
emblemático e histórico Río Guadalhorce. Conocemos unos siete de ellos, con la
particularidad de que algunos los escribieron desde América hombres guadalhorzanos que, no más iniciarse en el
siglo XVI la colonización de aquel nuevo continente transoceánico, buscaron
nuevos horizontes para sus vidas y haciendas, enrolándose en las huestes
colonizadoras que allá marcharon, casi todos para no volver jamás a la madre patria.
Eran hijos de los ribereños pueblos
guadalhorceños que allá rebautizaban los
villorrios que descubrían habitados por salvajes, con topónimos de su tierra de nacencia aquende el océano, cuyo recuerdo les producía
una nostalgia casi insufrible, que paliaban cantando en sentidos poemas la tierra madre que dejaron atrás para
siempre. Así, nos encontramos con ríos llamados Cártama, e, igualmente,
ciudades populosas que se llaman también Cártama y que, antes, fueron aldeas insignificantes pobladas por
salvajes nativos, con los que
aquellos españoles y españolas que allá
fueron se ayuntaron en relaciones íntimas creando una raza mestiza nueva que
dio a la humanidad cerebros privilegiados en todas las artes y disciplinas del saber;
callen ya los “progres” pacotillas de hoy que quieren una nueva y falsa leyenda
negra contra la GRAN España de historia inigualable y lean el libro de
Vasconcelos; el alusión a ella titulado “La raza cósmica”.
Río
Guadalhorce”, río padre, río que lamió mi cuna de nacencia en su ribera, al que un guadalhorzano de otrora lo canta pleno
de saudade desde el Perú en el Medioevo tardío, con este singular soneto:
“Oye de un hijo tuyo, que en la espalda
del
mundo viejo, desterrado, mora,
sagrado
GUADALHORCE, el son que llora,
ya
que le desterraste de tu falda.
Si
acaso por las hojas de esmeralda
que
entapizan tu margen, mi pastora
sosegare
la planta voladora,
dale
en mi nombre la mejor guirnalda.
Dile
que en esta ausencia transformado
en
su luz fortifico mi memoria,
por
no perder el nombre de ser suyo.
Mas,
¡ay!, que si te cebas en la gloria
de
sus ojos, al punto mi cuidado
olvidará y le darás el tuyo”.