Este imperfecto poema
(está sin trabajar) me lo inspira el recuerdo de la primera vez que en mi vida,
con unos seis años, asistí a una
procesión de la Virgen de Los Remedios, a la que me llevó una tía que llevó por
el recorrido el estandarte, y yo era uno
de los niños que asían las borlas de éste.
Fue el 23 de abril de 1.936; ya pasaban cosas en Cártama y España.
Las
agoreras campanas de Cártama famosa,
son heraldos centenarios del tiempo,
cuando
lanzan al aire sus repiques de gloria
cada
veintitrés de abril desde datas lejanas.
Repiques
de campanas espantan vencejos y palomas
que cuales raudas saetas voladores cruzan el espacio;
es
el día mariano señalado que hacen
suyo devotos, nativos y foráneos.
suyo devotos, nativos y foráneos.
Durante
el desfile procesional, una bulliciosa turba de zagales
rodean
jubilosos a Miguel “Morenito” el pirotécnico,
que
va lanzando al aire cohetes y ruedas con petardos.
Tras
el trono, un cortejo con el cura revestido y el Concejo.
Es
la procesión de la “Virgen de los
Remedios”,
patrona
de Cártama, regalo precioso de los
Reyes Católicos.
Apiñados
van los devotos encendidas sus velas,
En
testimonio de fe en la Virgen pequeñita y milagrosa.
En
doble fila la procesión ya está en la
calle
y
aún dentro del entrañable Templo,
emocionados
y orantes, quedan romeros.
La
cruz parroquial sale escoltada del lugar
sagrado
para
unirse en su marcha al cortejo
y,
un ¡¡Viva
la Virgen de los Remedios…!!
humedece
de piedad los ojos
de
la multitud de gente que integra el
cortejo.
Por
fin, la Virgen en su trono gana la
calle
a
hombros de hombres y mujeres,
y
la vieja plaza se enciende de bengalas
desde
los balcones que abarrotan fieles.
Se
oyen espirales de oraciones musitadas
Entre
el aroma bíblico del incienso,
Y las
místicas campanitas
del Trono tintinean
mientras
andando hacia atrás cara a Ella,
portan devotos grandes cirios cuya luz trepida;
ellos
son notarios de milagros que la Virgen hizoles
Un
silencio de velas enfiladas recorre el itinerario,
y el
niño de la mano de su madre nos recuerda
que
del candor de
ellos “es el Reino de los Cielos”
que
los hombres por egoísmo tenemos olvidado.
En
fechas aciagas que bien recuerdo,
las
madres y las novias pedían a la Virgen
por
quienes luchaban en lejanas trincheras
y,
las “madrinas de guerra” , oraban por su soldado ahijado.
Al anciano a quien los años curvan,
una lágrima premonitoria le chorrea,
que
con disimulo enjuga con los pliegues del
pañuelo
mientras
a la Virgen mira suplicante y
esperanzado.
Los
veintitrés de abril de cada año, todo el
pueblo
creyente , en reatos de devoción acude a la procesión,
sumando
a nuestra historia siglos de bendita tradición.