EL
BAR, “EL LORITO”
El Bar El Lorito es hoy el más
antiguo de Cártama, y ofrece en su siglo de existencia, como sucedió con otros
que ya no existen, una densa historia e intrahistoria y, un sabroso anecdotario humano
en consonancia con un pueblo de labriegos como tantos otros
españoles, y que, en este caso, su enjundioso devenir histórico hinca las
raíces en la noche de los tiempos, con hitos interactivos de
mundial resonancia.
La fecha de implantación de dicho
bar se remonta casi a un siglo (el año
1,920 lo hará) y, dicho someramente,
fue así: El joven Pepe Vargas
Guevara (n. el 21-1-1.889), trabajó
siempre y se formó como tabernero en el establecimiento paterno
hasta que se casó el año 1.915. A partir
de ahí se emancipó como un patalete que vuela del nido y, se estableció en
Alhaurín el Grande; allí le nace al joven matrimonio su primer hijo, José.
Retorna a Cártama en 1.920-21,
alquila una casa con local comercial (que después compraría y ampliaría), en
calle “Enmedio”, en la que instala un bar, llamado “Bar Pepe Vargas”, al mismo tiempo
que una tienda de abacería y una
carnicería, todo con los ahorros
allegados en los 5 años de estancia en
Alhaurín. Cuando Pepe Vargas murió en el año 1.964, hereda el bar (el negocio
de carnes lo siguió llevando su hijo mayor Pepe) su segundo hijo, Francisco, al
que desde su estancia en la escuela apodan “El Lorito”, mote que utiliza como título comercial, hasta hoy inclusive que lo
explotan dos hijos y una hija.
Pepe Vargas era gran trabajador y
tenía el don de convertir una peseta en un duro más rápido “que se persigna un cura”: Se dio cuenta de
inmediato de que muchos labriegos de
Cártama echaban en falta un trago de
aguardiente en las madrugadas, cuando
partían hacia el campo para hacer
faenas especiales no de tajo, como pasturar el ganado estabulado, azufrados,
turnos de riegos, etc.etc. y, Pepe Vargas, compró el aguardiente de las mejores
marcas en garrafas o botellas, y a las cinco de la mañana ya tenía su bar
abierto y él, tras el mostrador despachando licor, y, así, todos los días del año. Instaló en su casa el
mejor reloj de pared que había en el pueblo para que por él supieran las horas
sus parroquianos. Habían gentes que entraban a la taberna de Pepe Vargas solamente
a ver la hora y, ya dentro, de paso se tomaban uno o dos calibres de pirriaque o, algún que otro “pollúo” de vino, según la hora. Era, pues, el
tabernero que más aguardiente vendía en
tres leguas a la redonda; lo recibía de Rute, Ojen y otros sitios en camiones repletos
de garrafas.
El Bar Pepe Vargas, lindaba por el
este y se comunicaba por una puerta
lateral con una pequeña placita en cuyo
centro existía una coqueta fuente con amplia base redonda para abrevadero de
animales en el centro del pueblo y, sobre metro y medio más arriba, sostenida
por una labrada columna central, otra taza pequeña de la que meaban a la de abajo cuatro canutos de agua del diámetro de una estilográfica. No
obstante la altura de los caños de agua, de ellos llenaban las gentes cántaros, botijos, etc., embocados a una gruesa caña con los nudos
interiores quitados con menuda y larga barra de hierro ad hoc y, por la otra punta se llenaban las vasijas. Frente al bar se ubica hoy la
Confitería San Miguel, ya consagrada por
su exquisitos dulces, y famosa por sus “tortas cartameñas”, denominación de
origen.
Cuando las gentes de los partidos
rurales del extenso municipio cartameño tenían que trasladarse al pueblo para
alguna gestión en el Ayuntamiento, Juzgado de paz, compras o simplemente a
echar una cana al aire, solían entrar sus cabalgaduras al patio del Bar Pepe
Vargas por la puerta lateral antes citada y, de paso, cómo no, trasegaban
alguna bebida o hacían compras en su
abacería y carnicería.
Como es natural, un bar de esta edad y características
fue necesariamente a lo largo del tiempo
de anécdotas e incidentes singulares que
no son de este lugar describir, de los cuales la mayor cantidad era protagonizada
por gente de la raza calé.
En este sucinto relato no sólo se
deja referencia del Bar El Lorito por ser hoy el más antiguo de Cártama, sino que
se pretende a la vez rendir homenaje a todos aquellos bares y tabernas de
antaño y hogaño de todo el municipio en cualquiera de sus barriadas y en el
diseminado rural que fueron, y en cierta medida son, armónicos a la vez que
lúdicos aglutinadores del discurrir social de los labriegos y gente del pueblo
de todas las clases sociales. Enumerarlos a todos sería para este autor tarea
inabarcable, con riesgo, además, de involuntarios olvidos en lo que, por
equidad, no quiere caer este autor.