domingo, 30 de junio de 2024

 

EL BAR, “EL LORITO”

            El Bar El Lorito es hoy el más antiguo de Cártama, y ofrece en su siglo de existencia, como sucedió con otros que ya no existen,  una densa historia e  intrahistoria y, un sabroso anecdotario humano  en consonancia con  un pueblo de labriegos como tantos otros españoles, y que, en este caso,  su   enjundioso devenir histórico   hinca las raíces en la noche de los tiempos, con hitos interactivos   de mundial resonancia.

            La fecha de implantación de dicho bar se remonta casi a un  siglo (el año 1,920 lo hará) y, dicho someramente,  fue  así: El joven Pepe Vargas Guevara (n. el  21-1-1.889), trabajó siempre y se formó   como tabernero en el establecimiento paterno hasta que se casó  el año 1.915. A partir de ahí se emancipó como un patalete que vuela del nido y, se estableció en Alhaurín el Grande; allí le nace al joven matrimonio su primer hijo, José.

            Retorna a Cártama en 1.920-21, alquila una casa con local comercial (que después compraría y ampliaría), en calle “Enmedio”, en la que instala un bar, llamado “Bar Pepe Vargas”, al mismo tiempo que una tienda de abacería y una  carnicería, todo con  los ahorros allegados en los 5 años de estancia  en Alhaurín. Cuando Pepe Vargas murió en el año 1.964, hereda el bar (el negocio de carnes lo siguió llevando su hijo mayor Pepe) su segundo hijo, Francisco, al que desde su estancia en la escuela apodan “El Lorito”, mote que utiliza como  título comercial, hasta hoy inclusive que lo explotan dos hijos y una hija.  

            Pepe Vargas era gran trabajador y tenía el don de convertir una peseta en un duro más rápido  “que se persigna un cura”: Se dio cuenta de inmediato de que muchos  labriegos de Cártama echaban en falta  un trago de aguardiente en las madrugadas, cuando  partían hacia el campo  para hacer faenas especiales no de tajo, como pasturar el ganado estabulado, azufrados, turnos de riegos, etc.etc. y, Pepe Vargas, compró el aguardiente de las mejores marcas en garrafas o botellas, y a las cinco de la mañana ya tenía su bar abierto y él, tras el mostrador despachando licor, y, así,  todos los días del año. Instaló en su casa el mejor reloj de pared que había en el pueblo para que por él supieran las horas sus parroquianos. Habían gentes que entraban a la taberna de Pepe Vargas solamente a ver la hora y, ya dentro, de paso se tomaban uno o dos  calibres de pirriaque o, algún que otro  “pollúo”  de vino, según la hora. Era, pues, el tabernero que más aguardiente vendía  en tres leguas a la redonda; lo recibía de Rute, Ojen y otros sitios en camiones repletos de garrafas.

            El Bar Pepe Vargas, lindaba por el este y se comunicaba por  una puerta lateral con  una pequeña placita en cuyo centro existía una coqueta fuente con amplia base redonda para abrevadero de animales en el centro del pueblo y, sobre metro y medio más arriba, sostenida por una labrada columna central, otra taza pequeña  de la que meaban a la de abajo  cuatro canutos  de agua del diámetro de una estilográfica. No obstante la altura de los caños de agua, de ellos  llenaban las gentes cántaros, botijos, etc.,  embocados a una gruesa caña con los nudos interiores quitados con menuda y larga barra de hierro ad hoc y, por  la otra punta se llenaban  las vasijas. Frente al bar se ubica hoy la Confitería San Miguel, ya consagrada  por su exquisitos dulces, y famosa por sus “tortas cartameñas”, denominación de origen.  

            Cuando las gentes de los partidos rurales del extenso municipio cartameño tenían que trasladarse al pueblo para alguna gestión en el Ayuntamiento, Juzgado de paz, compras o simplemente a echar una cana al aire, solían entrar sus cabalgaduras al patio del Bar Pepe Vargas por la puerta lateral antes citada y, de paso, cómo no, trasegaban alguna bebida o hacían compras  en su abacería y carnicería.

Como es natural, un bar de esta edad y características fue necesariamente  a lo largo del tiempo de  anécdotas e incidentes singulares que no son de este lugar describir, de los cuales la mayor cantidad era protagonizada por gente  de la raza calé.  

            En este sucinto relato no sólo se deja referencia del Bar El Lorito por ser hoy el más antiguo de Cártama, sino que se pretende a la vez rendir homenaje a todos aquellos bares y tabernas de antaño y hogaño de todo el municipio en cualquiera de sus barriadas y en el diseminado rural que fueron, y en cierta medida son, armónicos a la vez que lúdicos aglutinadores del discurrir social de los labriegos y gente del pueblo de todas las clases sociales. Enumerarlos a todos sería para este autor tarea inabarcable, con riesgo, además, de involuntarios olvidos en lo que, por equidad, no quiere caer este autor.