TOROS,
TOREROS Y POLITICA
VISPERAS
SANGRIENTA
Fascismo
y comunismo son dos palabras que aparecían con demasiada frecuencia en los periódicos
del mes de Junio de 1936. “Frente Popular” y “Frente Nacional” barruntaban lo
que habría de ser la fratricida guerra.
“Derecha e izquierda”. El caos social y político, cuando la
primavera va cediendo. Yo que nací en el Cortijo La Alhóndiga en el que tuve
niñez de oro, sin otros amigos que los gañanes, boyero (Paco El Tito), el
aguador que en la mula aparejada con aguaderas para ir por agua con cuatro
cantaros a las fuentes de Almotaje, Higuerón o Zarzalón.
En España, además, se habla de toros y de ferias. Gil
Robles, Largo Caballero, Calvo Sotelo, Dolores Ibarruri, Azaña, Prieto, el
general Franco… Domingo Ortega, “Chicuelo”, Márquez “Rafaelillo”, Jaime Pericás, los Bienvenidas, “Gitanillo de Triana”…
Terribles vísperas de la más cruenta guerra fratricida.
Lidia. Lid. Lucha.
Ambiente enrarecido, desesperación de políticos, impotencia
gubernamental. Deserciones, conspiraciones, encarcelamientos, burguesía acobardada,
proletariado desafiante, detenciones.
Y sobre todo, por encima de todo, las corridas. Están recientes
las del Corpus granadino. Y en Alicante, por San Juan, las primeras figuras del
toreo han levantado los ánimos a la ficción, Ortega y “Rafaelillo”, que van a
repetir en la segunda feria, y Pericás. Está junto a la explanada, en el puerto
alicantino, toda la luz del Mediterráneo y la paz mece en las aguas a las
embarcaciones de pesca y a los pequeños ferrys de paseo.
Franco, destinado en Canarias, enlaza con Mola; recibe y da
instrucciones.
José Antonio Primo de Rivera, jefe nacional de la Falange, firma directrices a sus jefes
de centurias, ante los acontecimientos inminentes, en aquel 29 de Junio, día de
San Pedro y San Pablo, cuando el Alicante – donde sería ejecutado unos meses más
tarde – se celebra la segunda corrida de sus fiestas, con toros de Pablo Romero
para Domingo Ortega, Curro Caro y Rafael Ponce “Rafaelillo”.
Las juventudes comunistas y socialistas deciden unirse y
san paso a las Juventudes Socialistas Unificadas, los populares J.S.U uno de
cuyos dirigentes, Santiago Carrillo, todavía es socialista, aunque acabaría pasándose
al comunismo.
Mola, en Pamplona, sigue urdiendo los hilos de la conspiración.
Hay toros en Madrid el 2 de julio; están anunciados, Manolo
Bienvenida, Domingo Ortega, “Rafaelillo” y Jaime Pericás, con ocho toros de
Carmen de Federico. En la calle, los atentados se repiten. Desde un coche son tiroteados dos falangistas que
disfrutan de la buena temperatura del recién estrenado verano del 36 en una
terraza de una cervecería madrileña. Cuando la corrida de las Ventas esta
mediada, dos hombres son acribillados al salir de la Casa del Pueblo.
Al otro lado del Estrecho, en el Protectorado de España en
Marruecos, ese mismo día se inician grandes maniobras. Han llegado fuerzas de
todo el territorio al Llano Amarillo, y allí se produce algo más que un
entrenamiento castrense. La conspiración sigue madurando. El ejército considera
imprescindible intervenir ante la situación a que ha llevado al país el régimen
republicano. La huelga de los trabajadores de la construcción se ha
generalizado. La hoz y el martillo y viva Rusia. Estrellita Castro canta “Mi
jaca – galopa y corta – el viento”, y en las maniobras las ráfagas de ametralladora se corean con “Una-copia-de-ojen”.
La república se hunde y hasta Maura está
convencido de que el único remedio “es una dictadura republicana nacional que
salve a España de la anarquía”. Por ahí van los tiros. ¿Y las libertades democráticas?
Las libertades democráticas de los celtiberos.
“Uno de enero, dos de febrero, tres de marzo, cuatro de
abril, cinco de mayo, seis de julio, siete de julio…!San Fermííínnn”.
San Fermín, Pamplona. La Plaza del Castillo y la calle de
la Estafeta, donde un muchacho llamado Rafael García Serrano duda entre seguir
cortejando a la morena que tiene a su lado, tras las talanqueras, o saltar a la
carrera del encierro. Luego será el más entusiasta cantor de ésta y de la otra
fiesta que se avecina de la guerra.
Alguna peña echa de menos al escritor americano que tanto
sabe de toros; el grandullón que se parece a Clark Gable y que se ha hecho
famoso en todo el mundo con dos libros de toros. “El niño de la Palma” le
inspiró “Fiesta”: después, hace ya siete años, “Muerte en la tarde” le consagro
como un aficionado entendido. Aunque no como profeta, porque es en sus páginas
donde dice: “El único sitio donde se puede dar la vida y la muerte, quiero
decir la muerte violenta, ahora que las guerras han terminado, es la arena de
las plazas de toro…” Precisamente la guerra le traería unos meses después a
España.
Hay cuatro corridas en el cartel pamplonica. La primera el
día 8, con toros de Tassara, que en la amanecida han corrido tras los mozos. “El
Niño de la Palma”, Ortega y “Gitanillo de Triana” habrán de lidiarlos por la
tarde.
Mucho “Riau-riau”. Para la juventud en los San Fermines, nada hay más importante. “Asunción, Asunción
echa media de vino al porrón…” Apenas si se entiende el general Mola por teléfono,
con tanto griterío como llega desde la calle. Y es importante. Le informan que
en Madrid han empezado a detener falangistas; setenta y cientos en otras
capitales. Raimundo Fernández Cuesta entre ellos. Por otra parte, los
campesinos se están repartiendo las tierras. La invasión es anárquica. Los dueños,
horrorizados, desaparecen y dejan el campo libre. Hay quien va de Safari al
monte, a cazar ganado con escopeta. Madrid con la excusa del veraneo, se está
quedando sin gente. Mola tiene sus problemas. Y allá abajo venga el Riau-riau y
el “vino que tiene Asunción, no es blanco ni es tinto, ni tiene color…” Todavía
se dice “Aló” al hablar por teléfono. Ha recibido carta de Fal Conde prometiéndole
ayuda, con algunas condiciones que imponen los tradicionalistas. Hasta Sanurjo intercede desde Lisboa para que la irritación
de Mola con los carlistas no llegue a
mayores por el aquel de si la bandera que ha de enarbolar la subversión será monárquica o republicana.
Ortega, “El Estudiante” y “Rafaelillo” torean en la segunda
de feria de San Fermín; en el reconocimiento desechan un toro de Albaida, que se sustituye
por otro de Galache. Buen cartel. Es el 10 de julio, justo el día en que el
general Franco que ha estado vacilando
en su destierro oficial de Tenerife, decide unirse a la sublevación, recibiendo
el mando de las fuerzas de Marruecos. Se dice que han sido vistos por la
mañana, juntos, presenciando el encierro, los generales Mola y Fanjul, con el
coronel Carrasco.
Manolo Bienvenida y Jaime Noaín lidian toros de Alipio Pérez Tabernero el día
11, en la tercera de abono. Está casi ultimado el levantamiento militar. La avioneta
que ha de trasladar al general Franco desde Canarias a Marruecos sale de
Londres.
“Pobre de mí, pobre de mí, se acabaron las fiestas de San
Fermín”. El 12 de julio corre la última de la feria, con el cartel más flojo,
que se refuerza con dos toros más; ocho de Antonio Pérez que lidiaran “El
Estudiante”. “Rafaelillo”, Curro Caro y Pericás. En el Llano Amarillo se han
puntualizado las cosas y todo está a punto cuando la Legión y los Regulares desfilan
ante los generales Romerales y Gómez Morato, que comandan los ejércitos de África.
Las fuerzas indígenas regresan a sus guarniciones con cánticos monorrítmicos que
pueden ser melopeas entre guerreras y religiosas. En Dar Drius hay, ya, un
general confinado, que se pasa las horas muertas leyendo, subido en un manzano;
no viste uniforme, sino un mono gris. “Estar rojo”, dicen los moros de la
Mehal-la.
En Madrid, el 12 de julio será un día bien completo. El teniente
de la Guardia de Asalto José Castillo, socialista, es asesinado. El capitán Condés,
de la Guardia Civil, que era su amigo, quiere vengar su muerte. No encuentra a
mano a Gil Robles y sacan con engaño de su casa a José Calvo Sotelo, al que un
acompañante de aquél, un tal Cuenca, le dispara a bocajarro dos tiros de la
nuca, cuando simulaban trasladarlo a una jefatura de Policía. Era ya la
madrugada del día 13. Unas horas antes,
a la vez que en Pamplona se cierra la feria, hay toros en la ciudad natal del
general Franco Bahamonde – El Ferrol, que se llamaría oficialmente después El
Ferrol del Caudillo-, con los hermanos Manolo y Pepe Bienvenida, y toros de la
viuda de Félix Gómez. Fue la última
corrida celebrada en España antes del alzamiento.
Los acontecimientos se precipitan. Todo puede estallar en
cualquier momento. Arrecian las protestas por el asesinato de Calvo Sotelo.
Prieto manifiesta que sería preferible una guerra a que continuaran los
asesinatos. El Ejército también lo cree así, y de manera muy especial los
mandos que se habían reunido en el Llano Amarillo. Dispuestos, 18,000 hombres.
A la cinco de la madrugada del 17 de julio de 1936, en Melilla,
se rebelan los militares. Al día siguiente, entre el desconcierto popular que
producen las noticias falseadas por los periódicos, que tratan de quitar importancia
a la subversión, que consolida el alzamiento en otras plazas africanas. Ya corre
la sangre. El 18, toda España está en armas, por uno u otro bando. Franco llega
a Tetuán el día 19. Ha empezado la guerra; la más terrible y cruenta lucha
entre hermanos. El pueblo se permite un paréntesis en la fiesta. Se suspenden
todas las corridas. Un mes de tregua en las plazas de toros; treinta y cuatro
días, para ser exactos. El 13 de julio al 16 de agosto. Es como si los
españoles, delimitadas las zonas bélicas, aclaradas las familias por la movilización,
estrenados los primeros lutos, no pudiesen aguantar más tan largo ayuno de
fiestas taurina.
Los pasodobles se confunden con los himnos. “Pan y toros” y
“España cañí” con “Cara al sol” y “La Internacional”. Puños cerrados y palmas
extendidas”.
En el ruedo ibérico, sangre, llanto, ovaciones y olés. Este
pueblo, soñador y loco, se divide entre las trincheras y los tendidos; como si
encontraran un absurdo paralelismo entre una y otra lucha. De pelear se trata. España
está ardiendo por los cuatro costados, pero siempre hay un momento y un lugar para la lidia.