Como
era costumbre, aquella mañana temprano
antes de bajar del pueblo al sombrajo de labor que mi padre tenía en la vega,
me llegué al Bar de Pepe Vargas, después
y hoy, “El Lorito”, a tomarme un calibre de aguardiente de “El mono”, cosa que
en aquel entonces era hábito matutino de las gentes del campo; dos calibres me vareteaban, pero uno me
elevaba el tono vital para encarar las
faenas del día. Y así hacía.
En
ello estaba, sentado en un velador, cuando veo que entra al bar Joaquín, el gitano, ducho como todos los de su raza, en
esquilar bestias (burros, mulos y
caballería), quien de pie en el
mostrador, farfulla con deje calé: Lorito, ponme un mitad calentito
y bien “cargao”. Tras Joaquín, se
acercó también al mostrador a tomar su café y copa, Monte, el guardia civil; venía con
uniforme, incluido el tricornio; Joaquín,
lo miró de reojo, se le notó un cierto desasosiego y el semblante le empezó a palidecer ostensiblemente.
Tirados
de máquina ambos cafés, el Lorito le
dice al guardia civil: Ahí tienes tu café, Monte, y, toma este otro y hazme el favor de
arrimárselo a Joaquín que, a mí, con las damajuanas que ahora tengo aquí dentro me cuesta trabajo llegar a
él. El civil le alargó con toda naturalidad el café a Joaquín quien, sin decir esta boca es mía,
sí desparramó una aviesa mirada sobre el tabernero.
Entonces,
las relaciones entre gitanos y la guardia civil eran tan incompatibles
como las de hurones y conejos. Monte despachó rápido el café y copa para salir
pitando porque, según dijo, entraba de
servicio.
Cerciorado
Joaquín de que el civil estaba ya lejos, interpela con torcido gesto al tabernero y le enjareta: “Loro, otra vez
que te pida un café, si es que vuelvo algún día por aquí, me lo pones tú, como dios ordena, y no me lo
mandes con naide, y menos (¡qué le parezca a usté!), con un guardia civil con
tricornio. Me has metío el mal fario pa to el día..¡Toma cóbrate, cóbrate, cóbrate…!”
. Y, se las najó.
Joaquín
era, como todos los calé, supersticioso, estaba en que el “Loro” le había echado el “cenizo” con su
ocurrencia, pero tenía que buscar trabajo como todos los días para dar algo de
comer a su abundante prole; tiró hacia la vega por la salida de los “caños
gordos” y, al llegar por el camino de Talento a la acequia, vio que al otro
lado, trabado sobre un careo de yerbajos
había un borrico padre con gran pelambrera. Al cruzar por el puente de la huerta de José “Pajarito”, vio a este sentado a la sombra de un albaricoque con un manojo de esparto bajo
el sobaco haciendo una soga lazo de cinco ramales.
--Buenos
días José-
--Hola
Joaquín, ¿ a onde…?
--Que he
visto el burro y necesita esquilarlo ¿a
tí te paece bien?
--Me
da igua, jaz lo que te parezca
--Pue
ahora mesmo meto mano a la obra
Joaquín,
cayó en la cuenta de que había sido injusto con “El Lorito” al acusarlo de
meterle el bajío, pues no más salir del pueblo había encontrado faena;
se esmeró para agradar a su amigo
e hizo sobre el burro una verdadera obra de arte; cuando terminó se fue en busca de
José “Pajarito” quien, falto de sueño por la guarda nocturna del melonar del
otro huerto, se había quedado dormido como un lirón.
Joaquín
zarandeó un poco a “Pajarito” que
despertó un tanto malhumorado-
--¡Joaquín,
coño, que quieres ahora…!
--Que
he terminado de esquilar el borrico y vengo a que lo veas y me pagues, son dos
duros, por tratarse de ti, yo cobro más…
--Pero
hombre… si el burro no es mío, es de uno
de los jornaleros de aquella cuadrilla que está binando papas en el cañamillo
de Frasquito Talento…
--Pero
tú me dijiste que lo pelara
--No,
tú me dijiste que lo ibas esquilar y si a mi me parecía bien, y yo te contesté
que sí, pero el burro ¡¡¡no es mío, Joaquín!!!
-- ¡¡Ay, la leche que
mamó el “Loro”, será posible el mal sino
en que ma metio el papagayo ese… Hoy ya ni toco la tijera, me vuervo a mi casa
y ma cuesto…
Dicen que Joaquín ya
nunca más volvió por el Bar “El Lorito”.