Cuando uno se ha visto por dos veces ante la muerte por intervención quirúrgica de
aneurisma aórtico, nada menos hace no muchos años, se está
en condiciones de valorar la categoría total de los profesionales de la medicina que
tenemos en Málaga y, por ende, en España. Se comprueba día a día la acendrada condición humanitaria de
estos profesionales de la medicina aplicada y de atención al enfermo, cual tuve ocasión de
comprobar hace ya nueve años en las
antes citadas intervenciones
---cuando tenía 76 años de edad y
hoy ya estoy en los ochenta y cinco---,
por mor de estos profesionales abnegados (cirujanos, médicos de medicina
especializada, de cabecera, enfermeros (as), “ángeles de verde y azul” como les califico en
justicia en el especial “Reconocimientos” de mi penúltimo libro, “El Juglar y
la Virgen Peregrina” (ya conocido por el
continente americano) que estaba terminando, precisamente, en la ocasión extrema que antes cito. Saben
estos profesionales que unido a las medicinas y cirugía, una gran parte de la
terapia estriba en el trato humano que
el médico dispensa al paciente. Con esa premisa humanista son, según mi especial experiencia, coherentes estas almas buenas.
Pues bien,
mientras los “profesionales” externos del SAS
(funcionarios, directores generales, políticos, y otros leguleyos de distinto
pelaje) está en posesión del espíritu de Maquiavelo, la clase médica y
sanitaria que día a día se entregan con
abnegada y vocacional disposición de servicio ayudando al que sufre el dolor de
la enfermedad en estos casos, hacen honor al espíritu hipocrático.
Hace unos
días me he visto en la necesidad de acudir al dispensario médico de
Cártama-Pueblo para una simple
extracción de tapones de oídos en lo que me atendió una deferente
y cariñosa enfermera que creo se llama
Marí, y he vuelto a encontrarme
con un personaje (como todos
estos servidores públicos) entrañable y competente, en cuya atención no se
limitó a la mentada extracción, sino revisión de tensión arterial, valoración
de azúcar, peso, estatura, interrogatorio específico, etc. etc. He llegado nuevamente a sendas conclusiones: 1) que las personas con vocación son
la bendición de la vida y, abundan; doy fe de ello y, 2) que si todo el mundo
actuara de esta humana forma, el mundo sería mucho más vivible.
Escribo esto
porque me sale del corazón y porque ser agradecido es de bien nacido y, yo, lo
soy. Dicho queda.