No somos más que una tilde en los
renglones de la historia universal y, sin tilde, el eco de la historia sería otro. Lo mismo,
haciendo un símil, ocurre con un inglés
que, si le quitamos la tilde, lo dejamos en mera ingle.
Ha desaparecido el mundo de los
Quijotes; los Sanchos sobre rucios
imperan y campan a sus antojos;
los ideales nobles han muerto, o sestean, el positivismo del placer grosero
prima y las tinieblas del error los envuelve.
Un niño suele encontrar la felicidad
en un juguete; un joven en una mujer; un hombre en el hogar y, la felicidad de
un anciano reside, casi siempre, en la honradez y en ser respetado por ello.