No es
de la incumbencia ajena señalar aquí a quien con una impertinente interpelación
sobre mis escritos motiva este artículo. Eso sí, sus palabras y exabruptos me lo
han dado hecho.
Decir
sin cortapisas lo que se piensa no es
para mí más que una gloriosa coherencia
con el hecho de haberse uno atenido siempre
a la fe que vivifica (Él lo dijo: “la verdad os hará libres”)
Decir a mi edad lo que se piensa sin dejarse
acojonar arbitrariamente, es acoplar la
realidad de nuestro vivir a la fe y honradez “que corre y vuela” y contrasta
con lo tópicamente correcto que proclama de carretilla, al dictado (ya se sabe
de quienes), el cacareo del gallinero nacional que, ante el robo descarado de
la clase política que padecemos solo sabe decir con gatuna sumisión, “pues esto
es lo que tenemos”; decir, en tal caso y
siempre, decir lo que se piensa es pasar de individuo robot a persona; a persona con dignidad que se atiene a sus principios y a su esperanza en ellos; es parar miente
asombrada en la belleza rutilante y multicolor del pajarillo martín pescador que vuela rasante
sobre el curso de las verdes aguas bajo
el puente de mi río Guadalhorce, cuyas orillas orlan los verdes sotos de la
ribera; es convertir el desierto espiritual de estos tiempos en un nemoroso y
edénico vergel.
Y
cuando decimos lo que sentimos y
pensamos quisiéramos ser oídos siquiera porque estamos en el estadio
fronterizo en el que la verdad
inalienable es ya lección con palabras medidas que hacen brotar violetas, lo
cual nos óbice para que de mis ojos esté brotando alguna que otra lágrima pero,
sépalo, es por usted que ha sido capaz de mantener vivo su odio inmotivado y
por causa errada durante 40 años. ¡¡40 años odiando!!, en espera de una ocasión para herir aleve y públicamente
con él a una persona inocente. Usted me da mucha pena, amigo.
Ya, si
una espina como la suya, me hiere injustamente, eso sí, me aparto de la espina; pero no la
aborrezco ni jamás la odiaré porque con el odio, nada apacible, noble y duradero se construye.
Y en
cuanto a ese Dios al que usted me reprocha el creer, su derrota por el positivismo
mostrenco, procaz e insensato de estos
tiempos que busca el nirvana sin EL, sin el buen Jesús de Nazaret, yo sí, en efecto,
le he abierto aún más mi humilde corazón
y comparto en este con Él catre y mesa, como decía García Lorca. Y, ello, me da razón y fuerza para seguir diciendo a los
cuatro vientos lo que pienso y siento, que en este caso, repito, es infinita
pena por usted.