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de los amigos del Museo (o lo que sea y
cuando sea) de Cártama, ha parecido días atrás, con profundo sentido del
protagonismo mediático populista, una noticia según la cual, un arqueólogo forastero que al
parecer hacía futing por las inmediaciones del Tajo
de la Umbría encuadrado dentro de los lindes de la emblemática finca, Trascastillo, ha venteado fóllegas,
según afirma y hacen suyo los arqueólogos del lugar, iberas, concretadas en una especie de murallón de argamasa que,
dado lo elevado, intrincado y abrupto del paraje y difícil acceso, y más en los tiempos iberos en
los que por allí habitaban osos, lobos, víboras y otras alimañas peligrosas
para el hombre, la propuesta resulta, cuando menos, inverosímil.
Entonces, gentes con suficientes luces de esta Villa consultadas han
echado el caletre a pensar en el “caso” y han venido a convenir, para no dejar por embustero a nadie, que lo más
colegible es que esos vestigios corresponden al picadero furtivo de algún sicalíptico
cacique ibero turdetano de los entonces asentados por estos pagos.
Resulta que esa finca la tuve yo un tiempo y fui quien trazó
los caminos que serpean sus 20 Has de
cabida que llevaron a cabo con sus máquinas los hermanos Díaz, y algunos ya
conocíamos tales vestigios y dimos reiteradas veces noticias de ello al Ayuntamiento, entonces bajo la
clerical égida de Escalona; pero ni mijita
de interés por estimar que carecía de
él.
El asunto tiene mucho arroz que menear, pero para no cansar
al amable lector con una profusa exposición colateral del entuerto, por hoy
dejémoslo aquí, no sin antes adelantar, que la enorme ladera sur del Castillo
quye corona el Cerro de la Ermita, fue ofrecido por esta parte gratuitamente a través
del concejal, Rafael Rubio Mingorance, a dicho alcalde que arguyó que no me iba
a dejar apuntarme ese tanto en aras de
mi pueblo, que lo haría él
expropiándomelo. Cosas de los políticos, que no tienen enmienda.