Se nos suda un huevo que en Cataluña
(España) los catalanes independentistas ---cuatro gatos y un tejón (Puigdermont)---
se cisquen en las sentencias de los jueces
sobre el uso de nuestro idioma de toda la vida, hablado fuera de España
por unos 600 millones de gente, chispa
más, chispa menos.
Y el otro chinal (o lo que tengamos)
también se nos suda si nos damos un baldeo por Palma de Mallorca (España) y no
encontramos ni una sóla señal de circulación en español.
Permanecemos mudos de
rapaterrón si en Cataluña (España) le
endiñan multas fabulosas a los empresarios que rotulan sus comercios en
español.
Nos quedamos tan panchos arrascándonos
la bragueta si los niños de Cataluña (España) no pueden hablar en clase el
español y se les enseña que España roba a Cataluña mientras el papafrita de
Rajoy les quiere tapar la boca con dineros de los impuestos de todos los
españoles.
Nos quedamos a la recacha del sol
que nos calienta la panza sin darle importancia a que Cataluña (España) tenga
(y pague con el dinero de todos los españoles) casi tantas embajadas como el Estado Nacional.
Y, mientras sesteamos mentalmente de tal guisa y con la modorra de los gilipoyas marcada
en la faz, nos sale la pretendida furia española (presidentes de comunidades,
tertulianos blablaneros, periodistas de
izquierda desde que murió Franco, artistas de las cejas, etc,) y hacemos de la
geografía patria un gallinero cacareante porque al presidente de Norteamérica
le ha salido de los cojones, con todo derecho en esta ocasión, quitar de la wed en la Casa Blanca el idioma de Cervantes y mantener la del idioma de Shakespeare, que es
el suyo. ¿Habrá en todo el mundo, mundo, otro país que ocurra semejante gilipollez?