Presentación
por Francisco Baquero Luque de Celeste Torres en el Ateneo de Málaga el día 4 de dicbre. de 2.001
Señoras,
señores, amigos:
Quizás pudiera
parecer paradoja, que siendo Celeste Torres conocida por casi todos
ustedes, desde antes, y más ampliamente que yo por razón de residencia y diario
discurrir de su quehacer literario y vida social en Málaga, sea quien os habla,
comarcano de la Hoya guadalhorzana, casi desconocido por estos pagos
capitalinos, el designado para presentarla en esta velada lírica, en la que
ella, por los sobrados méritos indiscutibles que atesora, es protagonista
singular.
Aparte de otras no improbables
motivaciones colaterales, que no son pertinencia de estos momentos, ello es
atribuible –parafraseando a Pascal- a que a veces las razones más razonables
que mueven a las personas, son las del corazón; por supuesto, las del corazón
grande y generoso de Celeste Torres, a la que, más que presentar, que como
queda dicho huelga aquí, quiero semblar desde mi personal y humilde criterio en
su dual perfil artístico y humano, con la brevedad que reclama mi cometido de
mero heraldo o adelantado suyo, tal es la dinámica habitual en estos actos.
Digamos de entrada, y apriesa,
que Celeste Torres es una gran poeta. Y la defino poeta y no poetisa, a
despecho de corpiños gramaticales, porque, al igual que poetisos –que haberlos
también haylos-, para mi humilde entender y parco saber, son géneros de
distinta estirpe pese a la semejanza del follaje semántico; algo así,
permítaseme el símil, como la avena bravía al trigo candeal que, aún medrando
ambas plantas simultáneamente en los mismos pegujales y hazas, ofrecen frutos
de desiguales cualidades. Yo me entiendo; y espero que ustedes me perdonen este
campesino argot mío, que me viene, dicho sea de paso, de cuando en illo tempore
amelgaba por las besanas, aferrado a la mancera tras la yunta, compañero (a
mucha honra) de gañanes y muleros, de cuya presencia me evadía, eso sí, en los
revesos, para enfrascarme, en sintonía con el entorno de mi existencia, en las
Églogas y Geórgicas de Virgilio; el Epodón de Horacio, con su poema “Beatus
ille”; los pasajes en que se describen las inefables peripecias del dulce y
peludo Platero; la descripción rubendariana del pesado buey, que echando vaho
en la ribera fecunda, plena de armonía, junto a la tórtola arrulladora de los
sotos umbrosos alhondigueros, despertaron desazones líricos, nunca expresados,
en mi alma enamorada de mi tierra.
Y todo esto viene a pelo porque
es, precisamente ello, lo que ha puesto en sintonía mi sentir con el corazón y
la lira de Celeste Torres, de no pocos acordes virgilianos y juanramonianos..
Desde que en 1999 conocí a
Celeste Torres –apellido que enraíza con altas torres, arrullados palomares,
tendencia al cielo, apunte al infinito...-, barrunté que había trabado
conocencia con un alma sensible, altamente espiritual. Y de una primera lectura
apresurada de su poemario, intuí que era poeta de exquisitos registros.
Pero mi admiración a su fragua
poética, mi apego al rumor de su Musa comarcana, mi querencia al calor de su
corazón, se define y acentúa el día 2 de enero del pasado año 2000, con ocasión
de la subida que a la ermita de la
Virgen de los Remedios de Cártama, realizamos ambos, junto con el común amigo
bueno Antonio Fuentes. Y es que los dos se fueron enamorando de uno de los
amores más caros de toda mi vida, es decir, se produjo el milagro de la
confluencia emotiva.
Celeste se iba empapando de los
ancestros del entorno (iberos, tartesios, fenicios, griegos, romanos,
visigodos, agarenos, y otros pueblos que habitaron el monte sobre el que se
asienta la actual ermita); y por doquier
arrebañaba al instante motivos para su fantasía, soplos para su estro,
sugerencias creadoras. Celeste fue para mí un espectáculo inusitado: No sólo se
trascendió su verbo, sino que hasta sus rubias guedejas se enardecían al conjuro
del tintineo de las campanillas de su Musa. No exagero: Como muestra de lo que
digo, al otro día había parido un poema alusivo a este entrañable memento, que
en nada desdice del resto de su prole poemaria.
Como artista, Celeste abreva en
lo inmanente y nos lo revela concretado en su obra plagada de imágenes
bucólicas actualizadas:
“Se agolpan los recuerdos
como gorriones
sobre el trigo dorado
de los campos...”
“Huye la tarde deprisa
enrollando en el horizonte
el último pergamino de sol...”
Tiene Celeste una enorme facilidad para captar la
belleza infinita presentida:
“Un silencio de duendes espesa,
con misterio,
una pasión oculta
en la sacra tumba de mis
venas...”
Sin poderse desprender de ella, lleva en su mochila
la nostalgia evocadora de su nacencia pueblerina, Antequera, la romana
Anticaria que cuando los romanos, ya era antiquísima, tal significa el
toponímico:
“El día, como yo, declina
sobre el alto campanario de la iglesia.
Tus campanas, como águilas
azules,
ocultan tus misterios...”
Increíble creadora de bellas metáforas, que además
dicen cosas:
“El
bramido del ciervo
hace sonar el tambor del
viento...”
“Se agrisa la montaña
para esconder la tarde...”
“El tiempo es un girasol
que habla con los pájaros...”
Tampoco se queda muda, Celeste Torres, ni manca,
para cantar el amor:
“La
tela de mi blusa se hace esponja
que empapa la caricia de tus ojos...”
¡¡OH Celeste!!
A la hora de dar rienda suelta a mis sentimientos
personales y admiración por el arte de Celeste Torres, como queda expresado, no
he sentido temor alguno a excederme en elogios, pues antes que yo fueron por la
misma senda laudatoria, ilustres autoridades en la materia, como Rafael
Caffarena, José Mª Lopera, Francisco Peralto, Antonio Aguilar y otros. Apenas
hace unos días, el Ayuntamiento de Lucena
ha concedido el primer premio de su Certamen de Relatos 2001, a Celeste
Torres, quien se encuentra entre nosotros y para la que pido un cálido aplauso. Gracias.