El cabrero,
arreando una parte de su piara recorría las calles a diario muy de mañana, estableciendo en ellas de
trecho en trecho una estación de reparto, a la que las amas de casa acudían
para que aquel les despachara la leche
directamente de las ubres de la cabra a su cacito u olla. Mientras
tanto, ella vigilaba para que no presionara mucho las tetas al ordeñar a fin de
evitar que la excesiva fuerza del
chorro lácteo hiciera espuma en la vasija, pues era sabido que cuando la espuma desaparecía, el contenido real de leche en el recipiente quedaba disminuido.
Siempre ha existido tira y afloja entre el que afana y el que no quiere ser víctima de la sisa.
Igualmente,
el “pescaero” iba por las calles del
lugar vendiendo su mercancía que transportaba, en capachos encostalados a lomos
de una bestia; después, la venta callejera se hacía en bicicleta con una caja
plana sobre el “portamantas”,y, ya al
final, en coche.
Hubieron
personajes realmente singulares en esta
actividad. Recordemos al “Listre”, mote que nadie sabe ni su significado ni su por qué. Este personaje pregonaba el pescado a golpe de trompeta cuartelera.
No más llegar con su Renault “cuatroele” azul a la entrada del
pueblo, echaba mano de su corneta militar, que conservaba de cuando en
la legión fue cornetín de orden del coronel, y a toque de diana floreada hacía saber al mujerío que el
pescado había llegado. Entonces, se producía un fenómeno digno de una viñeta de
Mingote y de una greguería de algún ingenioso costumbrista: Al escuchar el
toque de trompeta, que habían asociado con la sabrosa sardina con la que el
Listre solía regalarlos, los gatos salían en tropel de las casas, rabo
enhiesto, maullando de regusto adelantado, alrededor de los pies de sus amas que a veces hicieron caer
a alguna de ellas.
El
cuento del Flautista de Hamelin,
pero que el Listre en vez de concretarlo con ratas, lo hacía realidad con la
familia gatuna. Y toda esta promiscua algarabía de gatos y mujeres alrededor
del “cuatrolatas” del “pescaero” seguía por las calles del lugar como una procesión
inusitada del mercadeo más original. Era
la expresión más genuina de la sencillez socarrona de las gentes de los
pueblos. Del pueblo que a cierta edad, ya se convierte en referencia
inalterable del sentimiento. Es el sabor
del "lugar", del pueblo hecho amorosa e imperecedera melancolía, que es una forma de
aferrarse a la vida, a la vida del dulce terruño.