Cuando se hacía la procesión de la Virgen de los Remedios de Cártama, la
gente del campo solía repostar en la tienda de mi padre, en la Estación de
Cártama. Una de las peregrinas señaló a mi padre unos salchichones envueltos en
papel de estraza con un trozo de guita que sobresalía por la punta y compró
seis para repartirlos entre los suyos. A mi padre le parecieron demasiados
salchichones para un solo cliente, pero no dijo nada. Y si a la señora le
parecieron caros, tampoco dijo nada. Pero al día siguiente volvió muy
indignada:
-Oiga, ¿qué me vendió usted el otro día?
-Salchichones –repuso mi padre con toda tranquilidad.
-¡Vaya! ¡Y yo los compré creyendo que eran velas! Y cuando se las reparto a mis hijos en la procesión para encenderlas, la mecha se apagaba en seguida. Y la gente me dijo: “¡Pero, señora, si eso no son velas! ¡Son salchichones!”.
Como esos salchichones, según me explicaba mi padre, eran tan finitos y rectos, parecían cirios, y la guita donde colgarlos parecía la mecha.
De ella me he acordado las dos veces que he subido a la ermita este verano a ver a la Patrona, que, por cierto, mide 22 cm. La más pequeña de la comarca. Por eso pudieron salvarla de la quema en los años de la Segunda República metiéndola en una maleta rumbo a América. Menos mal, porque así podemos rezarle en lo alto de la peña.
Cuando yo era pequeño, las paredes y el techo de la ermita estaban llenos de exvotos. Hoy se concentran en dos paneles.
Mi abuela subió la cuesta de la ermita de rodillas por una promesa que hizo. Mi madre la subió descalza y bajo la lluvia para darle las gracias a la Virgen de salvar de la muerte a uno de sus hijos.
Yo, que soy un
comodón, la he subido con buen calzado. Eso sí, en agosto, bajo un sol de
justicia y dos veces. Al subir cantaban las cigarras. Y al bajar, cantaban los
grillos. Pero no fue sacrificio ninguno, porque ella es muy bonita y me recibió
allí arriba con sombra de pinos, piedras encaladas, una fuente fresca, murallas
NOTA Contar vivencias personales en la fe sobre la Virgen de Los Remedios de Cártama, y referir hechos extraordinarios autoexperimentados o conocidos, es empezar y no acabar.
Al hilo de lo dicho, el original suceso que antecede lo vivió mi ya desaparecido amigo, Miguel Cotta Rebollo, cartameño de la Estación, con quien hice el periodo de instrucción militar en el Campamento del Padul en Granada en la misma compañía de Infantería. Aunque yo lo conocía desde que me lo contó un día cuando él ya vivía en Malaga, hoy veo con grata sorpresa que su hijo ilustre, Jesus Cotta,, profesor de griego, literatura y filosofía en Sevilla, prologuista, que me honra, de mi libro, "ECOS DE LA ALHÓNDIGA", también cuenta en Internet la experiencia que sigue de su padre, me apresuro a reproducirla en beneficio de mis queridos lectores. Un abrazo Jesús Cotta.
árabes y, ya en su ermita blanquísima, dentro de su camarín, sonriente y atenta a mis súplicas, que eran muchas y atropelladas
NOTA Contar vivencias personales en la fe sobre la Virgen de Los Remedios de Cártama, y referir hechos extraordinarios autoexperimentados o conocidos, es empezar y no acabar.
Al hilo de lo dicho, el original suceso que antecede lo vivió mi ya desaparecido amigo, Miguel Cotta Rebollo, cartameño de la Estación, con quien hice el periodo de instrucción militar en el Campamento del Padul en Granada en la misma compañía de Infantería. Aunque yo lo conocía desde que me lo contó un día cuando él ya vivía en Malaga, hoy veo con grata sorpresa que su hijo ilustre, Jesus Cotta,, profesor de griego, literatura y filosofía en Sevilla, prologuista, que me honra, de mi libro, "ECOS DE LA ALHÓNDIGA", también cuenta en Internet la experiencia que sigue de su padre, me apresuro a reproducirla en beneficio de mis queridos lectores. Un abrazo Jesús Cotta.
árabes y, ya en su ermita blanquísima, dentro de su camarín, sonriente y atenta a mis súplicas, que eran muchas y atropelladas