Toda muerte
de alguien conocido, y más si es familia, nos produce zozobra y quebranto del alma; la
muerte es un desgajarse del amor de los
que quedamos en este valle en el que nacemos, crecemos, amamos y…, sufrimos pero, también esperamos que, al final,
iremos a la Casa del Padre y, Allí, está
ya Isabelita. No nos deja solos del todo:
deja dos hijos, un esposo y muchos apenados allegados, amigos y compañeros que
la conocimos. Ella, ya ha resucitado en Dios. Bendita seas, prima Isabelita.