Aquel
año, ya el otoño avanzado hacía temer al campesino que aquel verano “no se iba a poner era”, y ello sellaba en
su cara un rictus de desasosiego y preocupación. Pese a que durante
toda una semana la luna llevaba cerco, señal, según la atávica experiencia, de
que la lluvia estaba próxima, los días
pasaban sin que los resecos barbechos se mojaran, y lo avanzada de la otoñada,
estación de las siembras tempranas --cebadas, alcaceles para pastos que evitan
comprar piensos, arbejas, yeros, altramuces, etc --, hacía temer que no preñarían las besanas, que son
promesas de harinas y esperanzas de
vida.
Pero
el hombre del campo vio como, aunque tardías, las lluvias bajaron “calaeras” de
los cielos en millones de filamentos
verticales que, de inmediato, al besar la
faz de la tierra tomaba a esta bandadas de pajarillos revoloteando y gorjeando en vuelos rasantes y,
la cara del labriego, se tornó jovial y eufórica.
Aprovechaba el tiempo (en una labor de campo siempre hay cosas que hacer) que duró el temporal para majar esparto y hacer con él sogas lazos, coyundas, porteras de carretas, trabas y corniles para el ganado yuntero, y de vez en cuando echaba mano a la petaca para liar en papel smoking y con enorme habilidad, un bue cigarro de tabaco arrascado a la pastilla prensada del Cubanito que, sentado a la puerta del tinado, se fumaba traspuesto viendo de llover en los campos. ¡¡¡Memento cuyo recuerdo me embelesa de amores imperecederos… aunque venga de cuando era un niño cortijero con cinco años…!!!
Aprovechaba el tiempo (en una labor de campo siempre hay cosas que hacer) que duró el temporal para majar esparto y hacer con él sogas lazos, coyundas, porteras de carretas, trabas y corniles para el ganado yuntero, y de vez en cuando echaba mano a la petaca para liar en papel smoking y con enorme habilidad, un bue cigarro de tabaco arrascado a la pastilla prensada del Cubanito que, sentado a la puerta del tinado, se fumaba traspuesto viendo de llover en los campos. ¡¡¡Memento cuyo recuerdo me embelesa de amores imperecederos… aunque venga de cuando era un niño cortijero con cinco años…!!!
Apenas
dos días después de escampar las bruscas, los barbechos eran un hervidero de yuntas abriendo besanas y
amelgando la tierra, ya esponjada y atemperada, en donde, pintadas o a voleo, el terruñero
iba esparciendo las semillas que
pronto serían mantas verdes sobre el marrón de los campos.