(De mi Memoria)
Un
lluvioso día 23 de abril; día de Nuestra Sra de Los Remedios, Patrona de Cártama, secular
objeto de profunda devoción popular, entrañada en la comarca guadalhorzana
y no pocos lugares más de la provincia
de Málaga e incluso en espacios geográficos mucho más dilatados.
Era
también Sábado de Gloria: Una pertinaz lluvia
obligó suspender casi todas las
procesiones en Málaga y provincia, menos
en Cártama la procesión de la
Virgen de los Remedios. Nunca sucedió, que se recuerde. Con
lluvia o sin ella la Procesión de la Virgencita se llevó siempre a cabo produciéndose tras años, siglos tras
siglos el habitual testimonio de presencia devocional.
Ocho de la tarde. Cártama, hora tradicional de
la multisecular procesión de su Patrona. Sigue la lluvia sin pausa y con insidia inusitada (los nacidos no recuerdan
que un 23 de abril, a la hora de salir Ella en solemne procesión, no
escampara), y la multitud de propios y foráneos, de hombres y mujeres, de adultos y niños, bajo un cielo de paraguas
abarrotaban la Plaza
de la Iglesia
esperando impávida la salida de la Señora.
Había en los corazones muchas peticiones que hacerle,
infinidad de promesas que ofrecerle e innumerables favores recibidos de Ella que agradecerle y,
ante eso, no hay lluvia que valga: están todos protegidos por el paraguas de la
fe. Se repetía 526 años, aquel 26 de abril de 1.485 en el que el Rey Fernando y
todos los cristianos miembros de su
ejército y nuevos colonos que con ellos venían, protagonizaron la primera y quizás más solemne procesión de nuestra historia: Subida de
la Virgen a su
nuevo Santuario en donde quedó instaurada Patrona Titular de la Villa.
Y fue el 23 de abril de 1.579: Una terrible
epidemia de peste asolaba las moradas de
la Villa ; en muchas puertas de de ellas se
había trazado la espeluznante y fatídica cruz
roja, señal inequívoca, entonces, de que dentro de ese hogar reinaba la
agonía y la muerte y, nadie, so pena de contagio letal, podía acceder en socorro
de los contaminados y afligidos familiares. Padres que huían de sus hijos
apestados, hijos que hacían lo propio de sus padres, y hermanos que eludían
ayudar a otros hermanos: Desesperación y visión
dantesca era el escenario total cartameño.
Como no se podía acceder a los hogares
contaminados ni salir de ellos, además
de por la enfermedad, los moradores
morían de hambre y sed al ser imposible el socorro desde fuera. Sólo se
atrevían a entrar los pocos frailes mercedarios de la Orden de los Trinitarios,
afincados en Cártama, aunque no tenían Iglesia (salvo capilla en una finca
explotada por ellos para la redención de cautivos), ni convento como sí en
Coín, en cuya misión de entrega y socorro a los afectados por la pestilencia
perdieron la vida muchos de ellos.
Amén de socorrer a los apestados, trasladaban carros y caballerías con angarillas repletos
de cadáveres a darles cristiana sepultura en fosas que
ellos mismos excavaban.
En ese estado de calamidad, los vecinos de Cártama pensaron en bajar de
su Ermita a la Patrona ,
entonces advocada como Virgen de los Reyes porque, como dije antes, la implantaron los Reyes Católicos un 26 de
abril de 1.485; empero, el pueblo liso y llano la llamaba, “Virgen del Monte”, por la singular ubicación de su Santuario, antiguo oratorio agareno adaptado
para culto mariano por los cristianos reconquistadores.
Tal se
siguió haciendo por los siglos de los siglos, aquel 22 de
abril de 1.579 el pueblo “baja” a la Virgen patronal a la Iglesia parroquial y, el 23, a hombros de hombres ya
esqueléticos por el sufrimiento de la tragedia la “pasearon” en andas por el mismo recorrido que se hace hoy, 432 años
después, sin que ni un solo año, a partir de ahí, dejara de ser procesionada. El 23 de abril de
1.937 lo fue en Cuba en donde le cogió su festividad cuando era peregrina por
todas las ciudades y pueblos de 16 repúblicas iberoamericanas en los brazos
del Juglar poeta, José González Marín,
que salvara para Cártama a Ella y a su multicentenaria tradición, que de no
haber sido por este genial artista hoy no existiría, pues la quema de la imagen
habría desaparecido todo el ritual mariano, al igual que desaparecieron, y
siguen sin llevarse a cabo, los pasos de Semana Santa. Gratitud sin cortapisas
merece de todos los cartameños bien nacidos la memoria del eximio hijo del
terruño, José González Marín.
No más
pasear las calles de Cártama en procesión de rogativas la Virgen de Los Remedios, la
peste cesó radicalmente, lo cual fue tenido por el pueblo por milagroso, haciéndose constar así en actas
capitulares y Registros Parroquiales, y dejando ordenado en ellas que “por
siempre jamás” se celebrara cada 23 de abril en recordación del grandioso hito
de 1.579 fiestas y procesión en honor de nuestra Patrona.
Y desde
entonces, seguramente por la influencia de los monjes Trinitarios, la Virgen es advocada como
Remediadora, o de los Remedios, la misma advocación de la titular de la Orden
de los Trinitarios.
Y, he
aquí que por la fe y el ancestral sentimiento de amorosa fidelidad, el pueblo,
pese a la lluvia y a que corren tiempos
poco propicios al sacrificio, no permitió que la lluvia fuera óbice para que
como todos los 23 de abril de la
historia su Patrona realizara el recorrido procesional consuetudinario. Ni
aunque cayeran de las nubes chuzos de
punta: La Virgen
de Los Remedios, arropada con cuerpo y alma por miles y miles de almas bajo un
cielo de paraguas, en impresionante y emotiva aglomeración, volvió a estar entre
sus devotos hijos donde estuvo siempre
en tan señalada fecha y hora.
Los cirios y velas, al impulso de una suave brisa ofrecían un
sembrado de metáforas encendidas de fe.
Espectáculo digno, en estos tiempos un tanto desacralizados, de los pinceles de
un pintor de altura.
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