Presentación en Coín
Como avance del contenido de este libro, a continuación
inserto copia de su prólogo y
pequeña semblanza del autor de mismo.
Constituyen los relatos
que lo sustancian un merecido homenaje
a nuestros abnegados, sufridos y marginados antepasados labriegos que silenciosamente
laboran la tierra para sacarles los frutos que dan de comer a la humanidad.
El campo entraña una
gran y ancestral cultura
PRÓLOGO
Vivimos
en una época tan materialista, que tendemos a valorar el patrimonio cultural
que se puede tocar y visitar y rinde beneficios al municipio más que el
patrimonio intangible, ese que no podemos tocar, sino solo conocer a través de
las palabras. Sin embargo, me atrevería a decir que nos dicen mucho más de un
pueblo los versos de sus poetas que las piedras que de él nos queden en un
museo, porque los versos no son fósiles, sino el pensamiento vivo de sus
gentes.
Las
palabras de los sabios de un pueblo recuperan un pasado que sin ellas nadie va
a conocer y constituyen auténticos museos intangibles custodiando un tesoro
incalculable, pero con una ventaja: los museos de piedra y cemento están
muertos, son mausoleos del arte, mientras que bien viva que está la selva de
palabras que el escritor levanta para que vuelen bajo ella los dorados pájaros
que su memoria ha rescatado de la desaparición.
Eso
ha hecho para ti, querido lector, lectora querida, Francisco Baquero Luque:
entregarnos la maravillosa pajarería de sus palabras rescatadoras del pasado
para que vuelen en nuestro cielo personal y no desaparezcan en el abismo de la
indiferencia. Cada vez que las leemos, ocurre en el presente todo lo que ellas
nos cuentan del pasado. Escritas por una pluma ágil y amena, sus palabras hacen
reales y presentes a personajes entrañables unos, pícaros otros, que, en cierto
modo, nos explican y componen y nos hacen amigos de Castaña, Canela, Antoñico,
el rapsoda José González Marín, el imaginero Francisco Palma, los Saldiguera,
Claudia Prócula y Abdulán Zaimén, y todo entre encinas, chumbos, cogujadas,
alondras, peones, gañanes, y, en los momentos más sublimes, la luminosa
presencia de la Virgen del Monte traída por los Reyes Católicos presidiendo el
valle del Guadalhorce desde hace más de cinco siglos, concediendo mercedes y
salvando al pueblo de la peste.
Nos
lo cuenta Francisco Baquero Luque con sencillez y elegancia, sin exagerar lo
bueno ni recrearse en lo malo, sin sarcasmo, atento al detalle humano, a los
movimientos del corazón y no solo a los movimientos de los cuerpos en los
espacios. No hay en él tampoco asomos de neofobia, es decir, de miedos y
prejuicios contra los inevitables cambios de los tiempos, sino profundo aprecio
hacia un pasado que explica nuestro presente y nos da la medida del futuro.
Todo
lo que Francisco Baquero Luque cuenta del pasado explica lo que somos en el
presente, porque España era un país agrario hasta hace poco, pero vive ahora de
espaldas al campo que nos ha hecho y eso no solo nos aparta de la naturaleza
que nos compone, sino que además nos incapacita para entendernos.
España
es, además, un país aquejado de agrofobia. Tenemos el prejuicio del converso a
lo urbano que reniega ahora de lo agrario. ¿Por qué los partidos más votados en
las ciudades son considerados más modernos y con más futuro que los más votados
en el campo?
Lo
mejor de la mirada que proyecta sobre nuestro pasado reciente es la fidedigna
nitidez con que nos lo transmite. No se la enturbian prejuicios, ideologías,
resentimientos. Su transparencia proviene del amor y el conocimiento: ama lo
que conoce y conoce lo que ama, y nos lo alumbra en la literatura, porque esa
es la tarea del poeta: recuperar del olvido o de la nada la belleza con
palabras lo más dignas posible de ella. Si además, como es el caso de este
poeta, esa belleza la ha vivido en sus carnes y ha conformado su persona,
entonces el poeta no solo está creando belleza, sino además salvándola y, con
ello, salvándose y salvándonos: salvándola, porque sin él ese pasado será
desconocido; salvándose, porque él es fruto de ese pasado; y salvándonos,
porque una generación que desconoce y desprecia su pasado renuncia a un rasgo
exclusivamente humano, el de la tradición y la transmisión, y se vuelve especie
animal de la selva, que no tiene pasado ni futuro, sino solo presente. El
porquerillo aterido “metido en los ocho años” merece ser rescatado del olvido y
puesto a nuestros ojos, para que todos le demos un beso en la frente. Alonso
Martín seguirá siendo el hombre que venció el mal genio del río desmadrado,
pero fue vencido por una carreta. El amor seguirá siendo esa fuerza y ese
instinto que atrapa a los protagonistas de “La parada de los sementales” y
aguza el ingenio del cabrero que, para retozar con la molinera, se disfrazaba
de fantasma.
A
su mirada amable, nítida y fidedigna se une su estilo ágil y cultivado al
servicio de la emoción tanto en el paisaje como en el retrato humano: si en sus
retratos humanos no hay maniqueísmos ni ingenuidades, sino simpatía, porque nos
habla de hombres de carne y hueso, con sus luces y sus sombras, pero todos
luminosos en su dignidad o su hidalguía, en su retrato del paisaje no hay
idealismo pastoril, sino que nos encontramos con la realidad contundente y
dulciamarga de nuestros campos. Pero, por encima de todo, lo que embarga al
autor y nos transmite con palabras a veces recias, a veces delicadas, es un
amor desbordante por el campo, sus secretos y sus encantos, un amor de varón
generoso y fuerte que lo conoce bien.
Para
escribir un libro como este que salva del olvido casi un siglo de nuestra
historia, no bastaba un testigo directo que lo haya vivido, sino un escritor
que sepa contarlo. En la persona de Francisco Baquero Luque se dan ese testigo
presencial y ese buen escritor, que no solo ha cultivado la tierra, sino que,
además, se ha preocupado por cultivarse a sí mismo, hasta el punto de que es
una de las luminarias culturales de la comarca y mantiene viva su memoria
histórica. ¿Qué sería de tantos pueblos de España si en ellos no hubiera
personas como Francisco Baquero Luque que son la conciencia de lo que el pueblo
es, de su valía, de su pasado, de sus gentes? Otro gallo cantara a los
ayuntamientos si en vez de actuar con criterios ideológicos consultara con los
sabios del pueblo.
Tengo
además razones personales para agradecerle toda esta labor literaria de
recuperación humana e histórica fidedigna de un pasado reciente, porque soy
paisano suyo. Mis padres, mis abuelos, bisabuelos, tatarabuelos y varias
generaciones más provienen de los montes cercanos a Cártama; muchas de las
cosas que él narra saben a mi padre, a mi abuela, a mi tatarabuelo. Él está
salvando con este libro mi familia y todo lo que ella ha sido y soy,
Pero
que nadie piense que el valor de estos relatos está en lo comarcal, en
recuperar tal o cual vocablo regional. El maestro Bizco Antequerilla es, por
ser de esta tierra, una figura humana para todos los tiempos. Cristobalón y
Floripondio son, además de dos personas, dos maneras humanas de ser que nos
radiografían y nos enfrentan a nosotros mismos. ¿No en el Romancero gitano, tan andaluz, de Federico García Lorca una de
nuestras obras más universales? Estos relatos tienen validez universal, porque
los hombres que por ellos transitan son al fin y al cabo hombres y los hombres
somos iguales en todos sitios. Lo relevante no es que aquí hubo maquis (los
“rejuíos”, como los llamaban en Cártama) y en Francia no, sino que tanto en Francia
como en China tocan el corazón humano todas las cosas que nos relata el autor
cuando en su adolescencia fue rehén del maquis: la angustia de unos padres, la
nobleza de un redentor, el miedo y la necesidad de unos bandoleros son el
hombre mismo, el hombre de siempre, el hombre que está ahora mismo escribiendo
esto. ¿Serían acaso más universales estos relatos si sus protagonistas vivieran
en Nueva York o Calcuta? Son para todos los tiempos estos personajes y estos
campos de Cártama, un microcosmos en el tiempo que mira a la eternidad.
Gracias,
Francisco,” niño de la guerra”, adolescente secuestrado de los maquis, salvado
por la figura luminosa del Rapsoda, superviviente de la época del hambre,
hombre cabal y bueno y, por todo ello, hoy abuelo sabio, agradecido y
trabajador.
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El ilustre prologuista, Don Jesús Cotta, es licenciado en filosofía clásica.Profesor de Griego en Sevilla. Ahora imparte nueva especialidad de filosofía en IES Martínez Montañés. Ha publicado Novelas, Ensayos y Poesía. Fue célebre su obra selección de Santa Teresa, LAS VÍRGENES PRUDENTES. y, últimamente, ha obtenido el Premio Nacional de Biografía por su obra, ROSAS DE PLOMO ( Amistad entre García Lorca y José Antonio). Nació en 1.967.