Salvo gratificantes excepciones, es hoy en día infrecuente
que alguien “pierda tiempo”
dedicando un artículo periodístico a hablar de Dios ó, de su soporte
dialéctico, la religión. Hablo, lógicamente, del Dios en quien yo con dos
tercios más de la humanidad, creo: el Cristo Jesús. Bien se que hacerlo concita sobre uno las
miradas en soslayo de toda la trupe políticamente correcta, o sea, “izquierdista”, y hasta no
izquierdista. Digamos de inmediato que no es lo mismo ser “izquierdista” que
ser coherentemente de izquierda; esto último me merece un gran respeto. Pero,
aún así, Unamuno decía: “Ser de izquierda o derecha son, en España,
dos maneras de ser imbécil”
Y, para más escándalo de “izquierdistas”, y más “guipeos”
de soslayo, no voy a hablar de Dios desde mi particular sentir y creer,
que poco importa a nadie, sino de la fruición de espíritu en Dios que, entre tantos y tantos grandes genios de
la literatura, el pensamiento y el arte que experimentaron a lo largo de los
siglos la emoción de lo divino plasmada
en sus obras, sintió uno de los más grandes poetas de España de todos los tiempos, de cuya figura y
símbolo se quieren apropiar los susodichos “izquierdistas”, sectarizando su figura, al margen de lo estrictamente
literario y poético, y atribuyéndole, capitalizadamente, actitudes afines con la virtual
“ideología” “izquierdista” de ellos,
como, entre otras, rampante laicismo e
indiferencia ante la existencia de Dios, obviando toda la poesía que, en el misterio infinito,
existe y nos transmitió este poeta.
Me vengo a
referir, obviamente, a Federico García Lorca, cuyas inquietudes religiosas sólo las recoge uno de sus
biógrafos, José Luís Vila San Juan. El
más traído y llevado (por aquello de lo políticamente correcto) de sus biógrafos, el hijo de la Gran Bretaña (allí nació), Ian
Gibson, si bien no rehúye abundar morbosamente
en los posibles desvíos sexuales de sus personajes ---si no los tuviere,
se los atribuye (ya se lo dije en su cara
a él)--- elude en sus biografías reflejar las acuciantes inquietudes religiosas del poeta granadino,
que, como vamos a demostrar a renglones seguidos, emana de su vida (pese a sus
pasiones humanas), y de algunas de sus
capitales obras literarias: “hay algo en nuestras almas que sobrepuja a
todo lo existente”… “las catedrales
invitan a la meditación de lo Supremo…El alma que vea la grandeza de Jesús que
se suma a estas sombras húmedas con ojos de cirios para sentir consuelo
espiritual…Eso es adoración a Dios…Creo
en la resurrección de los muertos” (Obras completas, T.III, 1.991, p. 5).
Su amigo Dalí le dijo en una ocasión: “Tú
eres una borrasca cristiana y necesitas de mi paganismo”. En una carta a
sus padres desde Nueva York, García Lorca les dice: “…Esta
mañana fui a una misa católica dicha en inglés. Y ahora veo lo prodigioso que
es cualquier cura andaluz diciéndola. Hay un instinto innato de belleza en el
pueblo español y una alta idea de la presencia de Dios en el templo. Ahora
comprendo el espectáculo fervoroso, único en el mundo, que es una misa en
España. La lentitud, la grandeza, el adorno del altar, la cordialidad en la
adoración del Sacramento, el culto a la Virgen , son en España de una absoluta
personalidad y de una enorme poesía y belleza”...La solemnidad en lo religioso
es cordialidad, porque es una prueba
viva, prueba para los sentidos de la
inmediata presencia de Dios. Es como decir: Dios está con nosotros, démosle
culto y adoración”
De su obra, “Mariana Pineda”, cabe citar estos elocuentes versos: “Soy una gran pecadora/ pero he amado de una manera/ que Dios me
perdonará/ como a Santa María Magdalena./…Y en el mismo texto: “Dios está cubierto de heridas de amor que
jamás se cierran.
Termino con algunos versos de su bellísima “Oda al Santísimo Sacramento del Altar”:
Pange lengua gloriosi
corporis mysterium
…Cuando te vi, Dios fuerte, vivo en el Sacramento…
Vivo estabas, Dios mío, dentro del ostensorio…
Es así, Dios anclado, como quiero tenerte…
Es así, forma breve de rumor inefable,
Dios en mantillas, Cristo diminuto y eterno,
repetido mil veces, muerto, crucificado
por la impura palabra del hombre sudoroso…
¡Oh forma limitada para expresar concreta
Muchedumbre de luces y clamor escuchado!...
¡Oh llama palpitante sobre todas las venas!
Por todo ello, cuando se sacan los crucifijos de las escuelas y se
prohíben en ellas actos religiosos navideños, se olvida que Jesús de Nazaret, como ayer no
más decía en el diario Sur el eurodiputado socialista, Pedro Aparicio, “es la figura más viva de la historia de
occidente…Más que Sócrates, Leonardo, Beethoven o Kan”
Se priva a
los niños de un trozo capital de la cultura que definió a sus antepasados.