(Incluído en mi libro ya publicado, "Ecos de la Alhóndiga) Esta entrega se la dedico a mi amigo del alma que tanto me ha ayudado siempre, ANTONIO FUENTES FRANCO.
Llegué a conocer a mi abuelo
paterno, “Frasquito Talento” y, al materno, Antonio “Canito”. De aquél, que
fue barquero del río Guadalhorce, cuento curiosas y para mí emotivas
cosas en mi libro, “Cártama histórica. El Juglar y la Virgen Peregrina ”. Del
materno, “Canito”, relato aquí, de entre
otras muchas que guardo en mis entretelas,
una vivencia entrañable.
Tuvo el abuelo “Canito” diez hijos,
ocho hembras y dos varones, entre aquellas mi madre, Francisca. Unos habían
nacido en Cártama (Estación de Rubira), y el resto en el histórico
Cortijo, “El Convento”.
Un día de principios de julio del
fatídico año 1.936, el abuelo “Canito” se desplazó a lomos de su burra desde “El Convento” cerca de Alhaurinejo, edénico arroyo con albercones agarenos del Alamillo por medio, a Cártama para ver a su hija, Paca, mi madre, y a sus dos
nietos. Al siguiente día, entrada la media tarde "buscando las frescas", retornó
llevando consigo a su nieto (quien esto escribe, entonces con cinco años) y,
a la nieta, con tres. A ésta la llevaba
ante sí, y, al nieto, a la grupa agarrado a la cintura de él.
Desde el “mercado” en donde el Cristino tenía las caleras,
emprendimos el regreso por la cuesta
“Colorá” y el Lagar “Roso” para, a la altura
del Cerro de la Silla , embocar de lleno en el camino que a través de
la Sierra de
las Viñas lleva al “Convento”.
“¡Anden a los gordos y reondos,
a los chumbos, dulces y
mauros...!”
Ondulada y acogedora campiña
serrana, tachonada de cerros y alcores de lujuriantes tonalidades, que
asientan sus confines en redondos visos
por la cresta y umbrosas cañadas por abajo,
en las que aflora alguna que otra humilde fuentecilla de muy parco
caudal, abrevadero de la abundante fauna de pelo y pluma como también aplacan la sed en ellas los esquilmeros; tierra en
fin, de pan comer. Cañadas, donde
tienen su húmedo hábitat las zarzamoras de negros frutos, adelfas,
jaras y retamas.
La voz del silencio entraba por
todos los poros; se acentuaba con el parloteo de los pájaros, el regaño en
lontananza del cabrero a la piara con titilar de las esquilas y el torvo grajeo del
ave carroñera por el Cerro de la Umbría. Cuando menos se esperaba, un negro
mirlo de pico amarillo saltaba raudo de
algún zarzal cercano al camino, haciendo con su agudo chirriar que la burra echase hacia delante las orejas,
como buscando mayor amplitud auditiva para valorar el pajeado. En un momento dado, la
perdiz madre seguida de una banda de perdigones de segunda postura, cruzaba el camino a velocidad increíble,
mientras el pájaro macho piñoneaba en el viso del alcor próximo para orientar a
la prole.
Campos
que se hacen gozosos a los sentidos que
lo acechan todo, lo captan todo; campos que, por contra, en lo material son cicateros al pagar en
plusvalías los sudores y sacrificios de
los abnegados labriegos de las Viñas. ¿Cómo ellos no tienen en Cártama una calle llamada de “Viñeros” o, “Esquilmeros”?. No poco han
contribuido a la noble nombradía de nuestro pueblo por todos los rincones de habla hispana de aquende y allende el
mar. El “poeta de la raza”, Salvador
Rueda, cantó, con los boquerones y biznagas
de Málaga, los chumbos de nuestros montes;
remedando al pregonero de ellos en su inmortal poema “Pregones malagueños”, que apuntaban:
“Llevo los buenos chumbos,
redondos ¡y qué pajizos..!.”
Cuántas veces le oí a nuestro
paisano, Pepe González Marín, haciendo patria chica, recitar estos pregones...
Escuchen ustedes, amigos lectores, estos pregones en la voz del insigne
rapsoda, honra y prez de nuestro pueblo; hay reproducciones, más o menos fieles
en cuanto a la voz, de ellos.
Pero volvamos al abuelo “Canito”. Ya
a medio camino la nietecilla le dice:
--Abuelo hambre...
--Y el niño: Abuelo yo también
--¿Tenéis hambre, hijos míos? Yo os voy a dar una sabrosa merienda.
Echó el abuelo pie a tierra, ató la
burra a un matojo y, presto, cogió higos verdejos, partió con dos piedras almendras de los
árboles que daban al camino y, en el corazón de cada higo dulce hincó una pipa
de almendra. Cómo saborearon sus nietos aquella exquisita merienda. “Venga, no comer más que os puede dar
diarreas...! Vámonos.
--Abuelo, agua, dijo la nieta y, el nieto, yo también abuelo..
--¿Veis aquellos esquilmeros que están a la puerta de su choza?,
en cuanto lleguemos a su altura os dará agua..¡Arre burra...!
La esquilmera deslizó dulcemente:
--Bonitos, ¿queréis beber...? ¿Queréis mejor leche recién ordeñada de
aquella cabra que ramonea
con su chivito...?
Del cacito que había en un poyete
dentro de la choza, dio un jarrillo de leche a cada niño.
Seguimos el camino sinuoso y largo, saturado de olores a hierbas serranas.
--Abuelo tengo sueño...
--Para espantar el sueño yo te canto una bonita canción:
Me gusta mi nieta
Y olé,
Con sus cabellos rizados
Y olé.
Parece una paloma
Y olé,
De aquellas que van volando (¿las veis?)
--Ya mismo
llegamos al Convento, y allí vais a dormir como ángeles y mañana, la abuela os
dará a desayunar arrope de higos y
trocitos de membrillos y batatas, y
también torrijas... ¡Arre burra...!