Un maestro de colegio me asegura
(esto, pués, no es de mi cosecha sino de
la de alguien del ramo) lo siguiente, que
retuve en la memoria y luego anoté literalmente:
“En las escuelas de hoy se presume de enseñar
todo a los niños, incluí la práctica del
sexo --¡ojú, ojú, ojú…lo cual es como enseñar a un becerrillo al nacer en donde están las tetas maternas de las que tiene que mamar desde el
primer minuto para alimentarse--. Pero la experiencia denuncia, dice mi
interlocutor de marras, que no se les enseña lo más importante humanamente: a
pensar, ni a vivir y convivir…”
Yo le dije, “ni por supuesto a apreciar el dulce amor que emana de un árbol con
nidos de pajarillos con pataletes abriendo sus piquillos en los que sus padres
les va colocando insectos…” “¡ Qué
va …, eso ni lo sabemos los maestros”, me contestó.
¡Coño!, qué sincero se mostró
este maestro. Maestro…, hermosa palabra; así se hacía llamar el Gran Perdonador
de Injurias nacido en Belén.