La mañana reía luminosa;
Mudo aún de sueño el barbecho
En el que mi padre ya
araba
Sin despertar las
acequias
Que aún miraban a las últimas estrellas.
Mi padre araba en la
besana:
“¡Cejá Clavellina,
Y esta vaca pujosa!”…
“!Arrímate Coletera
Ara yunto, guaaaapa!...
El alba se había ido
a la duerma
Reclinada su cabeza
de luz en un lucero.
Aún en las baldas
cantaban los gallos
Y en la higueras las
brevas rayadas
Gritaban: ¡comedme, comedme…!
Mi padre sólo tras la
yunta
Con la reja escribía
el evangelio
De la espiga que sería
pan y sagrada hostia.
¡Cuántos suspiros
profundos
Enterraba en su
entereza aquel padre
Que yo, niño, sentado en un terrón, le miraba y miraba…!
“Cejá Clavellina
¡y esta vaca cabezona!…
¡¡Cejáaa Clavelliiiina!
Y yo recitaba la oración
que me enseñara la madre buena:
“Creo en el Dios
Grande
Y pido a la Virgen
del Monte
Que tenga buena arada
el padre
Para que nazca el
trigo que
siembra a boleo en
las amelgas de la besana
y después entierra
con la reja
en una mano la
mancera y, en la otra, la ahijada”
En los herbazales la
escarcha espejea
Mientras, el sol
rubio se enseñorea del día;
Mi padre para templar la yunta, de esta guisa
le cantaba:
“Aquel pajarito, madre,
Que canta en la verde oliva,
Dígale usté que se calle,
que su cantar me lastima”
Las campanas de la Iglesia tocan el Ave María…
Las bandadas de
alondras
Y del colmenar las
abejas que revolotean
Son los evangelistas
De la honrada siembra.