jueves, 31 de octubre de 2024

 

A LA MADRE




  

Te traigo, madre, un poema

Como diadema de pedrería

Para tu linda frente serena.

 

Para tu linda frente surcada

Por las arrugas de tus pesares,

Para tu frente rubia como trigales.

 

Al nacer, sentí que tu nombre, madre,

Como el sol de cada día, alumbraría

Mis torpes pasos entre zarzales.

 

Tus ojos, alas doradas de mariposas,

Refugio firme de vendavales,

Brincan, como zarzales…

 

En tu ausencia he comprendido que eres el ángel

Que vela mi indeciso y torpe peregrinar hacia a ti,

Y que me esperas, junto a María, en un cielo de alelí.

 

Ahora, como respuesta de mi sino,

Me queda la amada buena y santa,

Y el hijo, aroma de trigo recién molido…

 



AL PADRE


 



Padre, con tus manos sembradoras

Obtienes la divina realidad del trigo

Para amasar nuestro pan de cada aurora.

 

Tu alma templa el ritmo de la siembra

En la tierra, tal sagrada hembra

Que te ahijara espléndidas cosechas.

 

Tu mano castra el panal de las abejas

Y conduce el agua de la fresca acequia

Que riega el vientre de la fértil huerta.

 

Para el campo tiene corazón de nido,

Y en el campo pones la esperanza

De un dorado porvenir para tus hijos.

 

Tu recompensa es el buen Dios que regresa

Cada año en los hilos dorados de la lluvia,

Para hacer de cada surco una promesa.

 

Tu destino es seguir la yunta en la besana,

Despertar con la alondra a la alborada,

Y atrojar el grano separado de la paja.

 

 

 

Y cuántas veces también fuimos

Tú y yo, padre, dos sombras perplejas

Ante la arruinada suerte del campesino.

 

Ahora, ya viejo y circunspecto

Ahondo en el fondo de tu alma,

Y, de gozo, se me inundan los adentros.

 

Porque de ti supe con certeza

Que cada palabra es una trinchera,

El concepto honesto un latigazo,

Y la verdad, la mejor bandera.