A LA MADRE
Te traigo, madre, un poema
Como diadema de pedrería
Para tu linda frente serena.
Para tu linda frente surcada
Por las arrugas de tus pesares,
Para tu frente rubia como trigales.
Al nacer, sentí que tu nombre, madre,
Como el sol de cada día, alumbraría
Mis torpes pasos entre zarzales.
Tus ojos, alas doradas de mariposas,
Refugio firme de vendavales,
Brincan, como zarzales…
En tu ausencia he comprendido que eres el ángel
Que vela mi indeciso y torpe peregrinar hacia a ti,
Y que me esperas, junto a María, en un cielo de
alelí.
Ahora, como respuesta de mi sino,
Me queda la amada buena y santa,
Y el hijo, aroma de trigo recién molido…
AL PADRE
Padre, con tus manos sembradoras
Obtienes la divina realidad del trigo
Para amasar nuestro pan de cada aurora.
Tu alma templa el ritmo de la siembra
En la tierra, tal sagrada hembra
Que te ahijara espléndidas cosechas.
Tu mano castra el panal de las abejas
Y conduce el agua de la fresca acequia
Que riega el vientre de la fértil huerta.
Para el campo tiene corazón de nido,
Y en el campo pones la esperanza
De un dorado porvenir para tus hijos.
Tu recompensa es el buen Dios que regresa
Cada año en los hilos dorados de la lluvia,
Para hacer de cada surco una promesa.
Tu destino es seguir la yunta en la besana,
Despertar con la alondra a la alborada,
Y atrojar el grano separado de la paja.
Y cuántas veces también fuimos
Tú y yo, padre, dos sombras perplejas
Ante la arruinada suerte del campesino.
Ahora, ya viejo y circunspecto
Ahondo en el fondo de tu alma,
Y, de gozo, se me inundan los adentros.
Porque de ti supe con certeza
Que cada palabra es una trinchera,
El concepto honesto un latigazo,
Y la verdad, la mejor bandera.