Señor del cielo, de la
tierra y de los espacios siderales ante cuya infinitud y arcano, negarte es baladí. Señor, cuyos designios son
para nosotros un profundo misterio que escapa a nuestro entendimiento y se acoge a la fe más que
fundada, porque Te presentimos en
nuestro latir y pensar y estás patente
en todo lo creado; sí, no hay efecto sin
causa, que eres TÚ, como artífice exquisito de toda creatura.
En estos momentos de
tribulación crucial te pido, Dios
entrañado, por todos nosotros los
hermanos seres humanos, porque aunque cada uno somos de un padre y una madre
terrena, ante TI, Padre celestial, todos
somos hermanos: hermano blanco, hermano negro, hermano amarillo, hermano
cobrizo… y, a la hora de la gran prueba como ahora, queda demostrado que todos somos hermanos porque todos la
sufrimos de igual manera en nuestras carnes y alma, aunque ¡ay, Dios Santo!, nos negamos por egoísmos a ser hermanos en TUS bienaventuranzas
(¡qué clara está la cuestión!).
Pero Señor, no nos
juzgues conforme a nuestras miserias anímicas e insolidaridad de los
unos con los otros, sino a tenor de TÚ infinita grandeza y bondad , Señor y, líbranos a todos de este mal que hoy nos atribula, tanto al
hermano blanco, como negro, como al amarillo, como al cobrizo. Escúchanos Señor:
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- No me mueve, mi Dios, para quererte
- el Cielo que me tienes prometido
- ni me mueve el Infierno tan temido
- para dejar por eso de ofenderte.
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- Tú me mueves, Señor. Múeveme el verte
- clavado en una cruz y escarnecido;
- muéveme el ver tu cuerpo tan herido,
- muévenme tus afrentas, y tu muerte.
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- Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
- que, aunque no hubiera Cielo, yo te amara,
- y, aunque no hubiera Infierno, te temiera.
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- No me tienes que dar porque te quiera,
- pues, aunque lo que espero no esperara,
- lo mismo que te quiero te quisiera.
- (Autor anónimo)
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