La
Codorniz fue un formidable semanario satírico humorístico que dirigía Álvaro de
la Iglesia en los, al respecto, gloriosos entretiempos cuando Franco, cuyo
semanario incluía en su formato una “Cárcel de papel” en la que metían de
patitas como las moscas de la fábula en el panal de miel, a todos aquellos
políticos merecedores en algún momento del castigo de la opinión pública. Si
mal no recuerdo, y no suelo ser olvidadizo, en ella metieron por dos veces al mismísimo
Franco (el león, ¡qué leche!, no era tan fiero como lo pintan hoy) y, eso sí
claro está, fueron dos veces (un mes cada una)
que sus lectores no pudieron durante cuatro semanas leer el referido semanario ya que por orden superior estuvo suspendido
ese tiempo.
Paradójicamente
la suspensión constituía un incentivo de la cuenta de explotación de la
Codorniz (“La Corní” le llamaba la gente) puesto que, sus lectores, aumentados
por la expectación y el morbo, esperaban
ansiosos su reaparición a ver qué clase
de pájaros aparecían ahora entre los
barrotes de la “Carcel de papel” ya que, entonces, pero no tantos como hoy ni
muchísimo menos, también había algún que otro político mangante merecedor de ir
a la trena. Eso no hay más que ver como pululan por nuestra piel de toro.
Pero, créanme
ustedes, el deseo que expreso en el título de esta cróniquilla no sería posible
hoy habida cuenta de la excesiva cantidad de políticos que hay, susceptibles salvo
exiguas excepciones, de entrar por sus propios pies en chirona.
Corolario:Entonces
había mucho más luces y vergüenza torera. Y de la otra.