sábado, 31 de julio de 2021

UNA DE LOS MUCHOS HITOS BELLOS DE LA VIRGEN

Al saberse en iberoamérica que a la Virgen peregrina de Cártama por aquellas repúblicas visitando sus ciudades y  pueblos, que a aquella virgencita en su pueblo le habían quemado el trono, el armonium, todos los mantos, etc, los pueblos de allende el océano quedaron sobrecogidos y fue una lluvia de regalos el que recibió nuestra Patrona (un armonium en Nueva York, mantos, joyas, etc.etc) y también el gobierno de Santo Domingo le envío a Cartama un trono de madera. Cuando José González Marín lo vio que traía grabada las efigie de Franco y el escudo de Falange dijo que la Virgen no era un símbolo político de ningún bando; era de todo el pueblo sin distinción  de ideas ni clase social.De inmediato  ordenó, y pagó, su devolución, al tiempo que encargaba a Mario Palma hacer otro de madera para que lo pudiera lucir en  las próximas fiestas, que fue en el que pasearon a la Virgen hasta que el propio José González Marín le compró uno de plata allegando dinero para ello  a base de recitales tarde y noche por toda la zona liberada al frente popular. Lo hicieron Plateros  de Córdoba, y cuando vino,no fue a Cártama sino que estuvo un mes expuesto en un escaparate de los Almacenes Alvarez en la esquina dela Plaza de la Constitución con Calle Grana en Málaga. Ello fue  a petición del alcalde y el obispo de Málaga. .





 

viernes, 30 de julio de 2021

 

SOLICITUD A LA

"ASOCIACIÓN CULTURAL EL ABINDARRAE"

Local Cultural Instituto Valle del Limón u otro.

29579 CÁRTAMA                                                                                  29 julio 2.O21

REFERENCIA: Colaborador cultural, periodista con carné de prensa de los medios de Málaga  y Comarca, escritor e investigador de la Historia, con profundo sentido de la realidad desde la verdad  que es mi  enseña irrenunciable.

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Francisco Baquero Luque, de Cártama, C/ G.Marín, 61-1º, DNI 24.664.033-Y, por medio de la presente solicita ser miembro de esa AA CULTURAL, actividad social a la que he dedicado gran  parte de mi vida con frutos reconocidos, por lo que mis aportaciones les podría ser de gran utilidad en aras  de la cultura de nuestro pueblo

Por cuanto antecede, con todo respeto, RUEGO:

Se me admita, previo pago pertinente, como socio de la ASOCIACION CULTURAL ABINDARRAE.

Es de ley que invoco en Cártama a veintinueve de julio de dos mil veinte y uno.

 

 

Fdo: Francisco Baquero Luque

jueves, 29 de julio de 2021

 

   EL ESCULTOR, FRANCISCO PALMA, GRAN AMIGO DE CARTAMA

 

         Por su amistad con Pepe González Marín, el célebre escultor, Paco Palma García (1.887-1.938), se sentía un hijo más de Cártama (que tanto le debe, sépanlo las generaciones actuales), lo cual era considerado  un alto honor por los cartameños de su época.

 

            Según la biografía que en 1.985 le dedicara al gran escultor el malogrado escritor y entrañable amigo mío, Manuel Tellez  Laguna (q.e.p.d), Francisco Palma García nace en Antequera en 1.887 y fallece en Málaga a los  51 años de edad.  La riqueza escultórica de su ciudad natal parece que influyó decisivamente en la vocación que le hizo famoso.

 

            Trasladado a Málaga, cursa estudios en la Escuela de Bellas Artes, en donde tuvo por maestros a José Pérez del Cid, introductor en Málaga de la escultura ornamental y decorativa de la época, y a los pintores, José Nogales Sevilla (afamado escultor y acuarelista de Málaga) y a César Álvarez Dumont.

 

            Alternó estudio y trabajo en el taller de los hermanos Casasola, de fuerte influencia en nuestra capital, todo ello bajo el patronazgo del célebre político conservador antequerano, José Romero Robledo, apodado por el pueblo, “El pollo de Antequera”, gracias al cual, Palma se coloca en Madrid en el taller del celebrado escultor  malagueño, Enrique Marín Higuero. Ya en los indicios de su carrera artística obtuvo diversos reconocimientos y premios.

 

            Fue un hombre muy sociable que gozaba  de la amistad de grandes personajes de las letras el arte y la política, entre los que se encontraba en amistad fraternal el actor y rapsoda cartameño, José González Marín, que  infundió al escultor el mismo amor que él sentía por su pueblo natal, Cártama. Por otro lado, ambos eran hombres de tertulia, faceta que  Téllez Laguna cita en la citada biografía en dos ocasiones:

 

            Primera, en el prólogo, final de la página  14: “A estas tertulias asistían con frecuencia Narciso Díaz Escobar, Salvador Rueda, González Anaya (de raíz cartameña), González Marín (cada vez que regresaba de sus giras), Joaquín Díaz Serrano, Prados López, Adolfo Sánchez Vázquez (Filósofo marxista), Antonio Palacios, Esteban Pérez Bryan, Antonio Baena Gómez, Enrique Navarro, José Chervás Domingo Lombardo, Álvaro Príes, Emilio Kustner, Miguel Serrano de las Heras, José García Berdoy y Carlos Blazques (antequerano),  Manuel García Caba,  Juan Temboury, Carlos Rubio,  Adrián Risueño (escultor malagueño, muy ligado también a la tradición mariana de Cártama),  Joaquín Mañas,  Luís Vera --presbítero que conocí siendo él  muy mayor y me habló mucho de estas tertulias y de los tertulianos--, Antonio Calvillo...  

 

            Vino la maldita guerra de 1.936 y sus destinos, en función de sus respectivas  ideologías   separó a muchos de ellos geográficamente, lo cual no fue óbice para que, los que no murieron en la fraticida contienda, siguieran en contacto, lógicamente, más espaciados.

 

            Tuvieron una segunda tertulia en el antiguo, y desaparecido, “Café Inglés” de Málaga, a la que asistían: “Repiso (con ascendencia cartameña, de la familia Alarcón Luján),Cerezo Berdoy,  Matías Abela, González Marín,  José Carlos de Luna, y otros significados personajes.

 

            Manuel Téllez Laguna inicia el capítulo 14 de la biografía de Paco Palma de esta forma:”Y entramos ya, de esta manera en 1.937-38... De esta época datan algunas Obras importantes de Palma, de las que podríamos destacar... Restauró en Cártama el camarín de la Virgen de Los Remedios. Esta restauración se concretó en una peana central compuesta de una columna con capitel corintio debidamente dorado y policromado, así como también  otros motivos decorativos del interior. En realidad húbose de restaurar todo el interior pues, al ser incendiado el templo durante el periodo frentepopulista (socialistas, comunistas y gentes de la CNT y FAI) sólo quedó sin arder la cerradura de la puerta de entrada que se conserva en el estado en que quedó.

 

            Al respeto continúa el biógrafo: “Nos llegan apuntes sobre este trabajo de Palma  (y sus hijos y operarios), y hemos podido saber que en él puso el maestro una parte importantísima de su propia sensibilidad. Trabajó con afán en una tarea que le llenaba totalmente. En la soledad de la ermita serrana, lejos de los agobios y de los ruidos de la calle, se esforzó en sacar el máximo partido a su trabajo, procurando ante todo que la referida restauración presentase al final un acabado perfecto. Para  ese menester su  mejor aliado fue el aislamiento de la ermita, que  le permitía relajarse y  compenetrarse  consigo mismo, “tan cerca como estaba de la experiencia vivida” Trabajaba en silencio, embebido en su quehacer casi místico, con la ilusión renovada de hacer patente una vez más para todo trabajo relativo con el arte. Tenemos conocimiento de que ello era  así, dado que a lo largo de todo cuanto llevamos escrito sobre él, su talante y su talento no decayeron en ningún momento lo más mínimo.

 

            Testigo ilustre de esta disposición de Palma y de la ilusión que ponía siempre ...lo tenemos en  el promotor de la obra, José González Marín, el gran rapsoda cartameño. González Marín acompañaba muchas veces a Palma mientras éste  resolvía los más delicados detalles de la decoración del camarín de la Virgen. En estas ocasiones, el artista de Cártama era consultado mas de una vez por Palma, pues sabido es que aquel “faraón de los decires” poseía una sensibilidad exquisita, y sus opiniones, por ello, eran de tener en cuenta. Y tanta era la compenetración existente en ambos maestros, que mientras Palma trabajaba, González Marin    ensayaba en la propia ermita algunas que otras composiciones poéticas de su extenso repertorio, con poemas de Lorca, Alberti, Peman, Ochaita y los Machados”

 

            En el año 1.935, por orden del Ayuntamiento de Cártama, Palma realizo  la lapida conmemorativa que aun  se conserva en la casa en donde naciera el genial cartameño que tanto, como lo que queda dicho, aunque no todo, hizo por este pueblo cuya memoria denostan unos pocos descerebrados antipueblo y anticultura.

miércoles, 28 de julio de 2021

 

                                       “EL PORQUERILLO”

                                         (Denuncia social)

A mi dulce amiga, Mayrata, para que   sepa como se vivía en tiempos de sus abuelos.

                                                                          ***

   “Raspasayo” --- ¿quién no tiene su mote, a veces chocante e hiriente,   en cualquiera de nuestros  pueblos? ---, además de barbero en Cártama, ponía “indersiones”, sacaba  muelas si se terciaba y, ejercía de “capaó” de cerdos e, incluso, de cerdas que ya hay que tener arte en cirugía veterinaria,  operación necesaria  al meterlos  en engorde para  su posterior sacrificio en el matadero industrial ó, en la ritual matanza casera  prenavideñas, cual era tradición atávica en los pueblos andaluces, al menos en las familias medianamente pudientes.  

Aquél domingo, antes de apuntar el sol, “Raspasayo” se dirigía a lomos de su burra aparejada con enjalma, mandiles y corona de días festivos, por el camino de las Angosturas hacia el  cortijo, “El Gato”, en la “dehesa de arriba”  desde el que le habían “mandao  recao” para que fuera a capar una punta de  cochinas próximas  a entrar  en cebo en montanera o estabulación.

También espatarrado delante de su regazo, el “capaó” llevaba a su  hijo, un zagalillo de cómo seis años, al que sostenía con la mano que le dejaba libre el manejo del cabestro con  que encarrilaba la cabalgadura.

          En un  rastrojo de cañas de  maíz  cercano a la trocha de rodadura,  un porquerillo de cómo siete años,  pintoresca pinta y pobres trazas,  guardaba  un hato  de cochinos.

 

 El campo ofrecía aquella mañana un panorama de opresiva  tristeza invernal.  La humedad ambiental, aún mantenía  pegaba a la tierra   el humo de las candelas que los jornaleros encendían  en los tajos con taramas y ramón de tala  para paliar el frío, a la guarda de  que  capataces y manigeros dieran la orden de meter mano a las  faenas camperas.

Pastueñas yuntas araban ya en las besanas de las pardas hazas  de sembraduras, dándole tempero de cosechas a la tierra madre. De  lontananza llega el eco de una copla caminera lanzada al aire por un carretero al son lento de los platillos de su carreta.

El gélido terral atería el cuerpecillo del zagal porquero que tiritaba como  un  patalete descolgado del tibio y plumoso nido. Su instinto  aguzado por la perra vida, le indujo a resguardarse  poniendo en pie un par de pañetas de cañas de maíz “derribada”  ya a finales de verano  sus mazorcas,  contra las que  se arrecachaba de espalda a poniente, eludiendo así la terralera. Intentaba proteger sus pies desnudos en lo que de ellos no cubría los capellás de pleitas  de sus alpargates de  esparto con suelas de trozos de ruedas viejas de camión, sentándose  sobre ellos  en la cruda tierra a manera de diminuto buda.

Para  tener a rayas a los cochinos los apercibía  en su instinto animal de que él no los perdía de vista y estaba siempre pronto a cruzarles  el zurriago  si se desmandaban; de vez en cuando se erguía para reprenderlos con el onomatopéyico sonsonete,  propio en el menester de los porqueros de la ribera del Guadalhorce: “guigggní...”, crujiendo al mismo tiempo la puntera del zurriago, con lo que conseguía  que la piara permaneciera agrupada,  y, tras ello, castañeándole los dientes por el relente, volvía al resguardo de los haces  de ricias, liado, cual si fuera un  espantapájaros, en una vieja chaqueta de varias veces su talla, ya muy usada, con la que alguna “alma buena” habría dulcificado su conciencia regalándosela. En las bocamangas de la prenda embozaba sus infantiles manos prematuramente encallecidas por un trajinar, que ya era en sí  duro para mayores que él.

 A media mañana, “Raspasayo” con su hijo retornaba al pueblo a lomos de su rucia por el mismo camino que antes anduvieron en sentido contrario cuando, de pronto, advirtió que el amo de la piara de cerdos, que había aparecido por el careo para echarle un vistazo, increpaba  con desproporcionada acritud, incluso para lo acostumbrado entonces, al  porquerillo. El caso era que, en un descuido de éste, uno de los marranos, al ventear las batatas de un pegujal próximo, se había salido del hato  y hozado algunos lomos de uno de los canteros, casi ahitándose de boniatos, por supuesto más sabrosa pastura que los granos sueltos y los hormigueros de alúas que los gorrinos rebuscaban en el rastrojo :

--- ¡Eres un irresponsable y  un inútil...!. ¡Anda, coge el camino y que yo no te vea más por aquí!  Mañana buscaré otro porquero menos vago que tú...--- le zahería el amo de los cerdos.

                 Sobraban motivos para que un niño llorara. Pero el porquerillo sabía bien que, si era capaz de hacer faenas de hombre, como un hombre tenía que ser capaz de tragarse la congoja y culpabilidad que sentía en ese momento.   Le habían imbuido  que cuando un animal se escapa de la piara y causa daños  en sembrado ajeno, el dueño perjudicado podía acudir  al guarda jurado,   el que llevaba  correa ancha de cuero en bandolera del hombro a la cadera, con placa en medio grabada y, tercerola colgada. En todo caso,  había que pagarle al perjudicado los daños causados en su haza por el cochino desmandado. Estos eran los usos y costumbres ancestrales con categoría ya de ley positiva.

 

  A “Raspasayo”, la dura escena  le trocó sus pensamientos en sentimientos y, apretando, en un acto reflejo,  a su hijo contra su regazo, abogó así por el porquerillo:

---Ya está bien,  amigo... ¿No ve usted que es un niño, y está helado de frío? Eso pasa todos los días y a cualquiera, incluso a mayores que él  y, al fin y al cabo, el daño no ha sido del otro mundo. Sólo se le ha escapado un cochino...

La respuesta del amo de la piara no dejaba lugar a más alegaciones:

--- Con su edad, la vida también me obligaba a mí a guardar guarros y demás ganado en los manchones. Hasta, si encartaba, dormía con ellos en los pastos, bajo las estrellas, en las noches de alta primavera y verano, aguantando algunas veces bruscas, tormentas o escarchas sin otro cobijo que un cacho de toldo viejo y  una arpillera rellena de   sayos como colchón. Y tenía que ser más responsable que este porquero, si quería  servir amo para ganarme la manutención.

El  bujeo del camino  era ya barro pegajoso debido a  las recientes lluvias. El  zagalillo, tenía  los alpargates y el alma hundidos en el lodo gredoso, y era imagen estremecida  de la virtud original derrotada. El capellá de esparto de su calzado, al humedecerse, le apretaba los pies, por lo que el chiquillo andaba con dificultoso renqueo.

             “Raspasayo”,  asiendo  a su hijo en tierna empatía de dolor moral, arrimó la jumenta al  balate de la trocha y, desentendido ya del  amo de la manada de cerdos, indicó con un ademán al chavea que se montara a la grupa.

 

--- Agárrate a  mi  cintura, hijo, no te vayas a caer, que esta burra   hace extraños.

         Atenazado a su protector, en silencio, con el dolor comprimido en su rostro prematuramente curtido por los ingratos avatares, el porquerillo lloraba en aquella cenizosa mañana silenciosas y amargas lágrimas tal las lloran los hombres de cuajo ante la injusticia.

--- Dime, ¿que edad tienes?

--- Mi madre me dice que estoy metío en los ocho  años....

--- ¿Y por  qué no estas en la escuela...?

----Cuando al ponerse el sol   encierro el atajo, voy “a la escuela de noche” que Ignacio tiene para los hijos de los jornaleros. Sabe uzté, ya me zé  de memoria las cuatro regla… Pero  no tengo ma remedio que servir amo porque  somo  ocho hermano y mi padre no no pué mantené a tos...

             ----  ¿Cuánto ganas?

----Me dan  desayuno, almuerzo y la taleguilla con la merienda de la que guardo algo para ante de acostarme.        

  Cubrieron el trayecto ---tres estadios de la vida humana a lomos de “platera”---, charlando de las cosas de la vida cotidiana hasta que llegaron al pueblo. Las campanas de la parroquia tocaban a vísperas; era la hora en la que, tras el almuerzo,   los otros niños, alborozados, volvían  a las escuelas.

 El porquerillo tendría que empezar a buscar nuevo trabajo de mantenido en alguno de los cientos de   cortijos que entonces moteaban  la hoya del río Guadalhorce.

 En su cielo infinito, el Sumo Creador, a la vista de la escena, se cuestionaba al hombre y se preguntaba si realmente era, como pretendió al crearlo al principio de los tiempos, su creatura más perfecta.

Cuando creé palomas, no debí crear gavilanes…”, se decía el Sumo Creador para sí meditabundo.

 

 

 

 

 

 

 

lunes, 26 de julio de 2021

 

  HAMBRE Y TITIRITEROS

                              

Rostros que reflejan el dolor de una guerra incivil, salvaje y cainita; media España (Cártama también) vestida de luto por la otra media y, viceversa

 

  

           Década de los años cuarenta del pasado siglo: dura   postguerra de una conflagración civil que unos y otros se empeñaron  en desencadenar, hasta que lo consiguieron y concretaron de la forma más cainita. Los españoles se odiaron como a veces los  hermanos carnales, sin reparar en crímenes horrendos. Como “niño de la guerra”, con congoja infinita e inusitado espanto insufrible a esa edad,  los vi matarse  por doquier y, lo sufrí en mi contexto familiar.

 

           Una guerra de tres años, y después: Luto y hambre. Niños con panzas de pataletes hambrientos, tifus, sarna, mocos y piojos en sus pelambreras; chinches en las bancas  de la “miga” que martirizaban con sus picaduras a esos tiernos niños-párvulos mal alimentados. Era metáfora de la miseria social,  la “miga” para   parvulillos de Doña Ciriaquita, esposa, aunque separados,  del maestro rural, “Bizco Antequerilla”, singular  y bondadoso personaje, al que dedico otro capítulo de este libro ;  tenía establecida su escuela doña Ciriaquita desde antes de la República, en una buhardilla de la cartameña, Calle Viento, lindando por detrás con  la casa de labor de los Marín,  cutre habitáculo  renegrido por el vaho de los parcos guisos al fuego de un maloliente hornillo de petróleo, instalado en un rincón de la propia aula, cuya única ventilación era un pequeño ventanuco cara  a los patios ganaderos  y, protegido de gatos, salamanquesas  y gorriones con  una tupida tela metálica, también ennegrecida, por el mismo motivo;  una ajada puerta de tablones pintada con  nogalina mate, daba paso desde el aula  al reducido cuartucho que servía a la “maestra”  de dormitorio y, paremos de inventariar, pues ni siquiera baño había, sirviendo de excusado la cuadra de bestias arrieras de la comunidad vecinal.

 

          De la “miga”, los niños pasaban a recibir enseñanza en los colegios gubernamentales, uno, dirigido por el abnegado maestro de feliz memoria para los que fuimos sus alumnos, Francisco Romero Martín y, el otro, por Francisco Rubio Serón, para niños;  para niñas, doña Mercedes y doña Isabel.

 

          Salvo aquellos pequeños  en los que  la guerra había abierto excesiva herida espiritual por desaparición cruenta de sus  padres u otros familiares próximos, los niños afrontaban la vida de retaguardia y postguerra dejando amplio hueco en sus emociones para diversiones  sencillas e inocentes, con  juegos sui generis, cargados de ingenio, e incluso, a veces, lirismo por las canciones que los acompañaban.

 

          Juego de La rueda: un círculo de zagales y zagalas cogidos de las manos que cantaban coplas específicas con letras inocentonas, muchas de ellas comunes con las de los pueblos de los alrededores:

 

                         Allá arriba, arribita

                        Hay una fuente de oro,

                        Donde lavan las mocitas

                        Los pañuelos de los novios

 

          El Columpio y sus cantes (bamberas):

 

                        Arremonta los cordeles

                       Arremóntalos bien alto

                      Que parece una paloma

                      La niña que va en lo alto

 

          Canciones de presueño a los niños pequeñines:

 

                        Mi niño va a Madrid en un caballito gris

                       Al paso, al trote... ¡al galope, al galope, al galope

                      Pin, pin, pin   (y la madre, simulaba con sus rodillas el correr  del caballo)

 

          El juego de La cuarta, que consistía en estrellar una moneda de “perragorda” (10 ctmos) contra una pared y, detrás, otro hacía lo propio, y otro, y otro, y otro...; aquél cuya moneda cayera más cerca de una cuarta del que la lanzaba primero, se queda con la perragorda de éste;  si el caso se daba en varios, el primero tenía que pagar a todos y cobrar de los quedaron más lejos de la cuarta. Si el saldo era negativo, tenía que pagar de su bolsillo.

 

          Como no había televisión, y apenas “arradio”, los niños leían en sus casas, en especial lecturas de entretenimiento, casi siempre tebeos; por cierto, preciosos, hasta el punto, de que aún los recordamos con cierta complacencia  los que tenemos ochenta años; tebeos, como los de Juan Centella, El Guerrero del antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín y,  los inefables de Jorge y Fernando en la patrulla del Marfil. Ya iniciados en la lectura, se leían novelas de Zane Grey,  Courvord, Pereda, Palacio Valdés y Julio Verne;  las niñas, las de Corín Tellado, Mama Rosa, etc.  Es curioso como los niños establecieron un sistema cooperativo de lectura: Ninguno compraba un tebeo que lo tuviera  otro de la pandilla, se los intercambiaban para  leer más por menos dinero. Los juguetes tampoco se podían comprar, pero ello aguzaba la imaginación y cada uno se fabricaba el suyo, desde carretitas de bueyes, camionetas, tirachinos, hondas, etc.

 

          Existían  las cartillas de racionamiento (que ya antes había impuesto la II República) para los artículos de primera necesidad, incluido el tabaco. Consecuencia de ello, el estraperlo antisocial que pese a ser perseguido ferozmente por inspectores de la Fiscalía de Abastos y la Guardia Civil, no cesó totalmente; como  tampoco se pudo acabar hasta mucho después el contrabando de tabaco desde Gibraltar a lomos de fuertes y veloces jacas a través de trochas y sendas serranas; gozaba de cierta anuencia del pueblo que éste  llegó a incluir en sus coplas (romeras y cantares de contrabandistas) con tintes románticos. En Cártama eran célebres Manolillo de la Chica y Percheles, entre algún otro.

 

                                                         Soy un contrabandista

                                                           Que nunca  pue descansar

                                                           Cuando me echo a  la sierra

                                                           Camino de Gibraltar...

 

 

          Un día  de finales de 1.939, las calles se llenaron de camiones Studebaker repletos de soldados, remolcando cañones y otras armas pesadas; era un batallón de artillería que se estableció en Cártama “por aquello de Gibraltar”, en las  casas de labor de la familia Marín. Aquellos soldados solían compartir su exiguo rancho con los niños cuyas miradas hambrientas viéndoles comer no podían resistir los jóvenes quintos;  y, para las mocitas que habían perdido sus novios en los frentes o en los “paseos”  de uno u otro bando en liza, fueron un alivio sentimental, que escandalizaron a madres y gente “de bien”, fiebre de amores, luces de 110 voltios y 40 vatios en trechos de 50 metros, recónditos pencones, almas que el sufrimiento hacen gemelas  y, ¡¡braguetas y bragas al diablo!!, que estamos en guerra y sabe Dios quien vivirá mañana.. Cosas de la vida desde Adán a don Juan. Al cabo de un año, se fueron los soldados, dejando detrás no pocas barrigas de  las  núbil novias  bien  abultadas, que dieron lugar a nostálgicas coplas salidas del magín popular femenino, cuando los soldados marcharon más cerca de Gibraltar entonces en cuarentena:

 

                                               Ya se van  los quintos mare,

                                                Sabe Dios si volverán;

                                                Y cuando nazca mi niño

                                                Su padre aquí no estará...

                                               ¡Qué guerra, mare, que guerra,                                           

                                               Yo soy una “desgraciá!

 

          Para suplir a los artilleros, vino una compañía de moros regulares, estos para  perseguir al  “el maquis” (“rejuíos”), que tanto abundaban por nuestra zona; pero ello, y cuanto aquí se expone, es susceptible de otro  más amplio estudio.

 

          Y,  el  pescaero (Pepe El Moreno), pregonando su pescado en una mula con capachos sobre el aparejo: “¡amas traigo el  pescao,  fresco, vivito y coleando; lo traigo  recién salido por las playitas de El Palo;  jureles,  sardinas, brótolas, boquerones y chanquetes tan barato que ni  me pagan el madrugón... Niñas, fresquitos y coleando...” Y, plato en ristre, seguida siempre de los gatos que acuden al olor de las sardinas, salían las amas de casa a las que el Moreno iba despachando no sin previo regateo de precio y peso,  respondido a veces por el “pescaero con  una picante ocurrencia  pasado de tono que hacía a la hembra mirar de reojo por si  andaba  cerca el marido porque,  sólo entonces,  regañaba cínicamente al Moreno. Eterno arco iris antropológico del curso de la vida incluso en ambiente históricos trahumáticos...

 

          Como contrapunto a tanto luto y penurias, un par de veces al año asomaba por Cártama la trupe de teatro ambulante de Saldiguera, con un amplio elenco compuesto del propio Saldiguera, su mujer, sus  muchos hijos y nueras, nietos, el burro, el perro, la cabra, la mona y el loro, amaestrado también, que, según el jefe del elenco, sabía cinco idiomas porque se había criado en un cocotero del puerto de Madagascar entre piratas, putas  y truhanes. En formación  titiritera, con sus piruetas y  mimos circenses unos, y otros tocando tamboriles, trompetas y chillones flautas, seguidos de una nube de chiquillos los titiriteros recorrían las calles anunciando su actuación de esa misma noche  en algún corralón cercado. El número más celebrado era el del  mono, la cabra y el perro subiendo y bajando a saltos del burro y el loro que no callaba un instante publicitando: ¡Saldruiera!, ¡Saldruiera!, ¡Saldruiera!...

 

          Saldiguera, que fue capitán del ejército en África, aún midiendo apenas 1.50 mt, de estatura, conocía el arte de la chirigota de forma que merecía mejor destino, pero su enorme prole, que solía comer a diario con buen apetito,  le obligaba a hacer de empresario, a la vez que de director, administrador, escenográfo y enseñante de libretos a cada miembro, según la edad, para realizar una vez un remedo de farsa, otra de parodia, otra (la mayoría de las veces),  de variedades y pasillos cómicos cuyo protagonista era el propio Saldiguera a costa de su pequeñez de cuerpo que no afectaba a su grandeza de alma.

 

          El cómico  y toda su trupe se alojaban en la antigua Fonda,  La Coina”, contigua a la vivienda de mis padres. Sólo pernocta sin comida que habían de cocinarla ellos mismos, si la  noche anterior se había hecho taquilla para ello. Mi padre siempre preguntaba a los que fuimos a ver la función: “¿Fueron  mucha gente...?”, y si le decíamos que tuvo poco publico, decía a mi madre: “..., mándale a estas criaturas con uno de los niños una botella de aceite, papas, harina y media cesta de higos ” Casi  siempre, como  mayor de los hijos, me tocaba hacer el encargo, con la advertencia de mi padre de no admitir entradas, si me las ofrecían como contrapartida, cosa que la señora Saldiguera intentaba siempre.  Un encanto de “titiriteros”, entrañables e irrepetibles, típicos de una antañona época que imprimía al pueblo sabor a pueblo.

 

          Sus actuaciones tomaron más relieve cuando, en el año 1.942, se inauguró el Teatro José González Marín (1), en donde Saldiguera podía contar ya  con un aforo que, apretado, sobrepasaba en mucho los quinientas  espectadores. Ello le permitió, cuando venía por Cártama, contratar alguna que  otra vedette, ya en el declive de su carrera, pero aún de buen ver anatómico, que hacían la delicia de varones en edad de floreo, e incluso, estas rotundas  hembras le alegraban las pajarillas al célebre, por poner un ejemplo, Diego el Murcio, barrenero de 60 años muy trabajados y sufridos, que no faltaba a ninguna actuación de Saldiguera, y menos, desde que integró a las espléndidas damas ya referidas.  A Diego, por ver sus reacciones, le reservaban siempre una butaca de primera fila, cuya ubicación sabían las vedette, de tal manera que cuando el ambiente decaía y el respetable pedía “áire, áire”, ellas daban varias revoleras con sus faldas cortas, a bragas vistas, y un mohín con el trasero hacia Diego, quien se ponía en pie berreando: “Me está provocando la tía cantúa, ¡¡alláaaaa voy...!!”; cuando le echaban mano los más próximos para frenarlo, Diego ya tenía medio cuerpo en el escenario agarrado al borde de la concha del apuntador, que varias veces se trajo consigo al ser bajado a la rastra.

 

          Fue la época dorada y romántica de la copla, que era cantada por calles, casas y campos, creadas por troveros consagrados para   figuras como Estrellita Castro, “La morena de mi copla”

 

                                         “Julio Moreno de Torres

                                           Pintó la mujer morena...

                                           La de la reja florida

                                           La del clavel español...”

 

          Imperio Argentina, “Bien se ve”:

 

                                         “Bien se ve que estás mañica

                                           De un mañico enamorada...

                                           Bien se ve....”

 

          Juanita Reina, “Lola la Piconera”:

                                         

                                         “Los militares y los paisanos

                                           Llevan mi nombre como bandera...

                                         ¡Ay Lola, Lolita, Lola la Piconera...”

 

          Conchita Piquer, “Tatuaje”:

                                         

                                          El vino en barco,

                                           De nombre extranjero...”

 

          Angelillo, “Camino verde

                                    

                                        “Hoy he vuelto a pasar

                                          Por aquel camino verde...

                                          Con su triste soledad...”

 

          Y Antonio Molina, La hija de Juan Simón; Valderrama, El emigrante, El inclusero; Pepe Marchena, Los cuatro muleros, y, las distendidas coplillas como La Parrala, Mi vaca lechera, La casita de papel... La relación sería interminable.

 

                                                                      

 

          Una sombra enlutada, semiasomada al portal de una vivienda, es la única muestra de vida de este pueblo durante  la guerra civil; ya no queda juventud en el pueblo, están en los cementerios o, en el frente hasta donde también  llega la alargada sombra de Caín a lomos de una contienda entre hermanos, de esta “dos España” nuestra que han mamado la misma leche,  se mataba una a otra como quien no quiere la cosa, sin darle importancia, cual, como la escena de los catetos a garrotazos de Goya, ahora  jugaran con balas, no de mantequilla; unos, cantando la Internacional, otros, el Cara al Sol, y, ambos:

 

                                                     Si me quieres escribir

                                                   Ya sabes mi paradero

                                                   En el frente de Gandesa

                                                   Primera línea de fuego

 

                                                                 ***

          (1) La construcción del Teatro González Marín, que en honor de este artista prometió hacer el alcalde de turno  para potenciar la cultura de su pueblo y paliar tanto dolor, se inauguró en 1.942, y cumplió una función cultural y social determinante.

 

          Es de justicia reconocer aquí, como hago en mi libro, “El Juglar y la Virgen Peregrina”, que si hoy en Cártama existe este Teatro, se debe a la gestión de José Escalona Idáñez, quien siendo alcalde, en 1.985, lo compró para el Ayuntamiento, con la ayuda económica de la familia Soler, cuando sus propietarios ya tenían casi cerrado el trato para construir en su solar un bloque de viviendas.

 

           El propio José Escalona utilizó esta sala para diversos actos culturales de gran altura con motivo de la celebración del quinto centenario de la reconquista de Cártama por los Reyes Católicos, y, el Ayuntamiento que él  regía, recogió en el bello libro, Cártama en su historia, los contenidos de cuantas conferencias dieron ilustres investigadores en relación con la historia de Cártama. Libro, que nos ha servido de base inicial a cuantos hemos escrito sobre nuestro devenir histórico. Mi gratitud de cartameño una vez más, como no podía ser de otra forma.