sábado, 31 de julio de 2021
viernes, 30 de julio de 2021
SOLICITUD
A LA
"ASOCIACIÓN
CULTURAL EL ABINDARRAE"
Local
Cultural Instituto Valle del Limón u otro.
29579
CÁRTAMA
29 julio 2.O21
REFERENCIA: Colaborador cultural, periodista con carné de prensa de los medios de
Málaga y Comarca, escritor e
investigador de la Historia, con profundo sentido de la realidad desde la
verdad que es mi enseña irrenunciable.
.
Francisco
Baquero Luque, de Cártama, C/ G.Marín, 61-1º, DNI 24.664.033-Y, por medio de la
presente solicita ser miembro de esa AA CULTURAL, actividad social a la que he
dedicado gran parte de mi vida con
frutos reconocidos, por lo que mis aportaciones les podría ser de gran utilidad
en aras de la cultura de nuestro pueblo
Por
cuanto antecede, con todo respeto, RUEGO:
Se
me admita, previo pago pertinente, como socio de la ASOCIACION CULTURAL ABINDARRAE.
Es
de ley que invoco en Cártama a veintinueve de julio de dos mil veinte y uno.
Fdo:
Francisco Baquero Luque
jueves, 29 de julio de 2021
EL
ESCULTOR, FRANCISCO PALMA, GRAN AMIGO
DE CARTAMA
Por su amistad con Pepe González Marín, el célebre escultor, Paco Palma García (1.887-1.938), se sentía un hijo más de Cártama (que tanto le debe, sépanlo las generaciones actuales), lo cual era considerado un alto honor por los cartameños de su época.
Según la biografía que en 1.985 le dedicara al gran escultor el malogrado escritor y entrañable amigo mío, Manuel Tellez Laguna (q.e.p.d), Francisco Palma García nace en Antequera en 1.887 y fallece en Málaga a los 51 años de edad. La riqueza escultórica de su ciudad natal parece que influyó decisivamente en la vocación que le hizo famoso.
Trasladado a Málaga, cursa estudios
en
Alternó estudio y trabajo en el taller de los hermanos Casasola, de fuerte influencia en nuestra capital, todo ello bajo el patronazgo del célebre político conservador antequerano, José Romero Robledo, apodado por el pueblo, “El pollo de Antequera”, gracias al cual, Palma se coloca en Madrid en el taller del celebrado escultor malagueño, Enrique Marín Higuero. Ya en los indicios de su carrera artística obtuvo diversos reconocimientos y premios.
Fue un hombre muy sociable que gozaba de la amistad de grandes personajes de las letras el arte y la política, entre los que se encontraba en amistad fraternal el actor y rapsoda cartameño, José González Marín, que infundió al escultor el mismo amor que él sentía por su pueblo natal, Cártama. Por otro lado, ambos eran hombres de tertulia, faceta que Téllez Laguna cita en la citada biografía en dos ocasiones:
Primera, en el prólogo, final de la página 14: “A estas tertulias asistían con frecuencia Narciso Díaz Escobar, Salvador Rueda, González Anaya (de raíz cartameña), González Marín (cada vez que regresaba de sus giras), Joaquín Díaz Serrano, Prados López, Adolfo Sánchez Vázquez (Filósofo marxista), Antonio Palacios, Esteban Pérez Bryan, Antonio Baena Gómez, Enrique Navarro, José Chervás Domingo Lombardo, Álvaro Príes, Emilio Kustner, Miguel Serrano de las Heras, José García Berdoy y Carlos Blazques (antequerano), Manuel García Caba, Juan Temboury, Carlos Rubio, Adrián Risueño (escultor malagueño, muy ligado también a la tradición mariana de Cártama), Joaquín Mañas, Luís Vera --presbítero que conocí siendo él muy mayor y me habló mucho de estas tertulias y de los tertulianos--, Antonio Calvillo...
Vino la maldita guerra de 1.936 y sus destinos, en función de sus respectivas ideologías separó a muchos de ellos geográficamente, lo cual no fue óbice para que, los que no murieron en la fraticida contienda, siguieran en contacto, lógicamente, más espaciados.
Tuvieron una segunda tertulia en el antiguo, y desaparecido, “Café Inglés” de Málaga, a la que asistían: “Repiso (con ascendencia cartameña, de la familia Alarcón Luján),Cerezo Berdoy, Matías Abela, González Marín, José Carlos de Luna, y otros significados personajes.
Manuel Téllez Laguna inicia el
capítulo 14 de la biografía de Paco Palma de esta forma:”Y entramos ya, de esta manera en 1.937-38... De esta época datan algunas
Obras importantes de Palma, de las que podríamos destacar... Restauró en
Cártama el camarín de
Al respeto continúa el biógrafo: “Nos llegan apuntes sobre este trabajo de
Palma (y sus hijos y operarios), y hemos podido saber que en él puso el maestro
una parte importantísima de su propia sensibilidad. Trabajó con afán en una
tarea que le llenaba totalmente. En la soledad de la ermita serrana, lejos de
los agobios y de los ruidos de la calle, se esforzó en sacar el máximo partido
a su trabajo, procurando ante todo que la referida restauración presentase al
final un acabado perfecto. Para ese
menester su mejor aliado fue el
aislamiento de la ermita, que le
permitía relajarse y compenetrarse consigo mismo, “tan cerca como estaba de la experiencia vivida” Trabajaba en
silencio, embebido en su quehacer casi místico, con la ilusión renovada de
hacer patente una vez más para todo trabajo relativo con el arte. Tenemos
conocimiento de que ello era así, dado
que a lo largo de todo cuanto llevamos escrito sobre él, su talante y su
talento no decayeron en ningún momento lo más mínimo.
Testigo
ilustre de esta disposición de Palma y de la ilusión que ponía siempre ...lo
tenemos en el promotor de la obra, José
González Marín, el gran rapsoda cartameño. González Marín acompañaba muchas
veces a Palma mientras éste resolvía los
más delicados detalles de la decoración del camarín de
En el año 1.935, por orden del Ayuntamiento de Cártama, Palma realizo la lapida conmemorativa que aun se conserva en la casa en donde naciera el genial cartameño que tanto, como lo que queda dicho, aunque no todo, hizo por este pueblo cuya memoria denostan unos pocos descerebrados antipueblo y anticultura.
miércoles, 28 de julio de 2021
“EL
PORQUERILLO”
(Denuncia social)
A mi dulce amiga, Mayrata, para que sepa como se vivía en tiempos de sus abuelos.
***
“Raspasayo” --- ¿quién no tiene su mote, a veces chocante e hiriente, en cualquiera de nuestros pueblos? ---, además de barbero en Cártama, ponía “indersiones”, sacaba muelas si se terciaba y, ejercía de “capaó” de cerdos e, incluso, de cerdas que ya hay que tener arte en cirugía veterinaria, operación necesaria al meterlos en engorde para su posterior sacrificio en el matadero industrial ó, en la ritual matanza casera prenavideñas, cual era tradición atávica en los pueblos andaluces, al menos en las familias medianamente pudientes.
Aquél domingo, antes de apuntar el sol, “Raspasayo” se dirigía a lomos de su burra aparejada con enjalma, mandiles y corona de días festivos, por el camino de las Angosturas hacia el cortijo, “El Gato”, en la “dehesa de arriba” desde el que le habían “mandao recao” para que fuera a capar una punta de cochinas próximas a entrar en cebo en montanera o estabulación.
También espatarrado delante de su regazo, el “capaó” llevaba a su hijo, un zagalillo de cómo seis años, al que sostenía con la mano que le dejaba libre el manejo del cabestro con que encarrilaba la cabalgadura.
En un rastrojo de cañas de maíz cercano a la trocha de rodadura, un porquerillo de cómo siete años, pintoresca pinta y pobres trazas, guardaba un hato de cochinos.
El campo ofrecía aquella mañana un panorama de opresiva tristeza invernal. La humedad ambiental, aún mantenía pegaba a la tierra el humo de las candelas que los jornaleros encendían en los tajos con taramas y ramón de tala para paliar el frío, a la guarda de que capataces y manigeros dieran la orden de meter mano a las faenas camperas.
Pastueñas yuntas araban ya en las besanas de las pardas hazas de sembraduras, dándole tempero de cosechas a la tierra madre. De lontananza llega el eco de una copla caminera lanzada al aire por un carretero al son lento de los platillos de su carreta.
El gélido terral atería el cuerpecillo del zagal porquero que tiritaba como un patalete descolgado del tibio y plumoso nido. Su instinto aguzado por la perra vida, le indujo a resguardarse poniendo en pie un par de pañetas de cañas de maíz “derribada” ya a finales de verano sus mazorcas, contra las que se arrecachaba de espalda a poniente, eludiendo así la terralera. Intentaba proteger sus pies desnudos en lo que de ellos no cubría los capellás de pleitas de sus alpargates de esparto con suelas de trozos de ruedas viejas de camión, sentándose sobre ellos en la cruda tierra a manera de diminuto buda.
Para tener a rayas a los cochinos los apercibía en su instinto animal de que él no los perdía de vista y estaba siempre pronto a cruzarles el zurriago si se desmandaban; de vez en cuando se erguía para reprenderlos con el onomatopéyico sonsonete, propio en el menester de los porqueros de la ribera del Guadalhorce: “guigggní...”, crujiendo al mismo tiempo la puntera del zurriago, con lo que conseguía que la piara permaneciera agrupada, y, tras ello, castañeándole los dientes por el relente, volvía al resguardo de los haces de ricias, liado, cual si fuera un espantapájaros, en una vieja chaqueta de varias veces su talla, ya muy usada, con la que alguna “alma buena” habría dulcificado su conciencia regalándosela. En las bocamangas de la prenda embozaba sus infantiles manos prematuramente encallecidas por un trajinar, que ya era en sí duro para mayores que él.
A media mañana, “Raspasayo” con su hijo retornaba al pueblo a lomos de su rucia por el mismo camino que antes anduvieron en sentido contrario cuando, de pronto, advirtió que el amo de la piara de cerdos, que había aparecido por el careo para echarle un vistazo, increpaba con desproporcionada acritud, incluso para lo acostumbrado entonces, al porquerillo. El caso era que, en un descuido de éste, uno de los marranos, al ventear las batatas de un pegujal próximo, se había salido del hato y hozado algunos lomos de uno de los canteros, casi ahitándose de boniatos, por supuesto más sabrosa pastura que los granos sueltos y los hormigueros de alúas que los gorrinos rebuscaban en el rastrojo :
--- ¡Eres un irresponsable y un inútil...!. ¡Anda, coge el camino y que yo no te vea más por aquí! Mañana buscaré otro porquero menos vago que tú...--- le zahería el amo de los cerdos.
Sobraban motivos para que un niño llorara. Pero el porquerillo sabía bien que, si era capaz de hacer faenas de hombre, como un hombre tenía que ser capaz de tragarse la congoja y culpabilidad que sentía en ese momento. Le habían imbuido que cuando un animal se escapa de la piara y causa daños en sembrado ajeno, el dueño perjudicado podía acudir al guarda jurado, el que llevaba correa ancha de cuero en bandolera del hombro a la cadera, con placa en medio grabada y, tercerola colgada. En todo caso, había que pagarle al perjudicado los daños causados en su haza por el cochino desmandado. Estos eran los usos y costumbres ancestrales con categoría ya de ley positiva.
A “Raspasayo”, la dura escena le trocó sus pensamientos en sentimientos y, apretando, en un acto reflejo, a su hijo contra su regazo, abogó así por el porquerillo:
---Ya está
bien, amigo... ¿No ve usted que es un
niño, y está helado de frío? Eso pasa todos los días y a cualquiera, incluso a
mayores que él y, al fin y al cabo, el
daño no ha sido del otro mundo. Sólo se le ha escapado un cochino...
La respuesta del amo de la piara no dejaba lugar a más alegaciones:
--- Con su
edad, la vida también me obligaba a mí a guardar guarros y demás ganado en los manchones.
Hasta, si encartaba, dormía con ellos en los pastos, bajo las estrellas, en las
noches de alta primavera y verano, aguantando algunas veces bruscas, tormentas
o escarchas sin otro cobijo que un cacho de toldo viejo y una arpillera rellena de sayos como colchón. Y tenía que ser más
responsable que este porquero, si quería
servir amo para ganarme la manutención.
El bujeo del camino era ya barro pegajoso debido a las recientes lluvias. El zagalillo, tenía los alpargates y el alma hundidos en el lodo gredoso, y era imagen estremecida de la virtud original derrotada. El capellá de esparto de su calzado, al humedecerse, le apretaba los pies, por lo que el chiquillo andaba con dificultoso renqueo.
“Raspasayo”, asiendo
a su hijo en tierna empatía de dolor moral, arrimó la jumenta al balate de la trocha y, desentendido ya del amo de la manada de cerdos, indicó con un
ademán al chavea que se montara a la grupa.
---
Agárrate a mi
cintura, hijo, no te vayas a caer, que esta burra hace extraños.
Atenazado a su protector, en silencio,
con el dolor comprimido en su rostro prematuramente curtido por los ingratos
avatares, el porquerillo lloraba en aquella cenizosa mañana silenciosas y
amargas lágrimas tal las lloran los hombres de cuajo ante la injusticia.
--- Dime,
¿que edad tienes?
---
Mi madre me dice que estoy metío en los ocho años....
--- ¿Y por qué no estas en la escuela...?
----Cuando al ponerse el sol encierro el atajo, voy “a la escuela de noche” que Ignacio tiene para los hijos de los jornaleros. Sabe uzté, ya me zé de memoria las cuatro regla… Pero no tengo ma remedio que servir amo porque somo ocho hermano y mi padre no no pué mantené a tos...
---- ¿Cuánto ganas?
----Me dan desayuno, almuerzo y la taleguilla con la merienda de la que guardo algo para ante de acostarme.
Cubrieron el trayecto ---tres estadios de la vida humana a lomos de “platera”---, charlando de las cosas de la vida cotidiana hasta que llegaron al pueblo. Las campanas de la parroquia tocaban a vísperas; era la hora en la que, tras el almuerzo, los otros niños, alborozados, volvían a las escuelas.
El porquerillo tendría que empezar a buscar nuevo trabajo de mantenido en alguno de los cientos de cortijos que entonces moteaban la hoya del río Guadalhorce.
En su cielo infinito, el Sumo Creador, a la vista de la escena, se cuestionaba al hombre y se preguntaba si realmente era, como pretendió al crearlo al principio de los tiempos, su creatura más perfecta.
“Cuando creé palomas, no debí crear gavilanes…”, se decía el Sumo Creador para sí meditabundo.
lunes, 26 de julio de 2021
HAMBRE Y TITIRITEROS
Rostros
que reflejan el dolor de una guerra incivil, salvaje y cainita; media España
(Cártama también) vestida de luto por la otra media y, viceversa
Década de los años cuarenta del pasado siglo:
dura postguerra de una conflagración civil que unos
y otros se empeñaron en desencadenar,
hasta que lo consiguieron y concretaron de la forma más cainita. Los españoles
se odiaron como a veces los hermanos
carnales, sin reparar en crímenes horrendos. Como “niño de la guerra”, con congoja infinita e inusitado espanto
insufrible a esa edad, los vi matarse por doquier y, lo sufrí en mi contexto
familiar.
Una guerra de tres años, y después: Luto y
hambre. Niños con panzas de pataletes hambrientos, tifus, sarna, mocos y piojos
en sus pelambreras; chinches en las bancas
de la “miga” que martirizaban con sus picaduras a esos tiernos niños-párvulos
mal alimentados. Era metáfora de la miseria social, la “miga” para parvulillos de Doña Ciriaquita, esposa,
aunque separados, del maestro rural,
“Bizco Antequerilla”, singular y
bondadoso personaje, al que dedico otro capítulo de este libro ; tenía establecida su escuela doña Ciriaquita
desde antes de
De
la “miga”, los niños pasaban a recibir enseñanza en los colegios
gubernamentales, uno, dirigido por el abnegado maestro de feliz memoria para
los que fuimos sus alumnos, Francisco Romero Martín y, el otro, por Francisco
Rubio Serón, para niños; para niñas,
doña Mercedes y doña Isabel.
Salvo
aquellos pequeños en los que la guerra había abierto excesiva herida
espiritual por desaparición cruenta de sus
padres u otros familiares próximos, los niños afrontaban la vida de
retaguardia y postguerra dejando amplio hueco en sus emociones para
diversiones sencillas e inocentes,
con juegos sui generis, cargados de
ingenio, e incluso, a veces, lirismo por las canciones que los acompañaban.
Juego
de La rueda: un círculo de zagales y
zagalas cogidos de las manos que cantaban coplas específicas con letras
inocentonas, muchas de ellas comunes con las de los pueblos de los alrededores:
Allá
arriba, arribita
Hay una fuente de oro,
Donde lavan las mocitas
Los pañuelos de los
novios
El Columpio y sus cantes (bamberas):
Arremonta
los cordeles
Arremóntalos bien alto
Que parece una paloma
La niña que va en lo alto
Canciones
de presueño a los niños pequeñines:
Mi
niño va a Madrid en un caballito gris
Al paso, al trote... ¡al galope, al galope, al
galope
Pin, pin, pin (y la madre, simulaba con sus rodillas el correr del caballo)
El
juego de La cuarta, que consistía en
estrellar una moneda de “perragorda” (10 ctmos) contra una pared y, detrás,
otro hacía lo propio, y otro, y otro, y otro...; aquél cuya moneda cayera más
cerca de una cuarta del que la lanzaba primero, se queda con la perragorda de
éste; si el caso se daba en varios, el
primero tenía que pagar a todos y cobrar de los quedaron más lejos de la
cuarta. Si el saldo era negativo, tenía que pagar de su bolsillo.
Como no había televisión, y apenas
“arradio”, los niños leían en sus casas, en especial lecturas de
entretenimiento, casi siempre tebeos; por cierto, preciosos, hasta
el punto, de que aún los recordamos con cierta complacencia los que tenemos ochenta años; tebeos,
como los de Juan Centella, El Guerrero del antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín y, los inefables de Jorge y Fernando en la patrulla del Marfil. Ya iniciados en la
lectura, se leían novelas de Zane Grey,
Courvord, Pereda, Palacio Valdés y Julio Verne; las niñas, las de Corín Tellado, Mama Rosa, etc. Es curioso como los niños establecieron un
sistema cooperativo de lectura: Ninguno compraba un tebeo que lo tuviera otro de la pandilla, se los intercambiaban
para leer más por menos dinero. Los
juguetes tampoco se podían comprar, pero ello aguzaba la imaginación y cada uno
se fabricaba el suyo, desde carretitas de bueyes, camionetas, tirachinos,
hondas, etc.
Existían las cartillas de racionamiento (que ya antes
había impuesto
Soy un contrabandista
Que nunca pue descansar
Cuando me echo a la sierra
Camino de
Gibraltar...
Un
día de finales de 1.939, las calles se
llenaron de camiones Studebaker repletos de soldados, remolcando cañones y
otras armas pesadas; era un batallón de artillería que se estableció en Cártama
“por aquello de Gibraltar”, en las casas
de labor de la familia Marín. Aquellos soldados solían compartir su exiguo
rancho con los niños cuyas miradas hambrientas viéndoles comer no podían
resistir los jóvenes quintos; y, para las
mocitas que habían perdido sus novios en los frentes o en los “paseos” de uno u otro bando en liza, fueron un alivio
sentimental, que escandalizaron a madres y gente “de bien”, fiebre de amores,
luces de 110 voltios y 40 vatios en trechos de
Ya se van
los quintos mare,
Sabe Dios si volverán;
Y cuando nazca mi niño
Su padre aquí no estará...
¡Qué guerra, mare, que guerra,
Yo soy
una “desgraciá!
Para suplir a los artilleros, vino una
compañía de moros regulares, estos para
perseguir al “el maquis” (“rejuíos”), que tanto abundaban por
nuestra zona; pero ello, y cuanto aquí se expone, es susceptible de otro más amplio estudio.
Y, el “pescaero” (Pepe El Moreno), pregonando su pescado en una
mula con capachos sobre el aparejo: “¡amas
traigo el pescao, fresco, vivito y coleando; lo traigo recién salido por las playitas de El
Palo; jureles, sardinas, brótolas, boquerones y chanquetes tan
barato que ni me pagan el madrugón...
Niñas, fresquitos y coleando...” Y, plato en ristre, seguida siempre de los
gatos que acuden al olor de las sardinas, salían las amas de casa a las que el
Moreno iba despachando no sin previo regateo de precio y peso, respondido a veces por el “pescaero” con una
picante ocurrencia pasado de tono que
hacía a la hembra mirar de reojo por si
andaba cerca el marido porque, sólo entonces, regañaba cínicamente al Moreno. Eterno arco
iris antropológico del curso de la vida incluso en ambiente históricos
trahumáticos...
Como
contrapunto a tanto luto y penurias, un par de veces al año asomaba por Cártama
la trupe de teatro ambulante de Saldiguera, con un amplio elenco compuesto del
propio Saldiguera, su mujer, sus muchos
hijos y nueras, nietos, el burro, el perro, la cabra, la mona y el loro,
amaestrado también, que, según el jefe del elenco, sabía cinco idiomas porque
se había criado en un cocotero del puerto de Madagascar entre piratas, putas y truhanes. En formación titiritera, con sus piruetas y mimos circenses unos, y otros tocando
tamboriles, trompetas y chillones flautas, seguidos de una nube de chiquillos
los titiriteros recorrían las calles anunciando su actuación de esa misma
noche en algún corralón cercado. El
número más celebrado era el del mono, la
cabra y el perro subiendo y bajando a saltos del burro y el loro que no callaba
un instante publicitando: ¡Saldruiera!, ¡Saldruiera!,
¡Saldruiera!...
Saldiguera,
que fue capitán del ejército en África, aún midiendo apenas 1.50 mt, de
estatura, conocía el arte de la chirigota de forma que merecía mejor destino,
pero su enorme prole, que solía comer a diario con buen apetito, le obligaba a hacer de empresario, a la vez
que de director, administrador, escenográfo y enseñante de libretos a cada
miembro, según la edad, para realizar una vez un remedo de farsa, otra de
parodia, otra (la mayoría de las veces),
de variedades y pasillos cómicos cuyo protagonista era el propio
Saldiguera a costa de su pequeñez de cuerpo que no afectaba a su grandeza de
alma.
El
cómico y toda su trupe se alojaban en la
antigua Fonda, “
Sus
actuaciones tomaron más relieve cuando, en el año 1.942, se inauguró el Teatro José
González Marín (1), en donde Saldiguera podía contar ya con un aforo que, apretado, sobrepasaba en
mucho los quinientas espectadores. Ello
le permitió, cuando venía por Cártama, contratar alguna que otra vedette, ya en el declive de su carrera,
pero aún de buen ver anatómico, que hacían la delicia de varones en edad de
floreo, e incluso, estas rotundas hembras le alegraban las pajarillas al
célebre, por poner un ejemplo, Diego el Murcio, barrenero de 60 años muy
trabajados y sufridos, que no faltaba a ninguna actuación de Saldiguera, y
menos, desde que integró a las espléndidas damas ya referidas. A Diego, por ver sus reacciones, le
reservaban siempre una butaca de primera fila, cuya ubicación sabían las
vedette, de tal manera que cuando el ambiente decaía y el respetable pedía “áire, áire”, ellas daban varias
revoleras con sus faldas cortas, a bragas vistas, y un mohín con el trasero
hacia Diego, quien se ponía en pie berreando: “Me está provocando la tía cantúa,
¡¡alláaaaa voy...!!”; cuando le echaban mano los más próximos para
frenarlo, Diego ya tenía medio cuerpo en el escenario agarrado al borde de la concha
del apuntador, que varias veces se trajo consigo al ser bajado a la rastra.
Fue
la época dorada y romántica de la copla, que era cantada por calles, casas y
campos, creadas por troveros consagrados para figuras
como Estrellita Castro, “La morena de mi
copla”
“Julio Moreno de Torres
Pintó la mujer morena...
La
de la reja florida
La
del clavel español...”
Imperio
Argentina, “Bien se ve”:
“Bien se ve que estás mañica
De
un mañico enamorada...
Bien
se ve....”
Juanita
Reina, “Lola
“Los militares y los paisanos
Llevan mi nombre como bandera...
¡Ay
Lola, Lolita, Lola
Conchita
Piquer, “Tatuaje”:
“El
vino en barco,
De
nombre extranjero...”
Angelillo,
“Camino verde”
“Hoy he
vuelto a pasar
Por aquel
camino verde...
Con
su triste soledad...”
Y
Antonio Molina, La hija de Juan Simón;
Valderrama, El emigrante, El inclusero;
Pepe Marchena, Los cuatro muleros, y,
las distendidas coplillas como
Una
sombra enlutada, semiasomada al portal de una vivienda, es la única muestra de
vida de este pueblo durante la guerra
civil; ya no queda juventud en el pueblo, están en los cementerios o, en el
frente hasta donde también llega la
alargada sombra de Caín a lomos de una contienda entre hermanos, de esta “dos
España” nuestra que han mamado la misma leche,
se mataba una a otra como quien no quiere la cosa, sin darle
importancia, cual, como la escena de los catetos a garrotazos de Goya, ahora jugaran con balas, no de mantequilla; unos,
cantando
Si me quieres escribir
Ya sabes mi paradero
En el
frente de Gandesa
Primera línea de fuego
***
(1)
La construcción del Teatro González Marín, que en honor de
este artista prometió hacer el alcalde de turno
para potenciar la cultura de su pueblo y paliar tanto dolor, se inauguró
en 1.942, y cumplió una función cultural y social determinante.
Es
de justicia reconocer aquí, como hago en mi libro, “El Juglar y
El propio José
Escalona utilizó esta sala para diversos actos culturales de gran altura
con motivo de la celebración del quinto centenario de la reconquista de Cártama
por los Reyes Católicos, y, el Ayuntamiento que él regía, recogió en el bello libro, Cártama en su historia, los contenidos
de cuantas conferencias dieron ilustres investigadores en relación con la
historia de Cártama. Libro, que nos ha servido de base inicial a cuantos hemos
escrito sobre nuestro devenir histórico. Mi gratitud de cartameño una vez más,
como no podía ser de otra forma.