CARTAMA ANCESTRAL SEMILLERO DE ARTISTAS
(ÉGLOGA)
(Para quienes saben acariciar la piel de la vida al son de
un cante jondo)
Las primigenias
crónicas ya nos sugerían una Cártama vivero de artistas, que siguió
siéndolo a lo largo de los siglos en
todos los ámbitos de la excelencia
humana hasta nuestras datas. Así, lo he dejado documentalmente demostrado en mi
libro, “Cártama histórica. El juglar y la Virgen Peregrina”.
En tal sentido,
refiriéndonos al cante jondo --una
despensa de saberes, de dolores y
pasiones --, ya a finales del
siglo XIX y durante la tercera década
del XX (de seguro que antes existieron otros
artistas que mi memoria no alcanza a concretar), de Cártama fue, Cipriano
Díaz “Pitana”, de profesión cosario caminero con carro de reata y
bolsa, hoy ya incurso en los anales del flamenco que, en el ejercicio de su profesión, hacía a
diario con su carro mulero el recorrido de Cártama a Málaga desde la media
noche a la alborada.
Tanto cuando caminaba en la lobreguez de las noches invernales, como
cuando la radiante luna redonda le encendía la trocha y, al contorno lo orquestaba una
sinfonía de croares de ranas en
las almatriches, un rin rin de grillos bajo la fresca grama, el buf
buf del búho en los majanos, el solitario y melancólico quejo de la
oropéndola contrapunteados
por un ladrar de perros a lo largo de la cinta del río --¡oh noches lorquianas en estos pagos de la ribera guadalhorceña!--, Pitana, a la luz del
farol boyeril de aceite y torcía
acoplado al carro, espantaba la
soledad del trayecto y la modorra de los fuertes, pacientes y circunspectos
mulos del tiro, desgranando en el aire embalsamado de
hortelanos vahos, su repertorio enjundioso y profundo de seguidilla, martinete, malagueña,
temporeras raiceras, caracolas, tangos, cañas y..., caleseras, que él adaptaba a su trajín
con exquisita voz y singular
estilo terruñero: “Arre mulilla torda/
cascabelera/ a la hija del alcalde/
quien la cogiera; o, este otro cantar fragoroso, castizo y de complicidad
con la reata de su carruaje: “A esta mula castaña,/ la Dorailla,/ tengo yo que
marcarle/ más campanillas”.
Las mulas, identificadas con su mensaje animoso, se engallaban arreciando el paso mientras, el
potro cunero de la cabeza, lanzaba un
relincho componiendo el paso, al tiempo que zarandeaba las esquilas para que sonaran a guapeza de macho en las
neblinas de la noche. Y así, hasta llegar a la Venta de El Viso, cercana ya a Málaga, alto en el
camino, para trasegar un buen calibre de
pirriaque de Ojén que le aclaraba las telarañas de la garganta y
poder seguir cantando los pesares
y alegrías del amor, compañeros siempre de la perra vida, sentado en el
pescante carretero hasta arribar a la capital, cuando ya las cabrillas del
cielo se despiden con un abrazo sideral
a la aurora que asoma, con sus tumbagas de diamantes, tras los cerros.
Cuando logró
superar su timidez ante el
público, sí cantó Pitana en el de Chinita y otros cafés cantantes de Málaga, en liza con los mejores cantaores de
la época: Juan Breva, Chacón, Niña de los Peines, etc; fue creador de una preciosa malagueña, que,
precisamente, se conoce como, “Malagueña de Pitana”, al parecer
inspirado en otra de la cantaora malacitana “La Chirrina”.
Así me lo confirmó el poeta,
flamencólogo y escritor costumbrista de estos pagos, Antonio Beltrán Lucena,
sentado a mi vera durante el festival que
aquí reseñamos.
Con acierto
cierto, y gusto plausible, mi pariente, Antonio Luque, hace poco ha abierto una peña en la
emblemática barriada de doñana en Cártama, bajo el apelativo de, “Peña Flamenca Pitana”, verdadero oasis
de arte en el desierto cultural de estos tiempos.
Coetánea de
Pitana, fue la humilde mujer de jornalero, Mariquita la del Terralo (Chirra de
Cártama), que cantaba las saetas de forma profundamente mística y singular,
única por su peculiar pureza --“cuando canta la
Chirrina cree uno estar en
tierras de Jericó y tener próxima la dulce silueta de Jesús” le oí
decir en una ocasión en el ya desaparecido Bar de Miguel Vargas al ilustre académico González Anaya, que me
honró con su amistad--, hasta el extremo, de que cuando el rapsoda, Pepe
González Marín, la llevó a un concurso de saetas en Sevilla, se trajo para
Cártama el primer premio. La saeta..., ese quejío humano que dice la pena de la Madre de Dios y los
padecimientos del Dios hecho Hombre,
muerto en Cruz en abono de la
bondad de sus hermanos, todos los seres
humanos. Cantaba la Chirra en un balcón de la
calle Enmedio en cualquiera de aquellas procesiones locales de Semana
Santas de antes (hoy desaparecidas ¡pobre Cártama!), al paso de la Dolorosa tras su Hijo con
pìes y manos clavados en el madero: “Por envidia te asotaron, / por orgullo te
prendieron, / y tus ropas los sayones / aluego se repartieron” Y esta otra:
“No aflijas con tu quebranto / esa cara
tan bonita: / que mañana es Viernes Santo / y el sábado resucita”. Ese
Sábado Santo que en Cártama se llamaba el de “las latas”, pues la
resurrección de Jesús la celebraba la chiquillería arrastrando a toda correr por
las calles empedradas (todas las del pueblo que no fueran terrizas) una ristra
de latas atadas con hiscales de esparto o palma, rejuntadas durante mucho
tiempo al efecto.
Y luego, fueron El Zocato, Carbonero, sin
contar grandes cantaores anónimos, generalmente especialistas en
temporeras que se expresaban en los
tajos, la trilla, la arada..., tales, entre otros, Francisco Moreno Botello
(Frasquito de la Codorniz),
que a uno se le espeluznaban las pelusas
al escuchar su cante estremecido, mientras
faenaba en el tajo campero, en especial cuando entonaba, con pícara
jerga de amor en ristre, aquella granaína
que adaptó a su personal estilo: “Rosa,
si yo no te cogí/ fue porque no me dio la gana,/ al pie del rosal dormí,/ rosa tuve por cama/
y por cabecera un jazmín...”
Y, de la misma estirpe social que Frasquito, fue su tío, Pedro Botello, quien estando de
guarda en la Estación Suburbana
de la Alquería,
cuando esta vía férrea, Málaga a Coín, se construía, pergeñó la siguiente letra que cantaba por malagueña:
“No tengo noche ni día, / ni domingo en
la semana, / tengo una guardería / en la vía suburbana / enfrente de la Alquería...”.
No quiero dejarme atrás al gañan morero,
Antonio Aranda (Niño de la
Ramona), al que tantas veces remudé en el trillo para que él
revesara a la sobra de la pesebrera,
quien cantaba de forma magistral la trilla y la arada, de tal forma, que
el célebre filólogo y flamencólogo, profesor Manuel García Mato, cuando estuvo
por esta zona recogiendo cantes populares para sus compendios acompañado de mi
recordado amigo perote, Pepe Rosas (trotamundo del folklore con la entonces
Sección Femenina por todo el mundo hispano), se llevó en pentagrama el cante de El Niño de la Ramona, con toda verosimilitud hoy
testimonio silente y sedente por alguno
de los archivos de nuestra madre patria. Él, en el rulo de trilla, al cansino
paso de las colleras, cantó ante Jacinto Benavente, casualmente en aquella
ocasión en el sombrajo de gañanía junto a la era de mi padre, mientras esperaba
con varios amigos a meter mano a merendar gazpacho y mojete, una copla que despertó la curiosidad del permio Nóbel,
y que literalmente reza así: “La mujer
del alcalde/ de Alhaurinejo/ pesa diez arrobas / sin el verdejo”. Mientras
yo, aún zagalón, le daba agua a la reata
de bestias de la trilla en la acequia,
me costó no poco trabajo explicar al patriarcal don Jacinto el
significado y motivo de aquella letra quien, al saberlo, se destornilló de
risa. Nadie sabe quien le enseñó al N iño de la Ramona, una bella copla de
besana con letra de F. Rodríguez Marín,
que dice así: “Los surcos de mi besana / están llenos de terrones, / y
tu cabeza serrana / está llena de ilusiones, / ¡pero de ilusiones vanas”!
En definitiva, dentro del amplio campo
expresivo del flamenco en todas sus
manifestaciones, en el cante jondo aparecen las plurales cambiantes del sentir
popular significadas en los distintos enunciados formales, palos, que le imprimen
elocuencia suma a este arte.
También, el lenguaje popular es subsidiario de muchos términos del flamenco y
cante jondo que constituyen hoy la arqueología semántica de una cultura campesina ya desaparecida. Tan
sólo en las letras del flamenco llegan hoy a nosotros designaciones como: agostadero, arreador, alverjón,
balsones, manijero, garbera,
gurriato, dornajo, faenero, chiquichanga, rejadilla, manque, raspa, viergo, santateresa, la bamba (copla del columpio) y, tantas otras que sería
imposible incluir en un trabajo de estas dimensiones; menos aún, citar las composiciones que las
contiene, aunque vamos a incluir la siguiente como un ejemplo por miles:
La niña qu´ está en la bamba
se lo quisiera desí,
y me
ocupa la bergüensa.
Dígaselo usté por mi
A qué varón que tenga mi edad no se le ríen las
pajarillas al evocar cuando del dintel de cualquier puerta alta, o en la rama
de algún árbol amarrábamos los cordeles
haciendo columpio y, mientras las niñas cantaban la bamba, los zagalones cogíamos por las caderitas a la moza sentada en un saco entre las
cuerdas y la remontábamos cuanto podíamos para, el regreso, recibirla
nuevamente abrazados a su cintura subiendo asido a ella unos dos metros
hasta volver al suelo nuevamente, y
volverla a lanzar al aire con toda la potencia de nuestros brazos en celo, para
a la bajada repetir nuevamente el abrazo con ella. “Juventud divino tesoro ya
te fuiste para no volver...”
Cuanto queda
escrito es una previa puesta en ambiente de la escueta reseña
del 8º Festival Flamenco, José Hurtado “Ramolichi” que, como otros
años, tuvo lugar en Cártama la noche del pasado sábado 24 de septiembre con el
aforo completo. Pepe Ramolichi, como su
padre y hermanos, fue mi amigo y, así lo
recuerdo. Como tal, siendo yo presidente de la Asociación de Vecinos
Ermita Los Remedios, organicé en el Hogar del Jubilado un festival didáctico de
flamenco en el que mi entrañable amigo, José María Lopera, gran escritor, poeta
y flamencólogo de Álora explicaba la composición métrica y sentido de los palos
flamencos, y Pepe Ramoliche los iba cantando con su peculiar y pulido estilo.
Ambos lo hicieron desinteresadamente. Una bonita velada que nunca olvidaré.
En dicho Festival Flamenco de “Ramoliche”, participó
un plantel de cantaores, guitarristas y bailaoras, dos de ellos hijos de
Cártama, cuya juventud no fue óbice para dejar claro se trata de consumados y
consagrados artistas que dejaron muy alto el pendón de sus respectivos
terruños: En primer lugar, y de forma sorpresiva al no estar anunciada,
desgranó cantes hondos con exquisito gusto y personal estilo. la joven de 15
años, María del Carmen Aranda, nieta del titular del festival, José Hurtado “Ramoliche”,
acompañada por la guitarra de Paco de
Ronda, al parecer su director artístico,
a los que el público les dedicó entusiastas y redondas ovaciones.
Destacadas
actuaciones tuvieron Vanesa Fernández y Paco Carmona acompañados por las
guitarras de Pepe Satorre y Francisco Vinuesa, y también tuvo una actuación
impactante la bailaora Reme Fernandez. Y,
también al cante, el joven cartameño de
20 años, Antonio Luque “Canito”, un maestro consumado pese a su edad, avezado ya en lides flamencas por escenarios
y salas de toda España, como también, en algunos del extranjero. No puedo
sustraerme a cierto apasionamiento al reseñar la actuación de Antonio Luque
“Canito”, amén de por los méritos de su arte, porque he seguido su carrera
hacia la cumbre del arte, paso a paso, desde
niño y, en lo sentimental, lleva el nombre y el apelativo de mi abuelo, y tío abuelo suyo, Antonio “Canito”, cuya remembranza me saca
pellizcos de nostalgia de el Cortijo El
Convento, Junto al Alamillo en los aledaños del Alhaurín de la Torre, en donde vivía, y
otras emociones no menos vivas de mis familiares y de él en
el Cortijo de Doña Ana en Cártama. Así pues, Cártama sigue dando personajes de
pro a la historia local, andaluza