miércoles, 2 de enero de 2019

SER CREYENTE

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“A mí ---como a miles de millones en la Historia de la Humanidad--- creer me hace mejor”. No digo sino que soy mejor de lo que sería de no ser creyente. Y, por supuesto, está visto y comprobado que cuando la creencia se traduce en hechos, el mundo es más humano, “la convivencia más cordial y la paz se hace posible…” Muestra fehaciente  son los millones de ejemplos que se dan en todo el orbe en Navidad por obra y gracia de que en alguna medida (menos de lo que debiera ser) tenemos en cuenta el mensaje de amor, ternura y justicia que nos dejó  un bello Niño nacido en Belén por estas datas hace 2.018 años .

En estas fechas conmemorativas de tan mirífica  Buena Nueva, es cuando los seres humanos nos decimos a nosotros mismos: “Año nuevo, vida nueva” (se entiende que a mejor en nuestro actos y afectos).  Y, unos a otros   (yo creo que, salvo algunos rutinarios,  de corazón): ¡¡FELIZ  AÑO NUEVO!! .

Por lo dicho, el hecho de que yo crea en Dios, beneficia a no pocos y no perjudica jamás a nadie porque,  creer en Dios (la Navidad celebración de ello y no   motivo de hartazgos de manjares;  sí de compartirlos  con tan abundante cantidad de prójimos que nada tiene que  comer, ni esas fechas ni nunca) es en alguna medida a tener en cuenta el Mandamiento Nuevo: “Amaos los unos a los otros”  y, en virtud de lo cual, dar de comer al hambriento, de beber al sediento, posada al peregrino ---¡cuantos  de ellos (peregrinos y sedentarios) abundan ante nuestra vista durmiendo a la intemperie---, corregir al que yerra, y enseñar, señores políticos y maestros, al que no sabe y no  manipular su mente y sus derechos en beneficio propio. Y, para terminar esta reflexión: ¡¡¡No odiar jamás y sin embargo saber combatir: El mal, el error,  el pecado (sí, el pecado: la mentira, la avaricia, el egotismo que siempre acaba en egoísmo, el derecho de los justos indefensos…),  y, no ser propagandistas del mal, sino de lo positivo que puede tener la vida, que es mucho siempre que en los hombres  anide la buena voluntad, el hálito de la BUENA NUEVA que nos dejó instada el niño que nació en el Portal de Belén hacia el que, en una hilera de almas, se dirige la caravana humana.