sábado, 21 de diciembre de 2019

LLEGARON LOS ABEJARUCOS (A mi hijo y. a mis nietos, Pablo y Lucía)

                                   
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                                      (Estampas intrahistórica de antaño)
                                                                                         
                Ya están llegando los abejarucos,  como otras muchas aves agoreras del verano;  los abejarucos que habitan y anidan en los misteriosos agujeros que ellos mismos taladran  en la tierra de los altos balates del borde del río, linderos a tierras de Los Cardiales  a  donde, otrora, se prolongaba el  Gran  Cartamón.

En el  "pasero"   de higos, allanado   en tierra con suelo de juntos para que no se aterraran,  Miguelón,  El Chío y yo volvíamos pacientemente  la cara de cada higo (verdejos y panetes)  para que se secaran por la otra  y, los ya secos, iban a un un canasto arrobero  forrado de tela por dentro para evitar su deterioro,  y también,  a  una espuerta de esparto  los defectuosos y torcidos  para pasturear  las bestias liados con paja.

Al dulzor  de los higos  acudían las abejas del cercano colmenar de Paco Juan Ramos, que revoloteaban, pacíficas, sobre nuestras cabezas y, tras ellas, persiguiéndolas para  tragárselas por innata inclinación, pirueteaban en vuelos vertiginosos y rasantes  los  preciosos  abejarucos de agudos  picos  y   llamativos e intensos colores verdes, azules y amarillos de su plumaje. 

Eran tiempos preciosos y a la vez durísimos por el hambre que, tras la guerra, azotó a España  en los años  41, 42 y 43, especialmente llamados en el argot popular,  Años de la “Churripampa”. Las cartillas de racionamiento que se aplicaron durante la II República, una vez terminada la guerra también se adoptó dos o tres años por el gobierno dictadura de Franco.

Antes de entrar a la cuadra de las bestias de carga, la bondadosa Carmen del Céntimo tenía su despacho de Carbón por el que había que pasar para entrar al establo y, cuando abría ella  para despachar carbón o  cisco, los niños se colaban  para llevarse y comer los higos defectuosos que se habían desechado para pienso de las bestias. Jamás se le dijo nada a un niño que tal hiciera, sino que se le daba, tanto Carmen como los de mi  casa, si los veíamos, algunas pesetas para que compraran pan,  arenques y morcilla en la tiendecita que  Ana Carillo tenía frente a la carbonería-cuadra. Aquello, y lo que había visto  en la guerra, me marcaron contra los políticos, a quienes consideraba culpables de tanta desgracia,  fueran del color que fueran.


Las bestias se quedaron sin higos y se les tuvo que echar cebada, pero quien hiriera los sentimientos de un niño con  hambre, había  de enfrentarse  a “Frasquito Talento”,  mi padre.


 Y, ASÍ  TE RECUERDO, PADRE:




Padre, con tus manos sembradoras
obtenías  la divina realidad del trigo
para  amasar el pan de cada aurora.
                            
Tu alma templaba el ritmo de la siembra
en la tierra, tal sagrada hembra
que te  ahijara espléndidas cosechas.

Tu mano castraba el panal de las abejas
y conducías  el agua de la amplia acequia
que riega  el vientre de las fértiles huertas.

Para el campo  tenías corazón de nido,
y en el campo ponías  la esperanza
de un honrado porvenir para tus hijos.

En el viejo  monorrimo pueblerino,
mis primeros versos ensalzabas al vecino:
se los leías..., me mirabas..., y,  sonreías.

¡¡Qué inefable y entrañable tú mirada...!!

Y tu sonrisa limpia era mi seguro,
y era mi empeño convertir tus besos
en rosales de amor de mi futuro.  

Tu esperanza era  el buen Dios que regresa
cada año en los hilos dorados de la lluvia
para hacer  de cada surco una promesa.

Tu destino, seguir la yunta en la besana,
despertar con la alondra a la alborada,
y atrojar el grano separado de la paja.

Ahora ya anciano y circunspecto,
ahondo en el fondo de tu alma,
 y, de gozo,  se me inundan los adentros.

Porque de tí supe con certeza
que cada palabra es una trinchera,
y el concepto honesto un latigazo...

Y..., ¡¡¡ la verdad, la mejor bandera!!!

              ¡¡¡Quietas, lágrimas...!!!