SOBRE LA CALLE “FEIJOO”, PARA EL PUEBLO: “FIJO”
Reiteramos y ampliamos lo que sobre el tema tenemos apuntado en páginas anteriores. Hoy, con más detenimiento y fruición intelectual.
En la amistad de este fraile benedictino del siglo XVIII con nuestros insignes paisanos, hermanos Pedro y Lope Luís Altamirano, jesuitas con enorme ascendiente en la Corte de Fernando VI y Bárbara de Braganza, reside con toda lógica la razón de que aquel cuente con una calle en Cártama, pueblo tan distante del suyo propio y del espacio geográfico en que ejerció su docto ministerio en su época. Dadas las mentadas circunstancias de relación con Cártama de este sabio dieciochesco, y siendo este un blog de divulgación histórico cultural, bueno es que ahondemos un poco en su personalidad.
Fray Benito Jerónimo Feijoo (1,876- 1.764), nace en Casdemiro (Orense); abrazó la Orden benedictina y fue profesor de la Universidad de Oviedo, permaneciendo siempre alejado de la Corte, entre sus libros y sus cartas, con las que desarrolló una luenga labor de divulgación científica y cultural sin límites ni fronteras, inusitado para su época. Todo lo que ofrece algún interés del pasado o en el presente, en las ciencias y en las artes, en la vida o en las costumbres, es objeto de atención de este doctísimo benedictino.
Feijoo hace en sus escritos una crítica de los conocimientos llegados a él, exigiendo que dichos conocimientos se apoyen en la razón o en la experiencia. El sabio benedictino combate, pues, la rutina ramplona, la superstición, la ignorancia que un día se había apoderado de las ciencias.
Los conocimientos del padre Feijoo no están ordenados pedagógicamente, sino repartidos en artículos y ensayos que se publicaron en siete volúmenes, titulados TEATRO CRÍTICO UNIVERSAL o en los cuatro de CARTAS ERUDITAS Y CURIOSAS. Su obra, empero, influyó extraordinariamente, puesto que extendió de una manera sencilla, “periodística”, una amplia serie de conocimientos. Es admirable en Feijoo el sentido moderno, amplio y tolerante con que acomete los temas que hasta él habían sido tratados sólo por la rutina y la incomprensión. Desgraciadamente parece que hoy volvemos a aquellos parámetros prefeijonianos, como no puede ser de otra forma cuando la cultura, la historia y el arte está, como hoy en día, al servicio de incultos e ineptos políticos y no la política al servicio de la cultura, o sea, de la libertad y promoción del ser humano. Esperemos un (a) concejal (la) de cultural a tono con las circunstancias.
Aparte de ser obligado en los tiempos de mi bachiller estudiar a fondo en séptimo curso de literatura (textos de Guillermo Díaz Plaja) este personaje, me interesé aún más por su figura cuando de joven descubrí que tenía una calle dedicada en mi pueblo. Leí de él cuando cayó en mis manos, entre otros, todos los libros de Gregorio Marañón del que copio el siguiente párrafo: “El único hombre que bebió el espíritu de su tiempo y lo sintió arder en sus entrañas, pero conservando intactas las puras cualidades españolas, fue el Padre Feijoo: Hombre de la hora histórica y a la vez español incorruptible (¡que ejemplo digno de emulación hoy...!)... Él que no creía en los milagros de los hombres, realizó uno maravilloso: El de hacer compatible el ansia de saber, de explorar la realidad de ka vida con los ojos y con las doctrinas; el ansia de razonar; el afán de someter cada conocimiento a una rigurosa comprobación o a lo que entonces --y ahora-- llamamos con pueril vanidad experimentación; el hacer compatible todo esto con una fe intangible que sólo los necios de su tiempo y los de los tiempos de después y de ahora pueden discutir”
¿Cómo es esto posible? me preguntaba entonces. La realidad es que, como demuestro incontrovertiblemente en mi libro, “El Juglar y la Virgen Peregrina”, Cártama, amén de un pueblo otrora levítico, gozó también de una gran proliferación de personajes ilustres, entre ellos, los jesuitas, Hermanos Altamirano, que les dieron una categoría difícilmente imaginable hoy. CONTINUARÁ
Reiteramos y ampliamos lo que sobre el tema tenemos apuntado en páginas anteriores. Hoy, con más detenimiento y fruición intelectual.
En la amistad de este fraile benedictino del siglo XVIII con nuestros insignes paisanos, hermanos Pedro y Lope Luís Altamirano, jesuitas con enorme ascendiente en la Corte de Fernando VI y Bárbara de Braganza, reside con toda lógica la razón de que aquel cuente con una calle en Cártama, pueblo tan distante del suyo propio y del espacio geográfico en que ejerció su docto ministerio en su época. Dadas las mentadas circunstancias de relación con Cártama de este sabio dieciochesco, y siendo este un blog de divulgación histórico cultural, bueno es que ahondemos un poco en su personalidad.
Fray Benito Jerónimo Feijoo (1,876- 1.764), nace en Casdemiro (Orense); abrazó la Orden benedictina y fue profesor de la Universidad de Oviedo, permaneciendo siempre alejado de la Corte, entre sus libros y sus cartas, con las que desarrolló una luenga labor de divulgación científica y cultural sin límites ni fronteras, inusitado para su época. Todo lo que ofrece algún interés del pasado o en el presente, en las ciencias y en las artes, en la vida o en las costumbres, es objeto de atención de este doctísimo benedictino.
Feijoo hace en sus escritos una crítica de los conocimientos llegados a él, exigiendo que dichos conocimientos se apoyen en la razón o en la experiencia. El sabio benedictino combate, pues, la rutina ramplona, la superstición, la ignorancia que un día se había apoderado de las ciencias.
Los conocimientos del padre Feijoo no están ordenados pedagógicamente, sino repartidos en artículos y ensayos que se publicaron en siete volúmenes, titulados TEATRO CRÍTICO UNIVERSAL o en los cuatro de CARTAS ERUDITAS Y CURIOSAS. Su obra, empero, influyó extraordinariamente, puesto que extendió de una manera sencilla, “periodística”, una amplia serie de conocimientos. Es admirable en Feijoo el sentido moderno, amplio y tolerante con que acomete los temas que hasta él habían sido tratados sólo por la rutina y la incomprensión. Desgraciadamente parece que hoy volvemos a aquellos parámetros prefeijonianos, como no puede ser de otra forma cuando la cultura, la historia y el arte está, como hoy en día, al servicio de incultos e ineptos políticos y no la política al servicio de la cultura, o sea, de la libertad y promoción del ser humano. Esperemos un (a) concejal (la) de cultural a tono con las circunstancias.
Aparte de ser obligado en los tiempos de mi bachiller estudiar a fondo en séptimo curso de literatura (textos de Guillermo Díaz Plaja) este personaje, me interesé aún más por su figura cuando de joven descubrí que tenía una calle dedicada en mi pueblo. Leí de él cuando cayó en mis manos, entre otros, todos los libros de Gregorio Marañón del que copio el siguiente párrafo: “El único hombre que bebió el espíritu de su tiempo y lo sintió arder en sus entrañas, pero conservando intactas las puras cualidades españolas, fue el Padre Feijoo: Hombre de la hora histórica y a la vez español incorruptible (¡que ejemplo digno de emulación hoy...!)... Él que no creía en los milagros de los hombres, realizó uno maravilloso: El de hacer compatible el ansia de saber, de explorar la realidad de ka vida con los ojos y con las doctrinas; el ansia de razonar; el afán de someter cada conocimiento a una rigurosa comprobación o a lo que entonces --y ahora-- llamamos con pueril vanidad experimentación; el hacer compatible todo esto con una fe intangible que sólo los necios de su tiempo y los de los tiempos de después y de ahora pueden discutir”
¿Cómo es esto posible? me preguntaba entonces. La realidad es que, como demuestro incontrovertiblemente en mi libro, “El Juglar y la Virgen Peregrina”, Cártama, amén de un pueblo otrora levítico, gozó también de una gran proliferación de personajes ilustres, entre ellos, los jesuitas, Hermanos Altamirano, que les dieron una categoría difícilmente imaginable hoy. CONTINUARÁ