(Por su interés y a petición de varios lectores, hemos subido a portada esta noticia).
La efeméride que aquí se celebra, con la emoción inextinguible del recuerdo vivo, correspondería al año 2.013 en el que se cumplían los 75 años del hito ocurrido. Pero problemas de salud, no hizo posible a este cronista redactarla en su día, razón por la que se haga hogaño, al cumplirse hoy el 76 aniversario del hecho que nos ocupa.
No obstante, sí tenemos en 2.014 el aniversario redondo de un suceso singular: los 125 años del nacimiento de José González Marín, protagonista de excepción de la odisea que, con justicia, ensalzamos hoy y aquí.
Día de gloria igualmente, en efecto, para España (a las hemerotecas me remito) ya que, el grandioso suceso de aquella tarde en Cártama, tuvo también ecos y connotaciones recogidas en los medios de España y América, desde la Tierra de Fuego, en el Cono Sur de aquel continente, hasta Nueva York, en USA. Pero vamos a lo que aconteció en Cártama aquel 8 de febrero, del que se cumplen hoy 76 años.
Hacía justamente un año que las tropas del bando nacional habían entrado en el pueblo. Una mitad de la gente de Cártama guardaba luto por mor de la otra mitad, y viceversa.
Aquel día de 1.938, cuando “ya febrerillo brumoso, / célebre por su locura, / va despojando a natura / del triste invernal reposo..., cuando, entre los alcaceles a media caña, cada perdiz se une a su perdigón piñoneando ambos su canto nupcial, también fue para Cártama un día de gloria que dejaba atrás nubes de muerte y dolor, si un dolor tan punzante como sufrió Cártama, y España, pudiera diluirse en tan poco tiempo, y menos cuando el escenario fue una fratricida guerra civil.
Aquel día, una multitud de hombres, mujeres y niños, se encaminaba gozosa por las tres calles paralelas del villorrio hacia la Punta del pueblo, conforme se llega a él desde Málaga. Yo, con siete años, iba cogido de la mano de mi padre; mi madre cogía la de mi hermana Ana, de algo más de cinco años; en casa de unos buenos vecinos mis padres había dejado a su tercer hijo, nacido en noviembre de 1.936, mientras desde el Hospital mi madre escuchaba aterrada el tronar de las bombas que arrojaban los “aparatos” del bando nacional; pensaba en sus otros dos hijos que estaban con los padres de ella en el Cortijo “El Convento”, del Alhaurinejo, y, cómo no, en su esposo que se escapó del coche durante el “paseo” de la muerte y estaba refugiado en la sierra.
No hay razón para omitir aquí ningún hecho que pueda apoyar y subrayar las razones, una por miles, por las que el pueblo de Cártama ha venido depositando durante siglos una acendrada fe en la Virgen María, bajo la advocación de su Patrona, Nuestra Señora de los Remedios. Y ello, desde aquel día que lo liberó, tal aparece en los anales, de una mortal epidemia de peste, el año 1.579. Cuando mi padre se escapó del coche durante el “paseo”, mi madre y una hermana de mi padre, de rodillas y manteniéndonos abrazados a sus respectivos costados a mi hermana menor y a mí, le rezaban y pedían a un icono gráfico de la Virgen de los Remedios, cuya imagen creían quemada, que hiciera un nuevo milagro y salvara a su esposo y hermano de la muerte. En ese preciso momento, mi padre logró soltarse las ligaduras que le ataban en sus espaldas las manos. Al serle abierta la portezuela de uno de los dos coches con los once milicianos que iban a matarle en la explanada de Maqueda, cabe la carretera Cártama-Málaga, el preso de complexión atlética emprendió veloz carrera hacia la sierra de Almotaje, río y cao de Rubira de por medio. Y cantó el poeta:
(Francisco Baquero Vargas)
“…A Baquero lo persiguen
once hombres con fusiles
En el aire dibujando
su silueta de gigante
una floresta de tiros
sin que ninguno le mate.
En sus lares su mujer,
con dos hijos y su padre,
a la Virgen del Remedio
le están pidiendo que escape.
¡Corre, Francisco Baquero,
que te van a los alcances
las balas de once fusiles,
entre pitas y jarales!
Ya gana la serranía,
reina de las soledades,
ya de sus estribaciones,
traspasa los roquedales:
¡Francisco Baquero Vargas,
montes y riscos te amparen!
¡Qué claro estuvo el milagro!
La Virgen quiso salvarle
como lo salvó en Marruecos
de forma muy semejante...”
(Enlutadas de esta guisa, por familiares muertos de uno y otro bando, estaban las mujeres de Cártama en la “Punta” del pueblo, esperando la llegada de la Patrona, la Virgen de los Remedios. )
Toda aquella multitud enlutada -las mujeres con pañolones negros en la cabeza, anudados bajo la barbilla y dejando ver sólo la cara avejentada por el sufrimiento, vestido negro, medias negras y, la mayoría, alpargatas negras- se apelotonaron en La Punta, abarrotando la explanada de Los Chorritos (abrevadero singular, ya desaparecido), la de la puerta de Diego Díaz y la carretera hasta el “pocillo de Gasparito”, el pregonero a trompetilla del alcalde de turno.
De pronto, los zagales que estaban en descubierta en la curva de los “paerones”, retornaron corriendo y gritando con aspaviento de brazos: “¡¡Ya viene, ya viene, ya viene la Virgen de Los Remedios, y dos camionetas con los paisanos que se llevaron presos...!”
¡Deteneos lágrimas, dejadme escribir... no emborronadme los recuerdos netos...!
Miré a mi padre, lloraba; miré a mi madre, lloraba; miré a todos sitios, y toda la gente, incluidos los hombres avezados a tremendas luchas, lloraban. El odio se había trocado en Amor, al conjuro de la Madre Celestial; la única Madre de todos, sin exclusión alguna... Abundaban los rosarios en las sarmentosas manos de las sufridas mujeres. Las mozuelas que no iban enlutadas, vestían el ancestral hábito celeste con cordón en la cintura, de la Virgen de Los Remedios. Muchas avanzaban penosamente de rodillas a encontrarse con nuestra Virgen. El aire cortante de una tarde de febrero el loco, se hizo caricia de perfumes a junquitos de la Virgen y de aromas a gloria de las azucenas. En los aleros de las casas, los gorriones pipiaban tímidamente, sin algarabías de celo, sino de empatía con la mística del entorno; ¡memento!
(Con el Principe de Asturias, el día de la despedida de la Virgen de América)
Aquel día volvía, tras año y medio peregrinando en olor de plegarias y poesía por ciudades y pueblos de todas las repúblicas de Iberoamérica, la Patrona del pueblo, Ntra. Señora de los Remedios, pues la que fue quemada era una copia ad hoc que, por encargo de González Marín, había pergeñado el imaginero Paco Palma. La auténtica volvía salva a casa, en los brazos de su singular paje y juglar.
(González Marín y Antoñico, con la Virgen, en Cuba)
Ya avanzada la media tarde, el Hispano Suiza que conducía Antonio López Plana (“Antoñico”), el asistente escénico que completaba el trío peregrino, posó -más que paró- el auto en la puerta de la carpintería “El Ñaña”. Sentado junto a Antoñico iba su hermano José y, detrás con la Virgen, José González Marín, quien les señaló el lecho de una carreta sin varales para, desde ella, hablarle al pueblo y entregarle su Patrona nuevamente.
Detrás de ellos, en dos camionetas llegaban a Cártama los 36 cartameños de izquierda que González Marín, fiándolos con su firma logró salvar de ir a un campo de concentración por sus ideas políticas, cuando ya estaban concentrados a tal fin en el antiguo Cuartel de la Aurora, a la salida de Málaga. Se tiraron de la camioneta y se abrazaron a sus familiares con emoción indescriptible.
Desde el lecho de la carreta, a modo de tribuna improvisada, González Marín mostró en alto la Virgen de los Remedios, la auténtica, a la multitud reunida esperándola. Reconozco mi torpeza para llevar al papel la emoción del momento. Era una alegría reflejada en unos rostros aún marcados en rictus de dolor y enlutados de cabeza a los pies; era la fe de un pueblo sencillo y bueno que unos locos les había llevado a una enfrentamiento cainita; era la esperanza de que, desde aquel momento, todo cambiaría en el corazón de las gentes del pueblo de Cártama, y el odio, de una vez por todas, se trocaría en Amor, al conjuro de la Virgen María bajo la advocación trinitaria de Los Remedios. De pronto, alguien inició una salve cantada y, ¡oh, maravilla!, cada persona se cogió de la mano del que tenía al lado, sin tener ya en cuenta si era de un bando u otro: Todos, haciendo una cadena redonda y total de eslabones con dedos, rezaban cantando a la Madre de todos, pues sabían que para aquella Madre todos eran sus hijos sin distinción de colores. ¿Milagrería? El hecho es este; fui testigo presencial de ello; que cada cual piense y opine según su libre albedrío.
González Marín, evidentemente emocionado, pidió atención y habló a sus paisanos de esta manera:
“Queridos paisanos:
A mí me tocó salvar a nuestra Madre. Yo os aseguro que de no haber sido porque algo o alguien dirigió mi voluntad y mis pasos, no hubiera podido hacerlo, no tengo madera de héroe. He visto vuestras manos entrelazadas. Y yo pregunto ¿qué fuerza interior os ha inducido espontáneamente a ello? La misma que me indujo a mí a robar: ¡¡¡Ellaaaa!! A robarla a Ella para traérosla hoy aquí salva y que siga siendo nuestra Madre, como lo viene siendo, a golpes de milagros desde hace cinco siglos. Cartameños ¡¡Viva nuestra Madre la Virgen de Los Remedios...!!”
En un artilugio de madera la subieron y, a hombros de jóvenes y mayores por turno, en olor de multitud entre rezos y cantos, un pueblo ya amalgamado por el “Amor de los Amores...” fue procesionada por la calle de Enmedio hasta la Iglesia Parroquial. Era un 8 de febrero de 1.938.
Me consta que el Juglar y Paje de la Virgen Peregrina y su ayudante pidieron permiso al párroco para pasar esa noche entera junto a la Madre que con ellos formaron el trío peregrino más singular de la Historia Mariana de todos los tiempos. Ellos dos murieron, pero nos dejaron restañada una tradición mirífica que estuvo partida en dos por los desgraciados avatares de una guerra civil. La Historia es maestra de lo porvenir.
(González Marín mostrando a la prensa las joyas regaladas a la Virgen en su peregrinar por América)
Entre rezo y rezo, aquella noche de oración, el juglar le decía a su Virgen Chiquita:
“Madre mía...
fui contigo embajador, pregonero,
apóstol e imaginero
rival de la primavera.
Fui novio a ganar dinero,
diamantes, perlas, rubíes,
para su novia
de terciopelo y de seda.
Y regresamos los tres,
anchos de luz y poesía:
Tú, con enorme alegría,
nosotros con nuestra gesta.
Y allá, Dios
en su pálida custodia,
con la balanza,
amando al bueno
y perdonando al que odia...”
Francisco Baquero Luque