domingo, 28 de diciembre de 2014

HOMENAJE A GONZÁLEZ MARÍN EN ALHAURIN EL GRANDE. (Palabras del cartameño, Francisco Baquero Luque, en dicho acto (28/11/o14)

                                                  
Con María Albaicín en una secuencia de una de las dos películas que hizo el actor cartameño, José González Marín (El embrujo de Sevilla), rodada en Berlín y París, dirigida por Benito Perojo con la participación también de Rafael Rivelles y María Fernanda Ladrón de Guevara, en el año 1931.

NOTA: Al final se insertan unas palabras dictada en vida por el propio José González Marín, con  las que amén de explicar de forma rimada los motivos que le indujeron a llevarse la imagen de la Virgen de los Remedios a América  para salvarla de la quema, dejando en su lugar una copia hecha por el célebre escultor e  imaginero, Fco. Palma, hace también un canto a Cártama, que entre otros del mismo tenor, divulgó por toda España y América, con las historias de su pueblo natal. 

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             BUENAS NOCHES:

            El respeto que, en un acto público, me  inspira siempre  el   auditorio,  las  citas literales que utilizo  para  sustanciar mejor  mi intervención, amén  de que a los 83   años, y cargado de dolamas,  ya no está uno para arriesgarse a improvisar discursos, me aconsejan  traer  escritas, y leer, mis palabras.
             
Muy brevemente  voy  hablarles,  desde el recuerdo,  de la estirpe artística y calidad humana de nuestro paisano, José González Marín y, cómo era  un recital suyo, que tantas veces presencié  durante los 18 años que duró nuestra amistad hasta su muerte.

            Pese a haber sido un artista genial de fama mundial, nacido   en un pueblo de nuestra comarca, su memoria estaba relegada a un  injusto  olvido.

            Pero,  un rosario  de artículos alusivos salidos de distintas plumas, conferencias y varios libros editados en torno a él, han conseguido que, hoy, la figura  de González Marín, patrimonio legítimo de nuestra  comarca, a la que tanto cariño demostró tenerle, esté  recuperado de ese ominoso olvido, quedando  su nombre y su semblanza indeleblemente gravados   en la historia del arte y de la poesía. De ahí también, la importancia de este homenaje que, yo, y creo que conmigo la mayoría de cartameños, agradezco sobremanera porque, sencillamente, es de hacer justicia.

            Y, a este homenaje, hay que añadir otro significativo motivo de gratitud al Ayuntamiento, y al pueblo de Alhaurín el Grande:  rotular  una de sus calles con el nombre de González Marín.

Hablarles  de González Marín, pues,  es hablarles de un auténtico tesoro cultural y humano de esta tierra; es hablarles de  poesía, que es la prima y el bordón de nuestro sentir íntimo, síntesis de cuanto hay en nosotros  de gloriosamente abstracto, y, a    través de la poesía hecha verso sonoro en los labios de González Marín, las almas de América y España, encontraron entonces el ritmo de su hermandad   y la profunda raíz de sus afinidades;  el verso recitado  por nuestro artista daba  ritmo espiritual a las mentes; diríase que barría de un golpe,  todo cuanto de sucio hay en la vida,  trasladándonos  al inefable paisaje del espíritu. En esa capacidad residía, entre otros méritos, no menores, su arte. La poesía era el norte de su vida y vivía para ella  con raíces de vocación, al extremo de declinar su carrera  y actividades primitivas de abogado y actor en plenitud de triunfos, para convertirse en peregrino del verbo, en apóstol del ritmo,  en sacerdote del rito humano de la poesía.

 El verso español moderno, como el romance de García Lorca y Villalón; los hermosos poemas  de los hermanos Machado y Rafael Alberti y, de toda esa generación de poetas que hoy son referencias rutilantes en la literatura, encontraron en González Marín su interprete genial, como también, por supuesto, sucedió con los de la generación del 98 y los clásicos de nuestro siglo de oro. E, igualmente a  los poetas de Iberoamérica  (Palé Matos, Emilio Ballagas entre otros muchos),  que cantaron la negritud y el mestizaje, solía dedicar uno de los tres actos de sus recitales para dar a conocer, y divulgar por doquier, los poemas afroantillanos.

  Nadie más, ni antes ni después de haberse presentado él en un escenario como recitador ---lo cual tuvo lugar aquí, en Alhaurín el Grande como matizaré más adelante--- ha logrado conmover a un público compuesto de diferentes caracteres, como lo hacía él.

La poesía escenificada por nuestro paisano, adquiría un poder evocador insospechado. Con su voz y plástica gestual  le ponía al verso ese gramo  de conciencia y sentimiento que le valió para que, los poetas, lo tuvieran por su hermano mayor y lo proclamasen “El faraón de los decires”, con cuyo título, precisamente,  editó en 1.998 la Exma. Diputación de Málaga un libro (trilogía en un sólo  tomo) escrito por Pedro Dueñas, José Luís Jiménez y Francisco Baquero, servidor de ustedes.
 Pero, se preguntarán ¿y, cómo era un recital de González Marín? Yo  los recuerdo asina:

 Sube el telón, y aparece de fondo otro decorado por Blume.  Se encienden las candilejas. Una mesa y un sillón (ambos de estilo español). Una  jarra de agua y un vaso. Todo insuficiente para que un solo actor llene  un teatro, sea de España o, de América. González Marín  los abarrotaba  siempre, en sesiones de tarde y noche.

Sale a escena el artista y, con palabras sencillas y exactas  saluda al público, o se despide de él, si es el caso.
El rapsoda era  de figura mediana y complexión leve, su conjunto  denotaba espiritualidad a flor de piel; en su rostro había  ángulos que en otro pudiera decirse pronunciados. Vestía de corto, o capa parda. Era armónico en escena, pero sin líneas acusadas que sobresalieran. Recita, canta y se estiliza. Tanto se estiliza, que el tablado resulta pequeño, porque,  como dijo Manuel Alcántara, “González Marín no es sólo un actor, que lo es,  es un actor y toda la compañía”. La sala la ocupan centenares  de almas, de cuyos cuerpos sólo se ven manos cuando aplauden con admiración y entrega;  se confunden con el actor  genial, y  establecen con él la comunión espiritual  más imponente que en un espectáculo  poético se vio jamás; en ello coinciden también, como veremos, todos los críticos de arte de la época en dos continentes de habla hispana.
Las cadencias líricas de sus recitados son al oído, lo que a los ojos serían miríadas de mariposas multicolores  revoloteando.  La palabra se encadena armónica a la mímica  del juglar moderno. El público permanece suspenso durante dos horas,  absorto en aquel singular  artista que se atrevió a liberar la poesía de las excluyentes  covachuelas  de los intelectuales, para devolverla  al pueblo, su auténtico dueño, escenificada de forma asequible a todas las clases sociales  de todos los niveles culturales. 
Desfilan por él, los poemas de Salvador Rueda, del que paseó por  medio mundo los pregones de nuestra tierra,  cuyos primeros versos  rezan:

  Málaga, tierra que quiero  con mis entrañas.
  Yo escuché el coro inmenso de tus pregones
  Llenos de algarabías dulces y extrañas...

 Invoco aquí  esta estrofa, porque el de Alhaurín el Grande  fue el primer público que escuchó la poesía recitada de sus labios, en la que fue la primera actuación pública como recitador de Pepe González Marín, en  el año 1.929, de la mano del célebre jurista, y ministro, don José Estrada y Estrada,  su amigo quien,  por aquellas datas, solía veranear en esta noble villa. Fue la reválida para al artista comarcano. De aquí a Sevilla. Triunfo total en el Teatro San Fernando  hispalense, y de allí, al Teatro Español de Madrid. A partir de ahí, nuestro homenajeado fue  de triunfo en triunfo, y, con él la poesía y los poetas de España y de todo el mundo que  habla la lengua de Cervantes. En ese su primer recital poético, repito, en Alhaurín el Grande, según un cronista de la época logró entusiasmar a un auditorio integrado por sencillos labradores, cuya cultura estaba ligada a su brega con la dura tierra, aunque, ciertamente, no hay mejor escuela para el sentimiento poético, que el contacto cotidiano con las auroras,  los candilazos del ocaso y el canto de los pájaros en los campos abiertos. Quien así  lo proclama,  lo sabe.
   
Su corazón de juglar,  asumía con armonía interior  la poesía escrita por los  trovadores y, su cerebro, la acababa, su boca, la modulaba y, sus manos, la engrandecían.  La lírica popular halla en él ecos y acentos  tal vez desconocidos, que le hizo afirmar sin ambages  a los Hermanos Álvarez Quintero: “El arte de González Marín, tiene sus raíces más hondas y su más comprensible excelencia en el sentimiento de lo popular… recitando  es una exclamación del pueblo. Éste, por medio de él, habla y canta  como enardecido…González Marín presta a la palabra el calor y la pasión de un corazón amando…”
  
                        En la misma línea que los hermanos Álvarez Quintero, opinaron los  intelectuales de América: Eugenio Florit en el Diario, El País, de la Habana:
             “¿Qué magia se operaba en el público? No era magia: era el arte con mayúscula que se le ponía delante, y avasallaba los espíritus. Era también la poesía, que regresaba al pueblo cuando la recitaba González Marín”.  De la Habana, Mario Lescano Avellá:  “La Habana tuvo el honor de escuchar al más insigne de los recitadores de nuestra lengua”.  Juan Bonich :       “González Marín…interprete máximo de los poetas, embajador de España ante sus hijas emancipadas, mantenedor de una raza…”.   Como colofón de este resumen de   opiniones laudatorias por tierras de allende el océano, el célebre, Juan Rana, dijo de él en “El Universal de México”: “¡Salve, admirable artista, creador de un arte inimitable y único! ¡Salve  artista genial! Que España entera te arrulle con sus cantos rimados, para que tú puedas ir por el mundo alfombrando con ellos la senda gloriosa del idioma de Cervantes”

En definitiva: Tres actos de arte puro, de embeleso. Centenares  de espectadores pendientes de él, perdida la noción del tiempo. Vítores y ovaciones.              Por fin, baja el telón ---todo se acaba---, y, durante un largo rato, indecisión para volver a entrar en contacto con la vida.

 Así era, en el recuerdo,   González Marín como artista y, así,  era un recital suyo.
                                         ***

Mostró su más acusado y noble espíritu  poético como protagonista excelso de la cantiga mariana más bella de la Historia toda. Cantiga no fabulada como las que nos legaron los  escritores  del Mester de Clerecía en los albores de la lengua castellana. No, la suya fue una cantiga mariana escrita en carne y hueso, con glorioso realismo.
           
En, efecto, en un momento aciago de nuestra Historia, cuando nuestros antepasados próximos decidieron, estúpidamente, arreglar sus diferencias matándose unos a otros, julio de 1.936, el genial Pepe González Marín,  ante  aquella  convulsión política, que se preveía terminaría inevitable e inminentemente en guerra civil,  intuyó que la multisecular imagen de la Patrona de Cártama, nuestra Sra. de los Remedios, que tenía, y tiene, devotos en  todos los pueblos   de nuestra comarca, sería quemada.

De acuerdo con el párroco, que ya tenía la sagrada imagen en un altar ad hoc en su propia casa, porque la iglesia parroquial había sido secularizada, se la llevó con él a América en donde tenía contratada una turné artística de año y medio por todas aquellas repúblicas hermanas.

En loor de devociones espontáneas a la Virgen peregrina de  la Madre Patria, recorrió en brazos de su juglar salvador y su ayudante escénico, las ciudades y pueblos importantes de todas y cada una de las repúblicas iberoamericanas. La Sagrada imagen era depositada en conventos religiosos e iglesias, en donde recibía culto   de  devotos de todas las nacionalidades y razas, incluidos los indios aborígenes integrados, que llegaron a rendirle homenaje en sus pueblos comunales, como vamos a comprobar en un pergamino que da fe del homenaje que en  Venezuela, en las cercanías del Orinoco, le rindieron los descendientes de los indios quechuas; pergamino sobremanera original, con el que, según tengo entendido, va a obsequiar en este acto al Ayuntamiento de Alhaurín el Grande la nieta del eminente rapsoda comarcano.

      El tiempo de que dispongo no me permite hoy abundar más en esta mirifica gesta mariana, pero sí quiero leeros las razones que el mismo juglar y raptor dice que le movieron a tan singular gesta personal. Es un poema dictado de palabra por el mismo protagonista a un poeta iberoamericano que le dio forma rimada.

       Es de este tenor literal:






























Muchas gracias