Con María Albaicín en una secuencia de una de las dos películas que hizo el actor cartameño, José González Marín (El embrujo de Sevilla), rodada en Berlín y París, dirigida por Benito Perojo con la participación también de Rafael Rivelles y María Fernanda Ladrón de Guevara, en el año 1931.
NOTA: Al final se insertan unas palabras dictada en vida por el propio José González Marín, con las que amén de explicar de forma rimada los motivos que le indujeron a llevarse la imagen de la Virgen de los Remedios a América para salvarla de la quema, dejando en su lugar una copia hecha por el célebre escultor e imaginero, Fco. Palma, hace también un canto a Cártama, que entre otros del mismo tenor, divulgó por toda España y América, con las historias de su pueblo natal.
NOTA: Al final se insertan unas palabras dictada en vida por el propio José González Marín, con las que amén de explicar de forma rimada los motivos que le indujeron a llevarse la imagen de la Virgen de los Remedios a América para salvarla de la quema, dejando en su lugar una copia hecha por el célebre escultor e imaginero, Fco. Palma, hace también un canto a Cártama, que entre otros del mismo tenor, divulgó por toda España y América, con las historias de su pueblo natal.
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BUENAS NOCHES:
El respeto que, en un acto público,
me inspira siempre el auditorio, las citas
literales que utilizo para sustanciar mejor mi intervención, amén de que a los 83 años, y cargado de dolamas, ya no está uno para arriesgarse a improvisar
discursos, me aconsejan traer escritas, y leer, mis palabras.
Muy brevemente voy hablarles,
desde el recuerdo, de la estirpe
artística y calidad humana de nuestro paisano, José González Marín y, cómo era un recital suyo, que tantas veces presencié durante los 18 años que duró nuestra amistad
hasta su muerte.
Pese a haber sido un artista genial
de fama mundial, nacido en un pueblo de
nuestra comarca, su memoria estaba relegada a un injusto
olvido.
Pero, un rosario de artículos alusivos salidos de distintas
plumas, conferencias y varios libros editados en torno a él, han conseguido
que, hoy, la figura de González Marín,
patrimonio legítimo de nuestra comarca,
a la que tanto cariño demostró tenerle, esté recuperado de ese ominoso olvido, quedando su nombre y su semblanza indeleblemente
gravados en la historia del arte y de la poesía. De ahí
también, la importancia de este homenaje que, yo, y creo que conmigo la mayoría
de cartameños, agradezco sobremanera porque, sencillamente, es de hacer justicia.
Y, a este homenaje, hay que añadir
otro significativo motivo de gratitud al Ayuntamiento, y al pueblo de Alhaurín
el Grande: rotular una de sus calles con el nombre de González
Marín.
Hablarles de González Marín,
pues, es hablarles de un auténtico
tesoro cultural y humano de esta tierra; es hablarles de poesía, que es la prima y el bordón de nuestro
sentir íntimo, síntesis de cuanto hay en nosotros de gloriosamente abstracto, y, a través de la poesía hecha verso sonoro en los
labios de González Marín, las almas de América y España, encontraron entonces
el ritmo de su hermandad y la profunda raíz de sus afinidades; el verso recitado por nuestro artista daba ritmo espiritual a las mentes; diríase que
barría de un golpe, todo cuanto de sucio
hay en la vida, trasladándonos al inefable paisaje del espíritu. En esa
capacidad residía, entre otros méritos, no menores, su arte. La poesía era el
norte de su vida y vivía para ella con
raíces de vocación, al extremo de declinar su carrera y actividades primitivas de abogado y actor
en plenitud de triunfos, para convertirse en peregrino del verbo, en apóstol
del ritmo, en sacerdote del rito humano
de la poesía.
El verso español moderno, como el
romance de García Lorca y Villalón; los hermosos poemas de los hermanos Machado y Rafael Alberti y, de
toda esa generación de poetas que hoy son referencias rutilantes en la
literatura, encontraron en González Marín su interprete genial, como también,
por supuesto, sucedió con los de la generación del 98 y los clásicos de nuestro
siglo de oro. E, igualmente a los poetas
de Iberoamérica (Palé Matos, Emilio Ballagas
entre otros muchos), que cantaron la
negritud y el mestizaje, solía dedicar uno de los tres actos de sus recitales
para dar a conocer, y divulgar por doquier, los poemas afroantillanos.
Nadie más, ni antes ni después de haberse
presentado él en un escenario como recitador ---lo cual tuvo lugar aquí, en
Alhaurín el Grande como matizaré más adelante--- ha logrado conmover a un
público compuesto de diferentes caracteres, como lo hacía él.
La poesía escenificada por nuestro paisano, adquiría un poder evocador
insospechado. Con su voz y plástica gestual
le ponía al verso ese gramo de
conciencia y sentimiento que le valió para que, los poetas, lo tuvieran por su
hermano mayor y lo proclamasen “El faraón de los decires”, con cuyo título, precisamente, editó en 1.998 la Exma. Diputación de Málaga un
libro (trilogía en un sólo tomo) escrito
por Pedro Dueñas, José Luís Jiménez y Francisco Baquero, servidor de ustedes.
Pero, se preguntarán ¿y, cómo
era un recital de González Marín? Yo los
recuerdo asina:
Sube el telón, y aparece de
fondo otro decorado por Blume. Se
encienden las candilejas. Una mesa y un sillón (ambos de estilo español). Una jarra de agua y un vaso. Todo insuficiente
para que un solo actor llene un teatro,
sea de España o, de América. González Marín
los abarrotaba siempre, en sesiones
de tarde y noche.
Sale a escena el artista y, con palabras sencillas y exactas saluda al público, o se despide de él, si es
el caso.
El rapsoda era de figura mediana
y complexión leve, su conjunto denotaba
espiritualidad a flor de piel; en su rostro había ángulos que en otro pudiera decirse
pronunciados. Vestía de corto, o capa parda. Era armónico en escena, pero sin
líneas acusadas que sobresalieran. Recita, canta y se estiliza. Tanto se
estiliza, que el tablado resulta pequeño, porque, como dijo Manuel Alcántara, “González Marín no
es sólo un actor, que lo es, es un actor
y toda la compañía”. La sala la ocupan centenares de almas, de cuyos cuerpos sólo se ven manos
cuando aplauden con admiración y entrega; se confunden con el actor genial, y establecen con él la comunión espiritual más imponente que en un espectáculo poético se vio jamás; en ello coinciden
también, como veremos, todos los críticos de arte de la época en dos
continentes de habla hispana.
Las cadencias líricas de sus recitados son al oído, lo que a los ojos
serían miríadas de mariposas multicolores
revoloteando. La palabra se
encadena armónica a la mímica del juglar
moderno. El público permanece suspenso durante dos horas, absorto en aquel singular artista que se atrevió a liberar la poesía de
las excluyentes covachuelas de los intelectuales, para devolverla al pueblo, su auténtico dueño, escenificada
de forma asequible a todas las clases sociales
de todos los niveles culturales.
Desfilan por él, los poemas de Salvador Rueda, del que paseó por medio mundo los pregones de nuestra
tierra, cuyos primeros versos rezan:
Málaga,
tierra que quiero con mis entrañas.
Yo escuché el coro inmenso de tus pregones
Llenos de algarabías dulces y extrañas...
Invoco aquí esta estrofa, porque el de Alhaurín el Grande fue el primer público que escuchó la poesía
recitada de sus labios, en la que fue la primera actuación pública como recitador
de Pepe González Marín, en el año 1.929,
de la mano del célebre jurista, y ministro, don José Estrada y Estrada, su amigo quien, por aquellas datas, solía veranear en esta
noble villa. Fue la reválida para al artista comarcano. De aquí a Sevilla. Triunfo
total en el Teatro San Fernando
hispalense, y de allí, al Teatro Español de Madrid. A partir de ahí,
nuestro homenajeado fue de triunfo en
triunfo, y, con él la poesía y los poetas de España y de todo el mundo que habla la lengua de Cervantes. En ese su primer
recital poético, repito, en Alhaurín el Grande, según un cronista de la época
logró entusiasmar a un auditorio integrado por sencillos labradores, cuya
cultura estaba ligada a su brega con la dura tierra, aunque, ciertamente, no
hay mejor escuela para el sentimiento poético, que el contacto cotidiano con
las auroras, los candilazos del ocaso y
el canto de los pájaros en los campos abiertos. Quien así lo proclama,
lo sabe.
Su corazón de juglar, asumía con
armonía interior la poesía escrita por los
trovadores y, su cerebro, la acababa, su
boca, la modulaba y, sus manos, la engrandecían. La lírica popular halla en él ecos y acentos tal vez desconocidos, que le hizo afirmar sin
ambages a los Hermanos Álvarez Quintero:
“El arte de González Marín, tiene sus
raíces más hondas y su más comprensible excelencia en el sentimiento de lo
popular… recitando es una exclamación
del pueblo. Éste, por medio de él, habla y canta como enardecido…González Marín presta a la
palabra el calor y la pasión de un corazón amando…”
En
la misma línea que los hermanos Álvarez Quintero, opinaron los intelectuales de América: Eugenio Florit en
el Diario, El País, de la
Habana :
“¿Qué magia se operaba en el público? No era
magia: era el arte con mayúscula que se le ponía delante, y avasallaba los
espíritus. Era también la poesía, que regresaba al pueblo cuando la recitaba
González Marín”. De la Habana , Mario Lescano
Avellá: “La Habana tuvo
el honor de escuchar al más insigne de los recitadores de nuestra lengua”.
Juan Bonich : “González Marín…interprete máximo de los
poetas, embajador de España ante sus hijas emancipadas, mantenedor
de una raza…”. Como
colofón de este resumen de opiniones
laudatorias por tierras de allende el océano, el célebre, Juan Rana, dijo de él
en “El Universal de México”: “¡Salve, admirable artista, creador de un arte
inimitable y único! ¡Salve artista
genial! Que España entera te arrulle con sus cantos rimados, para que tú puedas
ir por el mundo alfombrando con ellos la senda gloriosa del idioma de
Cervantes”
En definitiva: Tres actos de arte puro, de embeleso.
Centenares de espectadores pendientes de
él, perdida la noción del tiempo. Vítores y ovaciones. Por fin, baja el telón ---todo se
acaba---, y, durante un largo rato, indecisión para volver a entrar en contacto
con la vida.
Así era, en el recuerdo, González Marín como artista y, así, era un recital suyo.
***
Mostró su más acusado y noble espíritu
poético como protagonista excelso de la cantiga mariana más bella de la Historia toda. Cantiga no
fabulada como las que nos legaron los escritores
del Mester de Clerecía en los albores de
la lengua castellana. No, la suya fue una cantiga mariana escrita en carne y
hueso, con glorioso realismo.
En, efecto, en un momento aciago de nuestra Historia, cuando nuestros
antepasados próximos decidieron, estúpidamente, arreglar sus diferencias
matándose unos a otros, julio de 1.936, el genial Pepe González Marín, ante aquella
convulsión política, que se preveía
terminaría inevitable e inminentemente en guerra civil, intuyó que la multisecular imagen de la Patrona de Cártama,
nuestra Sra. de los Remedios, que tenía, y tiene, devotos en todos los pueblos de nuestra comarca, sería quemada.
De acuerdo con el párroco, que ya tenía la sagrada imagen en un altar ad
hoc en su propia casa, porque la iglesia parroquial había sido secularizada, se
la llevó con él a América en donde tenía contratada una turné artística de año
y medio por todas aquellas repúblicas hermanas.
En loor de devociones espontáneas a la Virgen peregrina de la Madre
Patria , recorrió en brazos de su juglar salvador y su
ayudante escénico, las ciudades y pueblos importantes de todas y cada una de las
repúblicas iberoamericanas. La
Sagrada imagen era depositada en conventos religiosos e
iglesias, en donde recibía culto de
devotos de todas las nacionalidades y razas, incluidos los indios
aborígenes integrados, que llegaron a rendirle homenaje en sus pueblos
comunales, como vamos a comprobar en un pergamino que da fe del homenaje que en
Venezuela, en las cercanías del Orinoco,
le rindieron los descendientes de los indios quechuas; pergamino sobremanera original, con el que, según tengo
entendido, va a obsequiar en este acto al Ayuntamiento de Alhaurín el Grande la
nieta del eminente rapsoda comarcano.
El tiempo de que dispongo no me permite
hoy abundar más en esta mirifica gesta mariana, pero sí quiero leeros las
razones que el mismo juglar y raptor dice que le movieron a tan singular gesta
personal. Es un poema dictado de palabra por el mismo protagonista a un poeta
iberoamericano que le dio forma rimada.
Es de este tenor literal:
Muchas gracias